Mariano Rajoy, en su discurso de investidura pronunciado hoy, ha sabido despertar la esperanza y una cierta dosis de ilusión en la incrédula y maltratada sociedad española. Ese ha sido el mayor valor de su discurso, de menos de una hora de duración, pronunciado con tono sereno, pero firme, conciliador y también humilde, en el que ha reconocido que necesita de todos y que si la clase política logra dialogar y anteponer el interés de España a los propios intereses partidistas, los problemas tienen solución. ---
No es fácil creerse a un Rajoy que en el pasado se ha ganado a pulso la fama de mentiroso e incumplidor de sus promesas, pero, si uno se atiene a sus palabras y deposita un poco de fe en el personaje, puede pensar que se abre para España una nueva etapa, donde la colaboración es posible y donde los grandes problemas podrán al menos afrontarse, después de cuatro décadas de política manchada por los silencios, engaños, delitos, trucos y abandonos.
Lo mejor del discurso ha sido el talante, cordial, dialogante y diferente, sin arrogancia, con apertura, con voluntad de dialogo y debate. El mayor logro del discurso es que es muy difícil colocarse en contra de su contenido. Es un discurso cargado de lógica, generosidad y realismo político, del que emerge una política menos sucia y rastrera que la vivida por los españoles en las últimas décadas, un nuevo espíritu basado en el diálogo, la cooperación y el respeto, dispuesto a luchar contra los grandes dramas españoles, desde la corrupción al desempleo, desde la falta de democracia a la recuperación de la esperanza perdida y la fe en la clase dirigente.
Otras propuestas fueron la convocatoria inmediata del Pacto de Toledo, para estudiar justos las soluciones a la pensiones y a la economía en general, y de una conferencia de presidentes autonómicos, para dialogar sobre un nuevo sistema de financiación y otros aspectos del Estado de las Autonomías.
No es fácil creer en tipos como nuestros políticos actuales, que tanto han golpeado y maltratado a la sociedad española y que tanto han mentido y sembrado el país de injusticia y corrupción, pero al menos hay que reconocer que el de hoy parecía "otro" Rajoy, diferente, milagrosamente con un rostro de "demócrata" y hasta de "decente".
Afirma que está abierto a acuerdos sobre educación, corrupción, desempleo y economía. Al hablar del desafío catalán exhibió la firmeza que comparten nueve de cada diez españoles y afirmó que la soberanía es indiscutible porque pertenece a todos los españoles, pero se abrió al diálogo, siempre dentro del respeto a la ley.
Si Rajoy ha conseguido hoy que le crean, no lo sabemos, pero sí que ha incrementado un poco la esperanza en un futuro algo mejor que el sucio y lamentable pasado de esta España crucificada. Si los ciudadanos le creyeran y partidos como el socialista, que han sido muy culpables de la miseria reciente por haber malgobernado y colocado en el poder a ineptos como Zapatero y a peligrosos como Sánchez, le otorgan el apoyo que necesita, España vuelve a tener futuro y los que se coloquen en frente de este nuevo tren cargado de esperanza van a pasarlo muy mal.
Este artículo se publica menos de una hora después de pronunciado el discurso. Las primeras reacciones de los portavoces de los demás partidos ante las palabras de Rajoy están siendo de una pobreza sublime y de una falta de grandeza preocupante. Ellos, al anteponer una vez más sus intereses de partido y ambiciones personales al interés general, tal vez se conviertan, para oprobio de ellos y de todos, en los nuevos sepultureros de la esperanza.
Francisco Rubiales