El prólogo que el propio Kertesz incluye en el libro explica casi todo, y también siembra algunas dudas sobre si éste es el libro más adecuado para conocer al autor húngaro, Nobel de literatura en 2002. Con encomiable honradez, reconoce que -siendo él un escritor que escribe sobre sus vivencias (especialmente el Holocausto que padeció en un Campo de concentración)- este libro lo construyó como obligación, para rellenar un volumen y poder publicar su novela El rastreador.
Curioso origen: forzado por sus censores construye un implacable e inteligente relato dentro de una dictadura y sobre uno de sus resortes, pero elude (de modo inexplicable) a esa misma censura situando la acción en un país sudamericano. La estupidez suprema, como si todas las dictaduras y todas las represiones no fuesen iguales.
No se lleven a engaño, no es un relato policíaco, sino un relato sobre la peor policía: la política, la represora que todos los sistemas totalitarios han utilizado. Tomando el relato de uno de ellos que espera juicio, construye una breve pero intensa historia de abuso y represión. Absurda y sinsentido. Como la historia misma.
Si en quince días y casi como obligación este hombre escribe así, no deberíamos, ustedes y yo, de dejarlo pasar. Una honesta aspiración más para el nuevo año.
Algo habrá que hacer mientras los Mercados, los Gobiernos y la madre que los parió intentan solucionar la crisis que no supieron prever ni solucionar a tiempo dando estopa siempre a los mismos. En fin, el lobo cuidando de las ovejas.
Ahhhhh, y Feliz Año.