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La 17° Exhibición Internacional de Arquitectura de La Bienal de Venecia 2021 abrió sus puertas desde el miércoles 22 de mayo hasta el domingo 21 de noviembre, tras postergarse en varias fechas debido a la pandemia. Bajo la consigna “¿Cómo viviremos mejor juntos?”, propuesta por el curador de la bienal, Hashim Sarkis, Uruguay presentó su pabellón Próximamente. Visiones desde el territorio mínimo, donde una mesa blanca vacía invita a tomar asiento y participar de conversaciones virtuales en tiempos en que las cercanías humanas han entrado en crisis.
La participación de este envío está organizada e impulsada por el Ministerio de Educación y Cultura a través de la Dirección Nacional de Cultura y su Instituto Nacional de Artes Visuales, el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, y Uruguay XXI. El equipo curatorial está constituido por los arquitectos Federico Lagomarsino y Federico Lapeyre y la psicóloga licenciada en Filosofía Lourdes Silva, quienes coincidieron en 2019 como ganadores de un concurso que proponía homenajear la memoria del expenal de Punta Carretas. “Lo que propusimos fue una mesa negra como un dispositivo de interfaz entre la libertad y el encierro, entre los familiares y los presos”, explica Lagomarsino en relación a aquel proyecto que los unió como grupo y propició este paralelismo opuesto: mientras que en Montevideo construyeron la mesa negra, contenedora de la memoria y el pasado, a Venecia viajan con una mesa blanca que simboliza la convivencia hacia el futuro.
Entendida como el evento mínimo que puede propiciar la arquitectura -un espacio donde convive lo doméstico y lo territorial-, esta mesa de generosa estructura (2.40 metros x 2.40 metros) fue concebida para una fabricación digital, de manera de poder replicarla en la bienal sin necesidad de traslados que incrementen costos. Está realizada con placas de MDF con melamínico blanco de 36 mm y compuesta por cuatro módulos y ocho patas. Una particularidad de esta estructura es que es totalmente desarmable, es decir, sus piezas están sueltas y se unen mediante encastres.
La mesa presente en Venecia es una mesa gemela a la que se construyó en Montevideo para rodar una serie de conversaciones de diferentes temáticas que luego se proyectarían en las paredes del pabellón. Las temáticas de las conversaciones reproducidas son extremadamente locales, aunque recorren temas de relevancia global como la migración, la sustentabilidad, la vigilancia y otros tópicos de agenda contemporánea. Próximamente ensaya una respuesta reflexiva a la interrogante de la bienal, a través de una propuesta inversiva que refiere no solo a una cercanía espacial sino también temporal en un contexto en el que la convivencia ha entrado en crisis por la emergencia sanitaria a nivel mundial. (Una curiosidad: el proyecto se gestó durante el año 2019 cuando el coronavirus aun no era noticia. Los mismos curadores del pabellón se sorprenden ante la elocuencia de “anticipar” que las conversaciones virtuales serían la clave del mundo pospandemia).
En un encuentro con Ministerio de Diseño, el equipo curatorial del pabellón de Uruguay conversó sobre el proceso de producción y gestión de un proyecto que evolucionó con la pandemia, sus principales dinámicas y el porqué de una elección más conceptual que lúdica para una representación nacional.
https://www.xn--ministeriodediseo-uxb.com/ministerio2/wp-content/uploads/2021/07/Video_Architettura-2021_BSP_Uruguay.mp4¿Cuáles eran los requisitos de la bienal para que aplique un proyecto?
FLG: Primero debo aclarar que la particularidad de Uruguay es que desde 1960 tiene la ventaja de contar con una infraestructura, un edificio en la bienal. Junto con Brasil y Venezuela son los únicos países latinoamericanos que tienen un edificio y esto es muy relevante porque los otros países de la región tienen que alquilar un espacio, lo que implica otro presupuesto de participación. El requisito de esta bienal es un eje curatorial o un tema disparador propuesto mediante la pregunta “¿Cómo viviremos mejor juntos?”. En general la bienal plantea titulares que provocan la creación de contenidos y en esta edición en particular la reflexión cobra más sentido porque la convivencia ha sido puesta en crisis. Es la primera vez que la premisa es una pregunta, lo cual insta a que el público de la bienal ingrese buscando encontrar respuestas. Incluso nosotros al recorrer los pabellones nos preguntamos si responden o no a esta pregunta tan amplia. Y esa dimensión es muy interesante y no se había dado hasta al momento.
¿Cuál es el planteamiento del pabellón uruguayo?
FLG: Esta es nuestra segunda mesa como equipo, pero hay una restricción interesante sobre la cual venimos trabajando: la mesa como el gesto mínimo que puede proponer la arquitectura. Además, también es un lugar de convivencia para reunirse con familiares y amigos, discutir y divertirse, y hasta para trabajar. Todo esto cobra mayor sentido en esta bienal que propone cómo viviremos juntos. Viviremos juntos sentados en una mesa, conversando y discutiendo sobre el futuro. En cuanto a la estructura, es un pabellón bastante simple. Lo primero que ese ve es una invitación, ni siquiera un texto curatorial, que sugiere ingresar, sentarse en la mesa y participar de una conversación en un momento en el que la proximidad es cuestionada. Una vez dentro está la mesa y cuatro sillas. Las paredes están iluminadas y la mesa también, por lo que de alguna manera se propone una instalación inmersiva donde se visualiza una serie de conversaciones, diálogos y debates, que nosotros realizamos y registramos en Montevideo y los desplegamos ahí adentro a través de proyectores. De algún modo quien ingresa al pabellón participa de estas mesas de diálogo. Uno viene de un exterior de distanciamiento social y protocolos sanitarios a un interior de un pabellón con mucha gente virtualmente hablando. Nosotros hablamos de la idea de pabellón aglomerado.
LS: Es una especie de dispositivo que se despliega en tres elementos. Por un lado, la construcción de este set en Uruguay, que ofició de laboratorio de producción de contenidos audiovisuales; por el otro, el archivo que se gesta a partir de esos rodajes en donde se comentaron temáticas con ancla local, pero también con escala global; y, por último, la instalación con esta condición inmersiva en el pabellón. Es como una triangulación y el dispositivo necesita de esto para operar.
¿Cómo fue el proceso de producción y registro de esos contenidos?
LS: Nosotros rodamos en el Instituto Nacional de Artes Escénicas unas diez conversaciones que se registraron con una cámara 360. La mesa que diseñamos y construimos se edificó alrededor de esa cámara, que era el eje a través del cual se documentaba la situación. Cada una de esas charlas tuvo invitados con experticias particulares, actores políticos, sociales y culturales de distintas disciplinas para debatir sobre distintas cuestiones. Lo que aparece desplegado en las paredes de Venecia es una síntesis de ese registro en un trailer que tiene una duración aproximada de 14 minutos. Son las “conversaciones imposibles” porque no se dieron de forma simultánea. Pero en el pabellón vemos un gran diálogo polifónico en el que los antropólogos se encuentran con los niños.
FLP: Ese trailer se descompuso en cuatro canales de proyección, de manera que los cuatro lados de la mesa se proyectan en cada una de las cuatro paredes del pabellón. La idea es que cuando el visitante se sienta en esa mesa pueda ver a las personas conversando a su alrededor, con la misma ubicación que lo hicieron en el diálogo presencial.
LS: Los invitados virtuales pertenecen a campos disciplinares muy diversos, por lo que los modos de acercamiento a las problemáticas suman a la disciplina arquitectónica, pero a su vez la potencian y la hacen explorar otros territorios.
¿Cómo fue evolucionando el discurso curatorial en el marco de la pandemia?
FLG: La convocatoria a las participaciones nacionales fue en 2019. Ese año ganamos el concurso y la fecha de exposición se postergó en tres ocasiones, concretándose recién en mayo de 2021. Ese contexto hizo que inevitablemente todos los envíos nacionales hicieran una reflexión. Los contenidos fueron atravesados por la pandemia. Nosotros arrancamos con ese disparador de mesa negra/mesa blanca y registramos las conversaciones en el límite del comienzo de la pandemia por lo que en algunas charlas ya aparecía ese tema porque era inminente su llegada al país. En todo ese año que tuvimos el tiempo necesario para reflexionar fueron apareciendo algunos hallazgos. Uno de ellos tiene que ver con que creemos que el proyecto visionó el formato de la videoconferencia por zoom por ejemplo. Nuestra propuesta plantea en cierto modo esta idea de bustos parlantes recortados, porque la cámara filma de la mesa para arriba, muy parecido a lo que estamos viendo ahora mientras nosotros mismos tenemos esta entrevista virtual. Otra reflexión que hacemos durante este proceso tiene que ver con la idea de pabellón aglomerado frente a un exterior de distanciamiento social.
FLP: Cuando el visitante entra al pabellón se encuentra con 15 o 20 personas alrededor, cuando el aforo indica que está limitado a cuatro personas. Esa aglomeración es virtual y desafía a pensar en cómo juega la virtualidad en la arquitectura en esta situación de pandemia.
¿Cuál creen que es el aporte más valioso del pabellón?
FLP: Sin dudas, la infinidad de reflexiones que se dieron en cada uno de los capítulos intentando responder a la pregunta que planteó el curador principal en esto de proyectarnos hacia un futuro. Ese cuerpo de reflexiones hace pensar en diferentes líneas y planificar el porvenir a partir de eso, tanto desde la arquitectura como desde otras disciplinas. Por otro lado, un descubrimiento elocuente que terminó siendo no planificado es ese juego entre la arquitectura y la virtualidad de la pandemia, que entendemos es un disparador para reflexionar sobre la relación que existe hoy entre la espacialidad, la virtualidad y lo vínculos humanos. Esto de que la arquitectura te puede aportar una mesa donde se da una aglomeración que no es física sino virtual.
LS: En relación a esto, entendemos que el proyecto pone en tensión la materialidad arquitectónica porque es excesivamente contemporáneo en su modo de disposición de los elementos. Creo que el aporte sustancial de Próximamente también es disciplinar, ya que para desarrollar algunos elementos nos remitimos a leer ciertos fundamentos de otros envíos a la bienal. Y hacer esa especie de genealogía nos permitió releer algunos elementos conceptuales y volverlos a colocar en discusión. Entonces uno de los aportes de esta propuesta es al campo de investigación local y no solamente en la disciplina arquitectónica. Es muy generoso el proyecto, se abre a muchas posibilidades de investigación.
FLG: Hay un estudio que se llama AMO, de Rem Koolhaas, que lo que hace es trabajar temas que no son de la arquitectura con medios arquitectónicos. Y un poco nosotros también utilizamos esta estrategia. No hay invitados que vengan de la disciplina arquitectónica en nuestras mesas, la arquitectura en este caso es el espacio, el dispositivo que permite la reunión y el ejercicio de convivencia para traer a debate estos temas que sí son de relevancia para la disciplina y para la construcción de ciudades.
Algunos otros pabellones optan por un camino de comunicación más directo -y hasta lúdico si se quiere-. ¿De qué forma creen opera una propuesta más bien conceptual en una exhibición como esta?
FLG: Creo que plantea una idea muy simple. El consumo del pabellón es muy simple. Uno se va de Uruguay con una idea muy clara y una imagen potente de una mesa iluminada donde suceden conversaciones. La profundidad está en la posibilidad de ahondar en esas temáticas si así se quiere. Pero el proyecto de por sí plantea una intervención muy simple que luego abre la puerta a debates con un cierto espesor. El propósito es comunicar rápido una idea importante a nivel internacional, pero también ofrecer a nuestro país conocimiento e investigación.
FLP: Una de las fortalezas del proyecto es que como está planteado tiene distintos grados de aproximación. Siendo visitante podés pasar y sentarte 30 segundos, irte y reflexionar sobre un tema; quedarte los 14 minutos que dura el trailer y tener un pantallazo general de todos los tópicos; o incluso no visitar el pabellón y aun así tener una aproximación a estas conversaciones que van a estar colgadas online o que pueden leerse en un catálogo de desgrabación. Hay distintos grados de involucrarse y todos funcionan.
¿Por qué tiene sentido algo así como producción nacional?
FLP: Hay dos respuestas claras. La primera son los recursos disponibles: tenés que tratar de generar, en un universo de mucho impacto visual y tecnológico, una cierta captación de público con un monto disponible muy reducido en relación al que tienen los otros pabellones. Hay que tratar de generar el mayor impacto gastando lo menos posible, y eso es un factor común a todas las exposiciones de Uruguay. Y la segunda causa tiene que ver con esto que comentaba Lourdes, que a la hora de presentar la propuesta estuvimos haciendo un estudio de lo que fue la genealogía de envíos anteriores de la bienal, que era una de las premisas que se proponían en las bases del concurso de 2019. Entonces incorporamos estrategias de proyectos anteriores, repensándolas en función de nuestro objetivo, y teniendo en cuenta que en ellos también se jugó con los mismos recursos. A esto responde un poco la apuesta a lo audiovisual más que a lo matérico, porque si se quiere lo único que está construido en el pabellón uruguayo es la mesa. Que de por sí es una gran construcción.
¿Cómo creen que la obra interpela al público de la bienal, tanto visitantes como profesionales?
LS: En definitiva, lo que llevamos a Venecia es una conversación. Y esa conversación en sí misma es un evento espacial. Hay algo que se practica, que se percibe, que se representa, entonces tiene las condiciones de la producción espacial. A nivel de practicas contemporáneas también es relevante pensar cómo la arquitectura se puede desmaterializar y producir este tipo de eventos que interpelan el hecho arquitectónico en su materialidad. En esto de que lo único que tenemos es una mesa que también interpela las formas constructivas de una mesa “tipo” porque es extremadamente contemporánea. Entonces es un proyecto que ofrece visiones sobre nuevos futuros posibles, pero también sobre nuevos contratos espaciales. De hecho, el texto curatorial invita a los profesionales de la arquitectura a idear nuevos contratos espaciales. En esta búsqueda de los espacios para ser vividos y cómo van a ser vividos, el pabellón propone interactuar con otras personas, pero de forma virtual. Interpela también la situación física y presenta un campo intermedio entre lo que es la virtualidad y la presencialidad, por decirlo de alguna manera.
¿Por qué es importante para Uruguay tener presencia en la Bienal?
FLG: La bienal de Venecia es una de las fundaciones culturales más antiguas y de mayor prestigio. Compartir el espacio en una arena internacional es de gran valor, y no solo estar sino tener un edificio en la misma avenida junto con países como Alemania, Francia o Dinamarca. Además, la bienal tiene como objetivo compartir los imaginarios de la arquitectura y el arte desde un lugar cultural, por lo que es un espacio para dar a conocer nuestro pensamiento hacia determinados temas y exponerlo a profesionales. En este caso tuvimos el privilegio de estar ahí, compartir nuestro proyecto y por sobre todo aprender. Siempre es difícil medir el valor de estar presente en uno de estos espacios, pero no estarlo seguramente es peor.
¿Existen interacciones concretas entre los países durante el proceso de exhibición?
FLG: Esta es una bienal muy particular porque estuvo marcada por la no presencia. De hecho, la ceremonia inaugural fue muy acotada a diferencia de ediciones anteriores donde se compartía un brindis. Acá se dio lo que sucedió a nivel global en todos los eventos. Tuvimos un montón de tiempo para potencialmente conocer a muchas personas durante ese año que se postergó, a través de distintas reuniones en las que participaban todos los países; pero después a nivel presencial la situación es distinta. Me gustaría decir que se realizan redes claras. Hoy lo que tenemos es una base de datos enorme de colegas y otros profesionales, que es supervalioso. La realidad es que allá nos conocimos muy bien entre nosotros tres y a nuestros proveedores.
FLP: En esto del proceso extendido y postergado por la pandemia, una de las cosas buenas fue que se creó el Curators Collective a partir de reuniones con autoridades de la bienal, donde participaban todos los curadores de los pabellones. Eso permitió un intercambio entre los expositores de distintos países, siempre de forma virtual. Nos quedó ese debe de poder vincularnos de forma más libre en la exposición y conocer de primera mano a los curadores, porque las relaciones estaban bastante limitadas y también porque muchos no pudieron viajar desde sus países. Aunque ahora se está planteando que los que no pudieron ir puedan tener una instancia de reinauguración de su pabellón.
Desde el punto de vista crítico, ¿cuáles creen que son los proyectos más destacados?
FLP: Es una pregunta difícil porque todavía no está definido el León de Oro. Hay un trabajo impresionante por cada una de las intervenciones. Cuando empezás a involucrarte con lo que propone cada uno de los proyectos, es imponente el profesionalismo. Aparte, entiendo que todos los proyectos están “engordados” porque tuvieron como un año más para ser trabajados. Y un año que invitó mucho a la reflexión. Así que en general es una bienal muy rica a nivel conceptual. Hay apuestas desde lo tecnológico y puesta en escena, con recursos y capacidades creativas que están buenísimas. A titulo personal me gustó mucho el pabellón de Austria que tiene una propuesta muy particular.
LS: Una particularidad es que por el contexto pandémico la forma de construcción de los públicos y los contenidos cambió bastante. Es una bienal sin programas públicos presenciales, que en sus presentaciones expositivas se vio modificada por la virtualización. Nosotros hablamos de la “bienal de los QR” porque la mayor parte de los contenidos están circunscriptos a códigos QR. Hay como nuevos hechos arquitectónicos de condición digital, donde por ejemplo el QR se transforma en casi un evento arquitectónico en sí. Y eso fue transversal a varios proyectos. Los pabellones son esos contenedores de imaginarios de cada país, así que nuestro mayor vínculo fue con los contenidos procurados por humanos en cada pabellón. Y eso es sumamente rico porque habla de las políticas culturales de cada país y cómo se involucran con ciertas temáticas, conectándonos con el estado del arte en distintas regiones. Porque la bienal en cierto modo es una especie de gran territorio geopolítico donde están todos los países, hay discusiones y también un premio.
LGP: Había un proyecto que lo construyó el arquitecto chileno Aravena, que no es un pabellón, pero sí una construcción, que básicamente habla de que en español no hay dos términos para diferenciar el planeta Tierra del territorio, como sí los hay en inglés –earth y land-. Él dice que quizás sea por eso que en América Latina haya tantas producciones sobre de quién es la Tierra. Es un proyecto reinteresante de una singularidad muy amplia que está construido por unas estructuras de tronco con 15 metros de alto. Además, reconstruye un parlamento mapuche donde generaban instancias de reunión para debatir los problemas de sus pueblos. Hay un elemento bastante relevante que creo que alude muy bien al tema de la curaduría, trayendo una estrategia muy antigua como el parlamento y la conversación. Que finalmente también es una de nuestras estrategias.
LS: Hubo temáticas que fueron transversales a varios pabellones, tanto de representaciones nacionales como de proyectos individuales. Y tiene que ver con temas que se repitieron insistentemente como la cuestión asociada al medio ambiente y la sustentabilidad, con reflexiones de sumo pesimismo en relación a ellos. Luego, una línea reflexiva en torno a relatos del poshumanismo y el transhumanismo, y la relación que esas nuevas conceptualizaciones filosóficas tienen con la arquitectura.
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