Miradouro do Lombo dos Milhos. São Miguel - Azores. Agosto '19.
García Robayo asegura en palabras propias que “sea lo que sea que querramos pensar de nosotros mismos, no somos lo más parecido a lo que soñamos ser, ni somos esa síntesis que creemos ver en el espejo. Somos el resultado de cómo nos han mirado los demás a lo largo de la vida. La historia de nuestra identidad está escrita por los otros”. Y así es como el destino cambia las baldosas y cómo los que nos rodean forjan quienes somos. Son los ojos de los demás, los que nos ven, los que nos viven desde afuera, los que forman lo que vemos en el espejo.Ojalá la imagen que tuvieran de mí fuese lo más aproximada a la que soy y esta se asemejara a lo que soñé. Que los que construyen mi identidad tras el espejo supieran que me inquieta ese anochecer tan temprano después del verano, que me aterra la soledad o el despedir a los que quiero antes de hora. Que me angustia que se pierda la memoria de los míos, que se destruya el legado y parezca que no venimos de antaño sino que seamos nuevos. Que supieran que la familia puede doler porque como decía Herta Müller “lo que más te protege más te quema”. Cómo solo hay que verse en Camile en Heridas abiertas, reconocerse en la exigencia del cariño, en el grito ahogado por un hueco, en la desesperación de ser un alfil que importe en el tablero. Y que, a veces, “la salvación puede reducirse a un simple pestañeo” como escribía Hasier Larretxea en Quién diría, qué… Ojalá fueran capaces de pestañear para salvarnos, para arroparnos a la vez que forman, todos ellos, quienes somos desde fuera.