Un recorrido borgeano por Ginebra

Se sabe que Ginebra es sede de una multitud de organismos de Naciones Unidas. Por este motivo, y no por otro, he estado una cantidad importante de veces de paso por esta ciudad. Esta última vez, me propuse seguir las huellas borgeanas.

El maestro vivió y eligió esta ciudad para morir, lejos, muy lejos, del lugar donde había nacido. Se retiró solo, con la Kodama como única compañía, sabiendo de la proximidad del fin, a expirar su último aliento en Ginebra. Borges preparó el escenario de su adiós. Murió, según consta en la crónica periodística, en el también desaparecido Hotel L`Arbelette, ubicado en los primeros números de la rue de Tour-Maitresse, hoy convertido en entidad financiera, y frente al que se encuentra en su honor el Pub L`Arbelete, en el número 4.
Pero fui ahí después, primero había pasado por el Cimentiere de Plalipalais, el lugar en el que se encuentran sus restos. No es un cementerio como entendemos vulgarmente esos lugares. Se trata de un parque, como puede ser el del Retiro en Madrid o los Jardines de Luxemburgo en Paris, aunque pequeño en relación a estos, al que la gente va de ocio, a leer o comer al mediodía, en medio de las lápidas. O a besarse, o a hablar.

El día que lo recorrí hubo un clima excepcional para Ginebra, como se puede ver en las fotos, había un sol espectacular y un cielo azul totalmente límpido. Estuve buscando un rato hasta dar con la tumba del maestro. Sabía que era la 735 pero el orden de las mismas no respondía al que establecen los números naturales, luego pensé que tal vez hubiera cierta lógica de serie numérica oculta en esa ordenación diseñada por el propio maestro.

Me produjo una sensación fuerte pararme frente a ese pedazo de piedra y ver el nombre de Jorge Luis Borges estampado ahí y, al pie, los años 1899-1986. Y un epitafio en inglés antiguo: "And ne forhtedon na" ("Y que no temieran"), tomado de un poema épico del siglo X. Y observé, también, unas flores y una carta que unos mexicanos habían dejado. Eso me impulsó a escribir al correr de los pensamientos que iban surgiendo en mi unas líneas que dejé ahí para el maestro.
Seguí contemplando la piedra y fui a ver el reverso. No me voy a explayar sobre los posibles significados de todo lo que hay escrito y esculpido porque hay alguien, Martín Hadis, que se tomo el trabajo de estudiarlo y escribir un libro llamado Los siete guerreros Nortumbrios. Enigmas y escritos en la lápida de Jorge Luis Borges.  Buenos Aires. Emece. 2011.

Pero el relato de mi paseo borgeano en Ginebra  no termina acá. Cuando comenté a gente de la Embajada Argentina que había ido a ver la tumba del maestro, alguien me habló de la placa que había en la Gran Rue en el lugar donde había vivido. Al día siguiente, temprano, porque a mediodía salía mi avión de vuelta a Madrid, en un día lluvioso me tomé el bus que me llevaría a la Ciudad Vieja.


Empecé a caminar por la Gran Rue, luego de bajarme del autobus, y empezó a garuar. No tenía paraguas e iba observando para descubrir dónde estaría la placa. La Gran Rue es pequeña, algunas cuadras dura. Es de las zonas más lindas de la ciudad y la estaba descubriendo, luego de muchos viajes, gracias al maestro.  En un momento, me doy vuelta y veo una placa en una esquina. Me acerco y leo que está escrito el nombre.
 "En el 28 de la Grand Rue vivió el escritor Jorge Luis Borges, 1899-1986".  "De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad". 

Terminé en el café que está unas cuadras más allá en la misma calle, donde la Grand Rue se cruza con la rue Saint Pierre, que según dicen le gustaba mucho al maestro, el Café del Hotel de Ville, de una calidez indescriptible pero observable en la foto.Ahí, mientras tomaba un café, pensé que si en la Argentina se planteara el debate sobre la restitución de los restos de Borges, yo me opondría. Con toda la convicción de la que sea capaz.
A Jorge Luis Borges. 2/10/12"Maestro, con humildad y admiración profunda, contemplo la piedra y el pedazo de tierra que hoy lo muestran al mundo terrenal en esta vieja y señorial ciudad en la que decidió descansar eternamente, y no puedo djar de pensar qué es lo que cuenta este hecho: un joven argentino que le agradece su literatura y su infinita ironía frente a la vida, contemplando su tumba y escribiendo estas espontaneas líneas que dejará acá"Federico Poli
Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".