Faltaban veinte minutos para recoger a mi pequeña. Camine dejando atrás la Avenida.Ya se vislumbraba la verja de hierro que separaba el ruidoso tráfico de la calle Alcalá, del sosiego y la quietud del bosque:
“La Quinta de los Molinos”.
Cogí aire, respiré profundamente y me deje embriagar por tan mágico momento.
¡Que paisaje tan lindo! Cómo había cambiado, parecía encontrarme en alguna de las pequeñas cumbres de la Sierra de Guadarrama.
No dude un instante y baje por el paseo de los almendros, mis pies se cubrieron de blanca espuma, ¡que frío! (No iba adecuadamente calzada).
Las ramas arqueadas de los arbustos a ambos lados del paseo, parecían querer librarse de tan fría y pesada carga.
Ya era tarde, hora de recogida. No pude evitar mirar atrás mientras era engullida de nuevo por la civilización.
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