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Un ramo de jazmines para la reina jemer

Publicado el 26 enero 2018 por Herminio
Angkor vive un momento incierto. Las últimas cosechas han sido escasas, y las faraónicas obras del rey Jayavarman tienen sublevada a la población. La reina Indradevi se va a ver inmersa en una conspiración contra su esposo.
La reina jemer Indradevi vivió en la época dorada del imperio de Angkor. Durante el reinado de su esposo Jayavarman VII se ejecutaron la mayor parte de las construcciones más importantes de la ciudad.No sabía si le producía más terror la pequeña daga que asomaba en su costado derecho, o el ramo de flores que le ofrecía con su mano izquierda. Hacía un tiempo que presagiaba que esto iba a ocurrir, y aún así consiguió sorprenderle.
Esta mañana se había levantado bien temprano para efectuar sus ejercicios de meditación, antes de proceder con su agenda habitual en el palacio de Phimeanakas. Nada predecía que este podía ser su último día en la tierra.
Su esposo, el rey-dios Jayavarman se encontraba fuera de la capital, visitando el lago Tonlé Sap, que en estas fechas presentaba una superficie considerablemente menor respecto a la que mostraba hacía varias lunas, cuando ambos presidieron en su orilla el Festival del Agua, para celebrar la reversión del curso del río Sap.
El lago Tonlé Sap es el mayor lago del sureste asiático, aunque en la temporada seca reduce su superficie hasta la décima parte de su capacidad.A Indradevi le parecía admirable comprobar cómo, tras las lluvias traídas por los monzones, el caudal de dicho afluente, que conectaba el lago con el río Mekong, fluía en sentido contrario y comenzaba a anegar aquella inmensa llanura, multiplicando por diez su extensión, fertilizando los arrozales y proporcionando una abundante pesca, que eran las principales fuentes de alimento de la población.
En ausencia del monarca, le correspondía a ella tratar los asuntos de estado en el salón de audiencias. Los sirvientes descorrieron las cortinas bordadas con oro que cubrían las ventanas, de marcos también dorados, y el sol iluminó la estancia, reflejándose en los numerosos espejos colgados de las columnas. Los pajes dieron comienzo a la sesión con un toque de campanillas.
Se sentó sobre un trono tapizado con una piel de león, y recibió en primer lugar al senapati Din Chey, el atractivo general, que venía acompañado de otros altos mandos, y al rajakulamahamantri o gran consejero Phy Dith.
Tras la derrota del reino de Champa, los jemeres dominan todo el delta del río Mekong.Comparecían para manifestarle el malestar de las tropas, debido a la notable expansión territorial experimentada, que obligaba a redoblar sus cometidos, y que venía aparejada, además, de una menor atribución de presupuesto para el ejército, resultando en una creciente escasez de víveres y armamento.
Solicitaban que se reclutasen más contingentes, y una asignación adicional de recursos. Indradevi les contestó que el momento no era propicio para destinar más dinero a la defensa, ahora que el imperio de Kambuja había derrotado a sus potencias vecinas, y que gozaban de un prolongado periodo de paz.
Tenía presente el hecho de que debían estar siempre alerta, pero la petición del senapati habría de aguardar a una coyuntura más próspera que la actual. Notó la contrariedad en el rostro de Din Chey mientras se retiraba, quizás porque había concebido la esperanza de que sus reivindicaciones tuviesen mejor acogida por su parte que la obtenida de su consorte.
Decenas de miles de obreros, ayudados por elefantes, se afanan en la construcción de los nuevos templos de Angkor.Varios arquitectos, astrónomos e ingenieros vinieron a ponerle al corriente de la evolución de las obras. Igualmente hubo de escuchar sus demandas de personal y de recursos económicos, e idéntica fue su respuesta.
Sin guerras a la vista, no contaban con más esclavos que los que ya tenían, y a los ciudadanos no podían pedirles más trabajos forzados para la comunidad, sin avivar el espíritu de rebelión entre ellos.
Tras despachar rápidamente las dos primeras entrevistas, se detuvo más en la tercera y última. Quedaba solamente una semana para los festejos del equinoccio, una ceremonia que venía marcada en esta ocasión por una circunstancia excepcional.
Por fin estaba terminada la estatua de Buda, que el rey quería instalar en el prasat, o nave central, del templo de Preah Vihear, en sustitución de la de Vishnú. Durante los más de veinte años de su reinado, había mantenido en pie los ídolos hindúes, pero había llegado el momento de ir adaptando los símbolos al culto Mahayana.
Indradevi se alegraba de que su esposo empezase a otorgar mayor realce a la filosofía budista, de la que era la máxima impulsora. Porque si bien entre las élites se había extendido el nuevo credo, este no acaba de enraizar entre las clases populares.
La  impresionante Terraza de los Elefantes, en el recinto de Angkor, preside la gran avenida de la Victoria.También tenía que repasar los detalles del fastuoso desfile que recorrería la gran avenida de la Victoria, y que su marido y ella presidirían desde la Terraza de los Elefantes.
Abrirían la comitiva las tropas con sus lanzas, arcos, escudos, banderas y estandartes, seguidos de los brahmanes, que portarían las más valiosas reliquias.
Detrás de ellos marcharían quinientas damas de palacio, otras tantas cortesanas, y el resto de esposas y concubinas del rey, luciendo vestidos con adornos florales, pulseras y joyas de oro, y agitando en sus manos sombrillas y abanicos, rojos y dorados.
Vendría luego el turno de los ministros y príncipes, montados sobre majestuosos elefantes profusamente engalanados, y escoltados por las componentes de la guardia real, todas mujeres, ya que eran más leales y dignas de confianza que los soldados varones.
Cerrando la espectacular comitiva, una nutrida banda de campanillas, tambores y un tremendo gong, guiaría el ritmo de varias decenas de miles de danzarinas, que al modo de las apsaras, las incansables ninfas celestes, ejecutarían sus acrobacias alrededor del arca con la llama sagrada, que se utilizaría posteriormente para encender los fuegos de artificio.
El gran desfile de celebración del nuevo año en Angkor.Para la diversión del pueblo, se habilitarían espacios donde podrían bailar y jugar al lanzamiento de semillas y pañuelos, aparte de los habituales quioscos para apostar en las peleas de gallos. La noche sería larga, y se dispondrían diferentes tenderetes en los que se dispensaría gratuitamente comida y bebida.
El punto culminante de la fiesta llegaría por la mañana, cuando el dios Jayavarman subiera por la escalinata de Preah Vihear, para ondear desde allí la enseña del reino, en el instante justo en que, al amanecer, el sol se alinea con la calzada que une la gopura o pabellón occidental de entrada con la aguja principal del templo.
El naciente astro parecía emerger de la propia cúpula, desde la que el rey de los dioses bendecía la llegada del nuevo año, en tanto que las múltiples estatuas de grifos, dragones alados, unicornios, elefantes de tres cabezas, garudas u hombres-pájaro, y nagas, las serpientes divinas que adornaban la avenida, ardían con los primeros rayos anaranjados del día.
Escalinata de acceso a una de las torres de Angkor Wat, anteriormente denominado Preah Vihear. Desde abajo no parece gran cosa, pero desde arriba la vista de la escalera es escalofriante.Era esencial la demostración de que la gloria no se alcanza fácilmente, pero Indradevi notaba que a su cónyuge cada vez se le hacía más difícil ascender aquella aterradora escalera de pronunciada inclinación, que conducía hasta la cúspide del santuario, por lo que encargó que le elaborasen diversos tónicos vigorizantes de bilis humana, para incrementar su resistencia ante tan exigente prueba.
Indradevi se aseguró de que sus colaboradores no escatimarían fuerzas para que todo se realizase conforme a lo previsto. Después de un periodo de relativa sequía, el último año había sido particularmente torrencial, provocando considerables deterioros en el complejo hidráulico, y la consiguiente merma en las cosechas.
El agua era el elemento fundamental que daba vida y prosperidad a la nación. A lo largo de los siglos, se había implementado un intrincado conjunto de canales y diques, que permitían almacenar el agua en la temporada menos húmeda, y desembalsar el exceso durante la estación de lluvias, asegurando un continuo suministro para la población y el agro.
La variabilidad del clima provocaba que, a los esfuerzos que requería la multitud de construcciones en marcha, se sumasen los necesarios para mantener y reparar el complejo sistema hídrico, que permitiese estabilizar las cosechas. Comprendía que el hambre del pueblo podía constituir el origen de una revolución, por lo que era bienvenida cualquier manifestación que contentase a la naturaleza y a los dioses, y que se restableciera la regularidad de los monzones.
Procesión de monjes de camino a Angkor Wat.En realidad, parecía que Vishnú, Shiva y Bhrama se estuviesen vengando de su hermana y de ella por haber convencido a Jayavarman para que adoptase el budismo como modelo de conducta y como religión oficial del país.
Una vez concluida la hora de audiencias, dio orden a sus siervos de que preparasen una salida con su palanquín. Se ciñó un sampot de seda dorada y un refinado corpiño a juego, se puso varios anillos y brazaletes de oro y una diadema con incrustaciones de jade, y se perfumó con esencia de sándalo.
Pensó que su hermana Jayarajadevi no solía arreglarse tanto, pues había decidido llevar sus convicciones hasta el extremo, incluso regalando gran parte de sus pertenencias a los más pobres, y fundando orfanatos y escuelas para niñas abandonadas.
Ella también creía que había que ayudar al prójimo, pero era bastante más pragmática. En los tiempos que corrían, no convenía exhibir ningún tipo de debilidad. Una diosa había de aparecer siempre radiante.
Tres de las 216 intimidantes cabezas del templo de Angkor Thom, otrora llamado templo de JayagiriJunto a su séquito, se dispuso a dar una vuelta por la ciudad. Nada más salir del recinto palaciego, sintió de nuevo la reconfortante omnipresencia de su esposo.
Las facciones del dios-rey se reproducían incesantemente en aquellas enormes e intimidantes cabezas, cinceladas en los cuatro lados de las 54 torres del templo de Jayagiri, una por cada provincia del imperio, y orientadas de modo perfecto hacia los cuatro puntos cardinales.
Aquel templo con forma de cordillera, que representaba el monte Meru y sus cinco cimas míticas, rodeado por un lago perimetral a semejanza del océano primitivo, constituía el proyecto insignia de su marido, el símbolo de su majestad y magnificencia, y se convertiría en su mausoleo y su legado eterno tras su muerte.
Cada soberano edificaba un ostentoso monumento que conectaba la tierra con el cielo, por el que regresaría al mundo de los dioses, y el de Jayavarman debía ser el más impresionante de todos, como correspondía a la grandeza de su reinado.
Otra bonita imagen de los templos de Angkor, reflejados en uno de los estanques que rodeaban la ciudad.Y es que Angkor, la ‘ciudad sagrada’, nunca había dominado tantos territorios. Algo inconcebible treinta años atrás, cuando la capital cayó en manos del reino de Champa. Previamente, su esposo, que antes de su entronización tenía por nombre Mahaparamasaugata, había renunciado por dos veces al trono, por no querer enfrentarse a su pariente Yasovarman, ni tampoco al cortesano Tribhuvanadityavarman, que le arrebató la corona a aquel, y que sin duda codiciaban el poder con mayor avidez que él.
Mas al ver su nación derrotada por los enemigos, se puso al frente de los ejércitos y no paró hasta expulsar a los intrusos del país, en un primer momento, y conquistarles, años después. Pacificado el reino, y conmovido por la idea de eliminar el sufrimiento de su pueblo, según la doctrina budista que ella y su hermana le habían inculcado, Jayavarman se dedicó a mejorar las infraestructuras hidráulicas, a extender una amplia red de caminos para conectar las distintas provincias, y a erigir casas de descanso a lo largo de las rutas.
Gopura del templo de Preah Khan.Y, finalmente, había acometido la construcción de un nuevo templo, más esplendoroso que el de Preah Vihear, diseñando una formidable ciudad a su alrededor, capaz de dar cobijo y servicio al millón de súbditos que se reunían en torno a la corte.
Dejaron atrás la gopura meridional de la ciudadela, y se dirigieron hacia Preah Vihear. Con la muerte del rey Suryavarman, el posterior periodo turbulento, y la invasión de los Cham, la montaña-palacio consagrada al dios Vishnú había quedado inconclusa. Sin embargo, Indradevi se sentía atraída por los extensos murales del corredor columnado de su perímetro exterior.
Le gustaba contemplar los bajorrelieves en los que se desarrollaban escenas de batallas entre Vishnú, asuras y devas, esto es, demonios y dioses, el que reproducía los 37 cielos y los 32 infiernos, o el de la procesión real. Aunque el que realmente le hipnotizaba era el del batido del kshirodadhi, el mítico océano de leche.
Decenas de miles de obreros, artesanos, herreros, pintores, talladores se afanaban en completar el santuario de su marido. Indradevi solía inspeccionar su trabajo, y hablar con los maestros acerca de ciertos detalles que debían corregir.
Bajorrelieve del templo de Angkor Wat.Aunque se imponía la grandiosidad sobre el realismo de las composiciones, ello no implicaba que se dejasen arrastrar por el descuido en la ejecución, de manera que la calidad artística se asemejase a la de los relieves que ahora admiraba.
En plena estación cálida, convenía ponerse a cubierto durante las horas centrales del día, por lo que decidió volver a palacio por unas horas. En la gran plaza, una muchedumbre aún deambulaba alrededor de los puestos del mercado, regentados en su mayor parte por mujeres, en los que se comerciaban comestibles y productos de la región, así como algunos importados del gran imperio del norte.
Volvió a tropezarse con el encontradizo general Din Chey, que se acercó a presentarle sus respetos. Desde hacía un tiempo se prodigaba con galanterías, que ella recibía con agrado, a la vez que no desaprovechaba cualquier ocasión para cuestionar muy prudentemente la gestión de su consorte. También se cruzó con dos de las cuatro reinas secundarias, a las que fingió no ver.
Una nueva vista de Angkor, más bucólica si cabe.A media tarde, franquearon la gopura norte y se dirigieron al templo de Preah Khan, el primero que promovió Jayavarman. Construido en el lugar donde se produjo la victoria sobre el invasor Cham, y dedicado al padre de su esposo, cumplía las funciones de monasterio y de universidad budista.
Al llegar, atravesó el salón de baile, en el que cientos de jóvenes practicaban sus coreografías, emulando a las apsaras, las bailarinas celestiales encomendadas de cuidar a héroes y dioses, que decoraban las paredes.
Se encaminó hasta una de las bibliotecas, en la que sus alumnas le esperaban, aplicadas en silencio a su estudio. De sus múltiples responsabilidades, quizás la que le proporcionaba mayor satisfacción era la de enseñar el sánscrito a las monjas.
Qué bonita reflexión, la de este texto en sánscrito, ¿verdad?Aunque en el país hablaban el idioma jemer, la lengua de culto, en la que estaban redactados los textos sagrados hindúes y budistas era el sánscrito. Solo los miembros de la aristocracia y los brahmanes lo manejaban con fluidez y eran capaces de leer los escritos y las estelas de los monumentos. Por eso los relieves se llenaban de imágenes de todo tipo, que el pueblo sí podía interpretar.
Cuando concluyó la clase, se encerró en su sala privada, para meditar y escribir. Le encantaba componer poesía, y su marido había incluido algunas de sus kavyas en las inscripciones de los nuevos templos.
Perdió la noción del tiempo, y al salir de la estancia comprobó que el palacio se había quedado vacío, así que apretó el paso para regresar cuanto antes, atajando por la galería en la que habían esculpido sendas tallas de su hermana Jayarajadevi y de ella misma.
Retrato del senapati Din Chey, un día que había salido de excursión.Transcurridos muchos años desde su fallecimiento, todavía se emocionaba cuando veía su figura. El parecido entre ambas era tremendo, salvo porque Indradevi tenía una cara más ovalada, y por el hoyuelo de su barbilla, del que su hermana carecía.
Jayarajadevi se había casado con Jayavarman muy joven, y compartió con él sus luchas para liberar a la nación, y el comienzo de su mandato, hasta que un buen día apareció apuñalada, sin que nadie supiese quién había cometido tal asesinato.
Poco después, de forma inesperada, su cuñado le invitó a convertirse en la nueva agramahishi, la reina principal. Ella aceptó, conocedora de su carácter magnánimo, su virtuosismo, y su notorio atractivo. No obstante, siempre tuvo la sensación de que, a través de ella, el monarca seguía enamorado de su hermana.
Interior del templo de Preah Khan, o de otro parecido.Al cruzar el pasaje en dirección hacia donde le esperaba todas las noches su escolta, alguien interrumpió su paso. A contraluz, en un principio no supo identificarle, pero conforme se aproximó, distinguió perfectamente la silueta del senapati Din Chey.
Estaban los dos solos, de lo cual se cercioró a conciencia el general, echando un vistazo a su alrededor antes de invitarle a que le acompañase a una cámara que se abría a uno de los lados del pasillo. Titubeó un instante, pero resolvió seguirle.
Él cerró la puerta, y le solicitó que le escuchase. Le repitió lo que ya le había expresado en público por la mañana. Desaprobaba la vorágine constructora en la que se hallaba inmerso el reino, que agotaba vertiginosamente las arcas, y se oponía al tono excesivamente conciliador del rey, que podía arrastrar al país al caos.
Indradevi adivinó lo que vendría a continuación. Din Chey le declaró que la amaba en secreto, y que quería contar con su apoyo para derrocar a Jayavarman. Ella era consciente de los sentimientos del senapati hacia su persona, visiblemente más fuertes que los que el rey le manifestaba a diario. Por otra parte, el oficial era un hombre apuesto y decidido, y no le faltaba cierta razón en sus reproches.
Ambos sabían que si el soberano moría, el único modo de que el pueblo le reconociese a él como nuevo rey, sería desposar a la reina consorte, para legitimar su derecho al trono. Además, ella no sentía afecto alguno por su sobrino, el heredero natural, un joven ególatra y vanidoso, indigno aspirante a la corona.
Un nuevo bajorrelieve de Angkor, de bella factura.Su estatus no cambiaría y, por el contrario, contaría a su lado con una persona que la querría por sí misma, y no por ser la viva imagen de su hermana. Durante unos segundos, su mente se inundó de ideas contradictorias, hasta que algo reclamó su atención.
Din Chey avanzó su mano izquierda, que había mantenido oculta hasta entonces a su espalda, y le acercó un bello ramo de jazmines. Un rayo le partió en dos, helándole el alma. En un instante se fijó en el costado diestro del general, y vio cómo asomaba el mango dorado de una daga.
Intuía que, después de la proposición realizada por Din Chey, y pese al amor que este le profesaba, la única manera de salir con vida de allí era aceptar su ofrecimiento, así que cogió el ramillete de flores, le sonrió, y se lo lanzó a la cara con toda su energía.
Escultura de la reina Indradevi, protagonista de la historia. Gracias por seguir el blog, una vez más.Con su súbita acción, ganó el tiempo fue suficiente para alcanzar el corredor, y echar a correr por el laberinto de galerías, hacia la salida. El militar, no obstante, no tardó en atraparle del brazo. Cientos de pequeños budas observaban mudos desde la pared cómo alzaba su puñal, en tanto que le clavaba su mirada.
La ira en los ojos de su admirador se tornó en desconcierto, más adelante en arrepentimiento, y finalmente en desolación. Desde un pasillo lateral, una de sus guardias personales había aseteado certeramente al asesino. Indradevi nunca había podido olvidar aquel ramo de jazmines que el cuerpo inerte de su hermana sujetaba entre sus manos.
ramo jazmines para reina jemer

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