Hace 35 años cayó el muro de Berlín, símbolo el desplome de la URSS
Hace un siglo nació la Unión Soviética, pues aunque se declaró en 1922, no se promulgó su constitución hasta que la URSS fue reconocida por Inglaterra en 1924. Así, el mismo año que moría su ideólogo principal (Lenin), irrumpía el primer estado comunista de la Historia, el cual se vino abajo con la caída del Muro de Berlín, hace justo 35 años. Fueron seis décadas y media de totalitarismo, terror y miseria que finalizaron un buen día de 1989
Aquel día de noviembre de 1989 no sólo cayó una vergonzosa pared, sino que con ella cayó uno de los regímenes políticos más criminales de la Historia. Curiosamente, algo de tamaña trascendencia se inició de forma un poco casual tras las confusas y ambiguas declaraciones del funcionario de la RDA Günter Schabowski, pero lo cierto es que después de la llegada de Gorbachov, de la perestroika y el glasnost, el muro estaba condenado…, y con él el máximo representante del comunismo, la Unión Soviética. Así, puede afirmarse que, tanto o más importante que lo que supuso para Alemania, aquel emblemático derribo señaló un punto de inflexión en el devenir de la Historia.
El derribo del Muro de Berlín supuso la escenificación del estrepitoso desplome del comunismo soviético, colapsado por sí mismo, por su propia naturaleza, por sus propios principios, por su totalitarismo, por su locura. No puede olvidarse que la idea principal del creador de la URSS, Lenin, era acabar con todo y con todos los que se opusieran a su idea, de hecho, dejó escrito que “hay que matar a todos los contrarios a la revolución, a los sospechosos de serlo y a muchos inocentes”. Puede afirmarse que esa idea es puro fascismo, esencia fascista que llegaba al mundo más o menos a la vez que su espejo italiano.
Técnicamente fueron seis décadas y media (en realidad fueron más de siete) lo que duró ese estado dictatorial, extremadamente violento, y paranoico hasta el delirio (la barbarie nazi, la más atroz de la que se tiene noticia, no exculpa otras salvajadas tal vez menos reprobadas).
Se sienten escalofríos con sólo pronunciar términos el Terror Rojo, algo que definió el fundador de la policía secreta, la Cheka, Felix Dzierzynski: “el trabajo de esta policía debe abarcar todos los ámbitos de la vida pública, ese es el sentido del terror”, quien también escribió: “mi pensamiento me ordena ser terrible y yo seré fiel a mi pensamiento hasta el final”. Igualmente aterroriza hablar del Gulag de Siberia; en poco más de un año Nicolai Yezov, comisario general del NKVD, borracho y violador, ordenó tres cuartos de millón de ejecuciones y millón y medio de deportaciones a Siberia. Se ponen los pelos de punta al mencionar Katyn, donde Lavrenty Beria (sucesor del anterior) ordenó fusilar en masa a unos veintidós mil polacos, entre militares, policías y civiles durante la Segunda Guerra Mundial, aunque de su NKVD, luego KGB, no se libraron judíos, húngaros, bálticos… Típicamente soviéticos fueron la colectivización agraria, que supuso la muerte de unos diez millones de campesinos, el ‘Holomodor’ ucraniano que causó unos seis millones de muertos por hambre, las purgas, los juicios en masa o los juicios-farsa de quince minutos, los fusilamientos, las deportaciones a Siberia… Toda esta terminología está inevitablemente asociada a la locura soviética.
Esa es la locura que describió Stalin cuando dijo: “Exterminaremos a todos y cada uno de nuestros enemigos, sean antiguos bolcheviques o no; exterminaremos a todos sus parientes y a toda su familia; exterminaremos sin misericordia a todo aquel que, con ideas o con hechos, amenace la unidad del estado socialista”. Más claro no puede expresarse. Y no fueron sólo palabras, pues aquella demencia fanática se llevó por delante a enemigos reales o imaginarios, a camaradas del partido y comunistas convencidos (incluyendo líderes tan sanguinarios como algunos de los mencionados), militares de todas las graduaciones, escritores, intelectuales, pueblo llano sospechoso o no (aunque todo el mundo era sospechoso)…, nadie estaba a salvo.
Esa locura ciega y estúpida llegó a enviar a Siberia (y a la cárcel a sus familiares) a los prisioneros soviéticos que el ejército rojo liberó de los campos de concentración nazis al final de la guerra, pues se les acusaba de haberse rendido (casi siempre por falta de munición, comida, combustible…), y de no haberse suicidado antes que caer preso. Es más, si un carro de combate T-34 era alcanzado y estaba en llamas, se exigía que los que iban dentro se quedaran dentro y se quemaran con su carro, de modo que quien conseguía salir del tanque incendiado era degradado, insultado y duramente castigado; incluso se escribieron cancioncillas que aludían a este hecho: “¿Por qué no te has quemado junto con tu tanque, hijo de perra?, me preguntó el Departamento Especial, y yo respondí que en el próximo ataque no dudaré en quemarme”. Curiosamente todo esto se sabe gracias a la obsesión de todos los órganos comunistas (el partido, el Kremlin, el KGB, el departamento de contraespionaje Smersh y otros organismos) por redactar y archivar informes de absolutamente todo.
El Muro de Berlín fue erigido “para proteger al pueblo de la amenaza capitalista-fascista”, según dijeron las autoridades de la Alemania Oriental (aunque los fusiles apuntaban a los ciudadanos de la RDA dando la espalda al muro). Pero ‘die Mauer’ cayó porque no es posible el comunismo, porque es contrario a la libertad de pensamiento, de expresión, de asociación, de movimiento… Cierto que el capitalismo está a años luz de ser perfecto y que los sistemas democráticos son sumamente imperfectos, pero siempre serán mejores que un régimen en el que no hay libertad ni derechos.
Surgió hace 100 años y se escenificó su fracaso hace 35. Fueron 65 años en los que la locura comunista ejecutó a otros tantos millones de personas.
CARLOS DEL RIEGO