Revista Cultura y Ocio
Desde esta mañana se está preguntando cómo fue que vino a parar a este mundo. Habiendo otros, descubiertos o no, porque debe de haber otros mundos, piensa ella sin el menor atisbo de duda, otros mundos que apenas pueden imaginar los que viven en este mundo. ¿Por qué en la Tierra y no en Júpiter, o en Venus? ¿Por qué ser humano y no pez, o extraterrestre? ¿Por qué con un nombre propio y no con un nombre científico? ¿Por qué mujer y no hombre, o un híbrido de ambos? ¿Por qué en Venezuela y no en Groenlandia, o en Zambia?
La preguntadera inoficiosa dura el tiempo que tarda en la cola del tráfico mientras se dirige a su trabajo. Piensa que en Júpiter no habría sido sino una nube insignificante que se habría deshecho en unas cuantas horas, cuando mucho un rayoncito efímero de la Gran Mancha Roja, y el rojo no le gusta para nada, ni el color ni la ideología, el rojo le da mala espina. Sin embargo, no descarta algún antecedente jupiteriano en su estilo de vida antihorario. Todo lo contrario de haber nacido en Venus, donde el sol sale por el oeste y se oculta por el este, pero al menos gira en el sentido de las agujas del reloj, y es, además, el reino planetario de la diosa romana del amor. Sí, definitivamente, tendría que haber caído en Venus, entonces sería una extraterrestre auténtica en vez de un clon falso recompuesto postpartum a consecuencia de las circunstancias, y con certeza tendría un montón de amantes, uno para cada día del calendario, sin riesgo de aburrimiento ni de celos ridículos. Amor a la carta sin daños colaterales.
Por lo tanto, no se explica por qué entre tantos planetas, ella vino a caer en el más denso y gravitatorio del sistema solar, el único invadido, conquistado y sometido por la especie humana. Si hubiese sido pez, probablemente habría sido una beluga, y a estas horas estaría disparando chorros de agua al aire, migrando de un lado a otro y nadando en reversa para divertirse. La llamarían Delphinapterus leucas y tendría su hogar en el único lugar silencioso que hay en este mundo. No tendría que vestirse para ir a trabajar, porque andaría en cueros todo el tiempo, alimentándose de peces más pequeños y huyendo de los cazadores furtivos que navegan en los océanos, empeñados en desequilibrar el ecosistema. En ese caso, es muy probable que lideraría alguna asociación de peces antiterroristas que lucharían con sus aletas, sus colmillos y sus trompas contra los depredadores humanos. Un coletazo de cinco toneladas sería suficiente para volcar un barco y ahogar a esos imbéciles.
Más increíble aún es si hubiese nacido con cromosomas XYX o YXY, pues no sería ni mujer, ni hombre, ni lesbiana, ni gay, ni siquiera hermafrodita(o), sino un género extraño y diferente, con un aparato reproductor en las orejas, por ejemplo, una vagina en la oreja izquierda y un pene en la oreja derecha. Casi seguro que no podría rascarse las orejas en público, porque se vería feo, pero ¿quién adivinaría la localización de su intimidad? Se divertiría acariciándose los lóbulos en la parada del Metro, en la fila del cine y en las reuniones de trabajo. En lugar de bragas o calzoncillos usaría un gorro de invierno con orejeras. Lo mejor de todo es que podría concebir o engendrar con sólo ponerse unos audífonos. Determinaría el sexo, la fisonomía y el carácter de sus criaturas de acuerdo con lo que escuchara. Si deseara una niña linda y dócil, oiría a Celine Dion; si deseara un niño futbolista, le bastaría con escuchar la transmisión de un partido de fútbol en el que Messi anotara muchos goles. Sería una suerte de reproducción asistida, pero sin las complicaciones del proceso que se aplica para seres de este mundo.
Otra vida tendría de haber nacido en Groenlandia, donde hace tanto frío que hasta las ideas se le congelarían. Se le ocurre que podría vender cubos de ideohielo, que en cuanto entraran en contacto con el agua o con algún otro líquido, por ejemplo, whisky, ron o Coca-cola, proporcionaría a los bebedores cantidad de magníficas ideas. ¡Ni hablar de lo que pasaría si alguien se metiese en una tina llena de cubos de ideohielos! Hasta Google se las vería canutas para emplear a cualquiera que salga de allí emparamado. «Los sentimos -le dirían- está usted sobrecualificado». A pesar del frío intenso, sería mucho mejor que nacer en Zambia, el país más pobre del mundo, donde estaría asfixiada por un cinturón de cobre que le quebraría el esternón, sin nada en el estómago. Quizá sería una de las más de un millón de personas infectadas de VIH, sin esperanza de vida -considerando que ya pasa del límite de los 40 años-, medio analfabeta y con una precaria educación básica completamente inútil.
De repente se ha despejado la autopista. Nunca sabrá qué era lo que causaba el atasco. No parece que haya habido un choque, no hay ningún motorizado arrollado, no hay obreros trabajando en la vía para hacerle la vida de cuadritos. Se ha despejado, eso es todo. Cuando finalmente llega a su destino, concluye que haber nacido como ser humano, con cromosomas XX, un nombre propio y en Venezuela, es el premio que disfruta cada día por vivir en este mundo, donde al menos puede saborear un buen café antes de empezar a trabajar.