Revista Insólito

Un rincón de la Montaña Palentina (II)

Publicado el 22 enero 2025 por Monpalentina @FFroi

En la Montaña Palentina, la siembra de las patatas no era simplemente una labor del campo, sino un acto colectivo que unía a la familia y en torno a la tierra. Desde temprano en la primavera, cuando los días comenzaban a alargarse y la escarcha retrocedía, se iniciaban los preparativos. La tierra, que había permanecido dormida durante el invierno, debía ser despertada con cuidado y fuerza.

JOSÉ LUIS ESTALAYO

DESDE MÉXICO

Un rincón de la Montaña Palentina (II)


Primero, el terreno se preparaba rompiendo los cabones endurecidos por el frío con el escabacho, una herramienta simple pero eficaz, manejada con habilidad por manos curtidas. Después, venía el abono, donde el estiércol acumulado durante meses de las vacas y las ovejas se esparcía por el campo. Ese olor fuerte que llenaba el aire no era más que el anuncio de que la tierra estaba lista para recibir vida nueva.

Un rincón de la Montaña Palentina (II)

El arado, tirado por dos vacas tudancas, abría los surcos con una precisión casi ceremonial. Los animales, obedientes y pacientes, avanzaban lentamente mientras alguien los guiaba con firmeza y cariño. La familia entera estaba allí: los mayores dirigían el trabajo y los niños observaban, aprendiendo sin darse cuenta. Cada surco era un pequeño canal de esperanza, un espacio donde las semillas echarían raíces y prometerían el sustento para los meses venideros.

Un rincón de la Montaña Palentina (II)


Las patatas de siembra eran seleccionadas con cuidado. Se revisaban para asegurarse de que cada trozo tuviera al menos un "ojo", esa pequeña protuberancia que sería la clave para que la planta brotara. Con cuchillos afilados, las patatas se partían, y la familia trabajaba como en una cadena: unos cortaban, otros colocaban los trozos en los surcos, y finalmente se cubrían con tierra. No había prisa, pero sí un ritmo constante y una energía compartida que hacía que el esfuerzo se sintiera más ligero.

Un rincón de la Montaña Palentina (II)


Una vez plantadas, el trabajo de la familia daba paso al de la naturaleza. Las lluvias de primavera y el sol del verano hacían lo suyo, y con el tiempo, las matas verdes comenzaban a crecer. Era un periodo de espera vigilante, durante el cual la familia observaba el progreso y protegía el cultivo de plagas y animales curiosos. Los días de trabajo daban paso a noches de descanso, donde las conversaciones giraban siempre en torno a la cosecha que vendría.

Un rincón de la Montaña Palentina (II)

Cuando llegaba el momento de recolectar, el campo se llenaba de risas y voces. Las matas se arrancaban con cuidado, y cada una era un cofre lleno de tesoros. Bajo la tierra, las patatas aparecían una a una: redondas, lisas, a veces torcidas, pero siempre bienvenidas. Algunas eran blancas, y otras, rojizas, que eran las más codiciadas por su sabor y textura. La tierra húmeda se pegaba a las manos, pero nadie se quejaba; al contrario, había un aire de alegría en cada descubrimiento.

Un rincón de la Montaña Palentina (II)

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