Con Francisco Franco, España era un reino sin corona. El dictador se arrogó el papel de la difícil regencia de un país anómalo, cainita con más testosterona que cerebrina. Eso fue España desde que, brincando el Ebro, Franco dió prácticamente por finiquitada la Guerra, con gran boato de banderitas españolas en la Diagonal, muchos nazimbéciles saltando los Pirineos sabiendo lo que les esperaba de quedarse en España y sobretodo enemigos a tutiplén de España autodepurándose con el autoexilio. Justamente aquellos cuyos descendientes, ocho décadas después, han hecho lo imposible, por destruir el país, desde el establecimiento de un sistema dictatorial encubierto en una falsa dictadura, a un sistema económicamente insoportable cómo las Comunidades Autónomas y el empobrecimiento mental de una sociedad que antaño soportaba todo con estoíca resignación y hoy, imbecilizada, manipulada, inmersa en la decadencia cultural y mental tan sólo busca subvención, fútbol y prensa del corazón. Más información »