Reconozco que anduve excitado desde el día en que supe
que Rupert Murdoch nos visitaría en “Fort Wapping”. La noche anterior la pasé
en la redacción y apenas pude hilvanar unas cabezadas sobre la mesa. Comprobé
decenas de veces en mi ordenador que los archivos estuvieran convenientemente
borrados, pero no tenía la certeza de que estos no estuvieran en el servidor
del SUN.
En la redacción se decía que los de sistemas llevaban semanas
haciendo rastreos y copias en presencia de un par de individuos encorbatados.
Moore, mi compañero de sucesos y tribunales, dijo que se había cruzado con uno
de ellos y que se parecía a un ex poli
de Scotland Yard que había conocido y que se había pasado a los de anticorrupción de la City.
Todos estábamos prevenidos de que
nuestros correos electrónicos estaban siendo monitorizados y ,con seguridad, las
conversaciones telefónicas también. Mis confidentes ya no querían ponerse al
teléfono y yo seguía la
información de tribunales por las agencias. El fiscal Thorpe , una de mis
mejores fuentes en la Corte de Justicia londinense, que tantos favores me
debía, había desaparecido como llevado por el diablo, sin dejar rastro.
Fitz, mi jefe, llevaba detenido
varios días. No sabía a ciencia cierta que es lo que tenían contra él. Se
hablaba de treinta mil libras que habrían ido a parar a un poli…pero yo no
sabía de qué caso se trataba.. Le dí mil vueltas a los reportajes que me había
encargado en los últimos meses, repasé sus mails y mis notas…y nada de nada. ¿Entonces por
qué estaba tan acojonado?, no tenía razones para preocuparme, me dije.
En la redacción habíamos celebrado
varias asambleas pidiendo querestituyeran los sueldos a los cinco detenidos mientras no se demostrara
su culpabilidad. El gerente y los ejecutivos del diario no sabían como reaccionar
ante nuestras acusaciones de que estaban violando nuestras
fuentes al ofrecérselas a la poli y estaban perdiendo el control de la
situación. La tensión era tal que sabíamos que solo Murdoch podía arreglarlo.
Estábamos convencidos que su visita devolvería el sueldo a nuestros compañeros,
entre ellos mi jefe, pero sabíamos que nuestros documentos seguirían fluyendo
hacia la poli con la intensidad del Thames bajo el Tower Bridge : Era el pacto
que el editor tenía con el gobierno para que la investigación no descendiera
hasta las cloacas.
Dos horas antes de que Murdoch se
paseara por la sala de redacción ya había recibido un mail de él dirigido a
todo el personal con” la de cal y la de arena”. Además los de administración se habían ocupado
de lanzar el rumor de que en breve aparecería una edición dominical del SUN
como demostración incontestable de que el jefe apostaba por el diario. Todo
bien preparado. Así callaba las bocas de los que decían que nos cerraban como
al News . “Este cuando viene no se anda con hostias, nos va a chapar con la
excusa del lío”, decía Jasón Veller, el más sindicalista de todos.Le llamábamos lío a lo de los sobornos.
Nos parecía más llevadero frente a otros colegas y hasta para la familia y los
amigos.
Murdoch entró flanqueado por el
director y el gerente, también le acompañaban un par de personas que no
reconocí. Se mostraba sonrientesaludando a todo el mundo. Cuando llegó a mi mesa me tendió la mano y su
cara arrugada se tornó en una expresión acartonada e inescrutable para mí. Hice
ademán de levantarme y él tocó mi hombro para que no lo hiciese: “Siga con lo suyo señor”. Fueron solo unos segundos. Luego
siguió hacia la mesa de Mariam , la de deportes,situándose detrás de mí.
Instintivamente, con un gesto
torpe, tapé con el diario la pantalla de mi ordenador. Murdoch se apercibió del
hecho y posando de nuevo su mano sobre mi hombro me dijo: “The SUN no debe
ocultar ninguna información… ¿y usted? “
Para cuando fui capaz de
reaccionar, Rupert Murdoch ya había salido de la redacción. Por la noche, a
pesar del cansancio, tampoco pude dormir.