Vinilo Azul. -
“Un ramito de violetas”
Vamos a encomendarnos a la difunta Cecilia, vamos a cantar cada noviembre “Un ramito de violetas” en espera de que el nefasto gobierno del Principado de Asturias decida dejar de joder –con perdón- a Oviedo y levante el b.i.c. a la plaza de toros de la ciudad. Cantemos la canción –un tremebundo bofetón frente al maltrato machista- y esperemos que la momia en que se ha convertido el gobierno del Principado de Asturias y todas sus ramificaciones despierte. Pero no para que haya muertos, sino para que la edificación sobre la que se podría encontrar una nueva vida para conciertos, para eventos de todo tipo, se reconstruya, se reconfigure en Oviedo. Por el bien de un barrio de la capital de Asturias, que parece presa de un estigma sobre el que se han construido una serie de mentiras y prejuicios que los ovetenses de bien –esos que ya superamos al régimen de las apariencias que gobernó con “varios” y demás, veinticuatro años- queremos (y creemos) ya superados. A esos que pisamos la calle, lejos de las torres de marfil de los cómodos despachos y los generosos sueldos.
Miren que no me gustan los cabos de año, pero, al recordar el concierto de Lou Reed, con motivo del cuarto aniversario de su muerte, en el coso ovetense se despertaron experiencias de múltiples y muy diversas actuaciones. Hace unos días la ruta me llevó hasta León, donde han sabido hacer las cosas bien y han transformado el recinto taurino en un gran local de conciertos. Lo veía, mientras el automóvil nos llevaba a Papalaguinda antes de llegar al aparcamiento de turno, y evocaba con mi querido amigo Rafa Caballero conciertos en la plaza de Oviedo: Kevin Ayers, The Long Ryders, Eric Burdon, Danza Invisible, Pistones, La Frontera, Loquillo, Barricada, Decibelios, Los Locos, Camarón de la Isla… La solución a dos millones de euros que podrían haber sido destinados a una rehabilitación del coso, el parche que encontró la anterior corporación fue una carpa multichachiguay a la gran gloria de un promotor del que no vamos a añadir ningún adjetivo, pero conocido por sus malas artes en toda España y de una concejala y su marido –a la sazón jefe de prensa del alcalde- que si alguien con dos dedos de frente –tras veinticuatro años los dedos de frente se ponían al salir de ciertos locales- hubiera querido planificar algo para todos los ovetenses podría haber sido ya realidad en forma de espacios como los que hay en todo el norte de España: Santander, Santiago de Compostela, Bilbao. Pero no, seguían con su incompetencia, con su victimismo, con sus negocios entre lo público y lo privado.
Así que sólo nos queda, en cada noviembre, comprar nuestro ramito de violetas, dejarlo a la puerta de la plaza de toros, en espera de que todos esos superintelectuales regresen a la realidad y liberen el coso de mi ciudad para que no se pudra, para que no sea demasiado tarde salvarlo. Y no, no voy a pedir por favor. Sino que cada noviembre pediré –mientras pueda- que lo liberen o paguen por el daño que han hecho a esta mi ciudad-. Y que los vecinos de la zona, dejen un ramito de violetas en recuerdo de tal ignominia durante cada mes de noviembre a la puerta del coso.
MANOLO D.ABADPublicado en el suplemento "DOviedo" del diario "El Comercio" el domingo 5 de noviembre de 2017