Las ciudades pequeñas adquieren otra dimensión cuando se les ve de noche. La mayoría de los lugares están cerrados, pero aún hay gente por ahí caminando hacia algún bar o conversando mientras cenan. La ciudad entra en un sopor quieto, en un silencio que permite distinguir sus otros sonidos: el del tranvía, el de las bicicletas, el de los pasos apurados, el de la música agazapada en algún callejón. Entonces, cuando se vive de día y las calles se llenan de movimiento, de otros ruidos, nos queda la sensación de estar ante otra ciudad en la que es mucho más fácil desandar. Si ya la vimos vacía, ahora solo nos queda armar las piezas.
Eso me pasó con Montpellier, esa ciudad al sur de Francia a la que llegué de noche y me cautivó, tanto, que iba escribiendo un diario mientras los días pasaban. Un diario que contaba mi viaje más íntimo con la ciudad. Me dejé llevar por sus callejones antiguos, los edificios modernos, sus espacios naturales, los viñedos y por el Mediterráneo que está siempre ahí, a un lado, como para escapar de la rutina. Si bien es una ciudad con vibra juvenil, Montpellier también es remanso de descanso para quienes deseen llevar una vida tranquila, en un lugar sin mucho ajetreo. Es pequeña y dicen que es una de las ciudades menos atractivas de Francia, pero ya ven, en el código amatorio de ciudades nada está escrito y la verdad es que las ciudades no están ahí para complacernos, si no para mostrarse tal cual son y ya será cuestión de cada uno ir en sintonía, o no, con lo que nos vamos encontrando.
Quizá el primer punto de referencia en Montpellier sea la Place de la Comédie, en el Écusson, el centro histórico de la ciudad y, curiosamente, uno de los espacios peatonales más amplios de toda Europa. Allí confluyen los tranvías, es el punto de encuentro para ir a cualquier otro barrio como Beaux Arts, Figuerolles o Arceaux; es el inicio de las calles medievales, de las terrazas, de las conversaciones largas. Muchas cosas ocurren allí: música, performances, visitas guiadas y por eso hay que verla apenas llegar, para que Montpellier se vaya extendiendo en la mirada.
Luego, la mejor forma de caminar por el Écusson, es sorteando los callejones sin mucho orden. Así se puede desembocar en la Catedral Saint-Pierre, contigua a la Facultad de Medicina, famosa por su estructura con gárgolas; seguir hacia la calle Foch y tener la mejor perspectiva del Arco de Triunfo y la Place Royale du Peyrou donde van a reunirse a hacer picnics, caminar y correr aprovechando los buenos días de sol. Todo esto, mientras se aprecian los balcones, los patios, la ópera, las tiendas de antigüedades y varias curiosidades más como el Museo Languedocien, el Museo du Vieux (de entrada gratuita ambos) o el Museo Fabre de Montpellier Mediterranée Métropole, considerado uno de los más importantes museos de bellas artes en Francia y donde se pueden entender los mil años de historia de la ciudad, sus construcciones y la belleza de sus diseños.
En ese ir y venir de un lado a otro, no hay que dejar de ver el Jardin des Plantes, muy cerca de la Facultad de Medicina, pues es el jardín botánico más antiguo de Francia (1593) y la Esplanade Charles de Gaulle con sus cafés, tranquilidad, monumentos y paso a otras calles medievales; y otros edificios emblemáticos como el Palais de Justice (1853), el Couvent des Ursulines (1641) o el Le Corum (1968) que es el actual Palacio de Congresos.
Más allá de los callejones, aparece el Montpellier contemporáneo. Una ciudad dentro de la ciudad que se llena de luces, compras, arquitectura futurista y muchos espacios para descansar al lado del río Lez que atraviesa la ciudad, al mismo tiempo que la alimenta de agua potable. O también se puede llegar a sitios curiosos y con buena vibra como el Marche du Lez y desde ahí volver a la ciudad -caminando o en bicicleta- para ver todos sus contrastes. Yo hice este recorrido un domingo, con mucha calma, y es uno de los días que recuerdo con más cariño del paso por la ciudad.
De este lado de Montpellier, todos hablarán del Odysseum, un centro comercial que se vuelve referencia absoluta para andar por ahí -sobre todo si necesitas un baño con urgencia-, pero también aparecen l a Place du XXe siécle con diez estatuas que simbolizan las ideas del siglo XX; o las casas de campo que están allí desde finales del siglo XVII, para que de esta manera Montpellier se nos vuelva una interrogante, un libro abierto que provoca leer de prisa para no perdernos de nada.
Otro buen día es cuando fui a ver el Mediterráneo. Apenas a 11 kilómetros del centro de la ciudad, está el mar para que se nos olvide todo lo demás. Lo mejor es que para llegar a playas como Carnos, La Grande-Motte, Le Grau-du-Roi, Palavas-les-Flots, Villeneuve-les-Maguelone o Frontignan, hay líneas de autobuses y tranvías de fácil acceso, además de la posibilidad de alquilar bicicletas y pasar un día distinto. Entonces, allí en la arena, mientras te llenas de sol y brisa, Montpellier se ve a lo lejos, como una invitación silenciosa para seguir caminando por todos sus rincones, tan llenos de historia y quietud.
Escribo esto mientras miro el mapa con detenimiento. Tengo sitios marcados a los que no llegué a ir y otros por los que pasé muchas veces durante esos diez días de fría primavera y son los que menciono aquí, en este recorrido fugaz. No podía quejarme; a pesar del frío, fue en Montpellier donde pude, por fin, quitarme el abrigo dos o tres días y sentir un poco más el sol. Me sentí agradecida con esa ciudad que me recibió de noche y en la que entendí que a veces, está bien parar y reconocer que el viaje cansa, que no quieres ir más allá, que está bien volver. Pero eso es otro cuento y algo de eso también conté en mi diario breve desde Montpellier.
- En la oficina de turismo, que está en la Place de la Comédie, pueden comprar una City Card por 24h. El precio es de 13, 50€ y con su uso tienes un tour histórico, acceso gratis al transporte, entradas a algunos lugares y muchos descuentos para degustaciones, restaurantes y tiendas que van entre el 5% y el 40% Si van a estar uno o dos días en la ciudad, puede que valga la pena si son conscientes de que tienen que aprovechar al máximo el día. Si se quedan más tiempo, entonces mejor vayan a su ritmo.
- Hay pocas opciones de hostales en la ciudad y el precio por noche, es sobre los 20€. Se sabe, Francia no es económica. Yo hice couchsurfing no oficial. Es decir, me quedé en casa de una amiga que estaba trabajando como au pair y no tuve que pagar hospedaje.
- La ciudad es pequeña y está muy bien conectada por el tranvía y la red de autobuses. Es posible llegar a las zonas más alejadas sin ningún problema. La red de transporte TAM, te permite comprar un ticket que dura 1 hora y con el que te puedes subir a autobuses o tranvía las veces que sea en ese tiempo; y también pueden comprar un ticket de 10 viajes, que resulta mejor si la estancia es de varios días. Para ir a las playas o pueblos cercanos, deben utilizar la red de transporte Hérault. El trayecto son apenas 1,60€ o también pueden comprar tickets de 10 viajes. El transporte es puntual y funciona muy bien.
- La mayoría de los museos de Montpellier son de acceso gratuito.
- El vino, como en toda Francia, es protagonista en la ciudad. Por lo que es posible hacer recorridos a viñedos, asistir a alguna cata y probar muchas variedades. Si les gusta el vino, van a disfrutarlo un montón.