Revista Deportes
Mucha gente me pregunta que por qué soy del Barcelona. Mi familia ha sido siempre del Real Madrid por tradición. Al menos gran parte de ella. Todos ellos intentaron convencerme de adoptar el blanco como color de mi afición, ya cuando era apenas un joven de 5 años. Pero yo solo pensaba en un equipo que parecía distinto a los demás. Había una especie de aura alrededor de su afición que me hacía sentir diminuto e insignificante. Era un sentimiento.
Nunca sabré exactamente que tipo de sentimiento era, y aún no sabría describirlo. Siempre me dijeron que el Madrid era el equipo ganador, que el Barcelona siempre quedaba segundo, que no era tan bueno... y me abrumaban con más y más datos. Pero yo seguía en mis trece.
Pasaron los años y vi las peripecias de grandes jugadores en mi equipo, vi ganar ligas y vi perder el doble de ellas. Vi partidos memorables, partidos para olvidar, jóvenes estrellas y talentos que perduraban durante los años.
Pero había una sola cosa que no cambiaba nunca. El Camp Nou. Tuve la oportunidad de visitarlo 5 veces en mi vida, y las 5 veces fueron la mejor experiencia relacionada con este deporte que jamás tuve. Toda esa gente gritando, siguiendo los cantos de los Boixos (válgame el cielo, eran agresivos, pero eran los únicos que animaban del minuto 1 al 90). Sonaba el himno en todo el campo, era ensordecedor. El fútbol unía a 90.000 personas que tal vez no conociesen a nadie más allá del que tenían a su derecha o a si izquierda. Gente que podría discutir contigo de cualquier tema, pensar distinto... excepto del Barça.
Por eso el año pasado fue especial. Porque ese sentimiento, resentido, encontró oro donde tal vez no lo hubiesen esperado encontrar. Fue como descubrir el talento en un hijo, como encontrar el amor detrás del odio, la paz tras la guerra. Era el sentimiento, que volvía a su lugar.
Por eso recuerdo cuando fui con mi padre, del Madrid, a ver el Chelsea-FcBarcelona. Recuerdo cada instante del partido como si estuviese viéndolo ahora. Pero recuerdo a mi padre cogiendo la chaqueta de la silla del bar y diciendo: "Bueno hijo, esto se ha acabado". Y mientras se giraba, yo me levantaba lentamente, observando la televisión con mucha atención. La estaba viendo entrar, estaba viendo la jodida e insignificante pelota entrando en las redes de la portería. Y cuando me di cuenta, gritaba el gol tanto o más alto que el resto de los que allí estaban. Mi padre se giró hacia la televisión, me miró y dijo entre el griterío: "Tal vez un niño de 5 años fuese más inteligente que yo, pero no estoy dispuesto a admitirlo". Aquella fue una gran lección de como quedarse afónico en 10 segundos; fácil y rápido.
Cuando comenzó esta temporada, note algo raro. Note como todo el mundo estaba confundido. Realmente confundían el fútbol con el teatro, porque todos miraban jugar al Barça como si no tuviesen mas remedio que ganar. Y yo lo dije. Avisé.
Por eso, no fue hasta nuestro enfrentamiento en clasificatorias contra el Inter... cuando se dio cuenta el barcelonismo de que el fútbol seguía siendo fútbol. Y vuelve a ser de nuevo contra el Inter, en semifinales, cuando el barcelonismo debe recordarlo. Ganar al eterno rival no nos va a dar la Liga ni la Champions. Animar a nuestro equipo tampoco nos dará.
Pero lo que tengo claro, es que SEGURO que ayudará. Porque es el momento de que demostremos de que equipo somos. Es el momento de que nuestros jugadores sepan que su deber puede ser un placer, si jugamos todos juntos.