Por increíble que parezca, una empresa alemana de referencia, líder mundial en la fabricación de automóviles, ha tenido que reconocer que hacía trampas para ocultar que sus coches contaminaban más de lo declarado. Había sido pillada gracias a un estudio de la Agencia de Medioambiente Norteamericana (EPA) que descubrió en los coches diésel comercializados en aquel país un dispositivo informático capaz de falsear las emisiones contaminantes de los motores, adaptándolas a las especificaciones legales, cuando detectaba que estaba en modo prueba o revisión. Ese software permitía, en conducción “normal” para no perder potencia y prestaciones, una emisión de gases y partículas que multiplicaban por cuarenta los límites legales establecidos por la Clean Air Act estadounidense. Tras la denuncia, la empresa admitió la manipulación intencionada y sistemática de los coches. Es decir, Volkswagen diseñaba coches con trampas para engañar a los conductores y a las autoridades gubernamentales. Estafaba a todo el mundo, no sólo a los norteamericanos, por donde circulan más de 11 millones “das auto” tramposos, con tal de vender y obtener pingües beneficios.
Otra empresa, esta vez financiera y española, tras simular grandes ganancias y cotizar en Bolsa, fue acusada ante la Audiencia Nacionalpor presuntos delitos de estafa, apropiación indebida, falsificación de las cuentas anuales, administración fraudulenta y maquinación para alterar el precio de las cosas. Dirigía la entidad todo un exministro de Economía y vicepresidente de Gobierno que llegó incluso a ser presidente del Fondo Monetario Internacional. Tan brillante currículo no le impidió ratificar unas cuentas que presentaban beneficios cuando en realidad camuflaban grandes pérdidas en Bankia, la segunda Caja de Ahorros de España. Rodrigo Rato, al que ahora, además, se investiga por evasión de capitales y fraude a la Hacienda pública, era esa “lumbrera” de la economía que contribuyó con su gestión fraudulenta y desleal llevar a la bancarrota a una entidad que tuvo que ser “rescatada” con un préstamo que estamos pagando los contribuyentes. Y es que el sistema es así: sólo persigue el beneficio y las ganancias, sin tener en cuenta ninguna otra consideración, ya sea medioambiental o ética. Por eso, entre la avaricia de los banqueros y las estafas a los ingenuos ahorradores con las preferentes, la banca española ha demostrado, al igual que Volkswagen, poseer pocos escrúpulos para estafar, timar y delinquir si se presenta la oportunidad, cosa que produce a diario.
Estos ejemplos ponen de manifiesto una conducta de la élite económica poco respetuosa con las normas a la hora de conseguir abultadas ganancias y una asegurada rentabilidad de las inversiones privadas. Precisamente, ese es el objetivo del sistema capitalista, que sólo busca el incremento constante de los beneficios, la reducción progresiva de los gastos y una mayor capacidad para defender sus intereses. Los detentadores del capital y la riqueza imponen, así, sus “lógicas” mercantiles al conjunto de la sociedad, a la que timan y empobrecen con tal de obtener los rendimientos que ambicionan. Por ello, las grandes corporaciones no dudan en condicionar las políticas fiscales, económicas y laborales de los Gobiernos con la excusa de crear empleo e instalarse en el último país al que recalan en su permanente búsqueda del “abaratamiento” de los costes (impuestos, salarios, etc.) y las máximas ganancias. Ni el medio ambiente, al que contaminan todo lo que pueden, ni el interés público, que denostan por intentar regular su actividad, pueden frenar ni calmar ese comportamiento egoísta y desaprensivo del “mercado”, es decir, del modelo económico capitalista.
Hasta la misma “crisis” económica de los últimos ocho años, a la que se refiere Rajoy cuando alardea de haberla doblegado con sus medidas de austeridad, y cuyo origen se debe a un monumental descontrol del sistema financiero movido, una vez más, por la avaricia, muestra a las claras esa dinámica depredadora de un Sistema que, en vez de asumir y corregir sus errores, los endosa al sector público, al que obliga, a golpe de tijera, a cargar con los “gastos” de reparación o recuperación, también loada por el presidente español. Para lograrlo convenciendo a la gente, ha propalado con denuedo las supuestas bondades y supremacía de la iniciativa privada –como eficaz, transparente y eficiente- a la hora de satisfacer las necesidades de los ciudadanos frente al “despilfarro” de un sector público –al que tacha de inútil, opaco, insostenible y sobredimensionado- que se limita a prestar servicios sin perseguir beneficios.
Esta crisis financiera, las trampas de la industria automovilística alemana y las estafas y corruptelas de la banca española, entre otros muchos ejemplos, son exponentes clarificadores de aquella máxima, atribuida a David Harvey, que advierte de que el capitalismo, tal vez, funcione indefinidamente, pero a costa de causar una degradación progresiva del planeta y el sufrimiento creciente de la gente. La contaminación intencionada del aire que respiramos para que la industria del automóvil gane dinero, y el sufrimiento de quienes han perdido sus ahorros, viviendas y trabajo para que empresas y bancos mantengan su actividad, confirman las sospechas de ese “urbanista rojo”, como se define a si mismo el geógrafo y pensador británico Harvey. Se trata, en definitiva, de una guerra de los poderosos y pudientes contra el resto de la población, al que intentan arrebatar las últimas defensas sociales que conserva.
Una guerra que se ha valido de la crisis provocada por los especuladores para aplicar recortes al sector público, privatizar servicios o empresas estratégicas y “nacionalizar” las pérdidas de un sistema financiero fallido y saqueado por aquellos que causaron la crisis, obligándonos a destinar enormes cantidades de recursos económicos públicos para saneas los bancos en vez de atender a las familias necesitadas. Según la escritora Almudena Grandes, es una “guerra encubierta de los especuladores contra la democracia”, una guerra que “hemos perdido” porque los Gobiernos se han decantado por defender el interés privado sobre el bien general y el interés público.
La rapiña voraz del capital, que siempre quiere más y más y jamás se sacia, explica que empresas de ámbitos y actividades diferentes, como son Volkswagen y Bankia, muestren un comportamiento semejante de desprecio a las normas, de desvergüenza para conseguir beneficios a cualquier precio y de falta de escrúpulos para atender sólo sus intereses por encima del interés general.Este es el verdadero rostro del sistema tramposo que el capitalismo neoliberal nos ha implantado, haciéndonos renunciar y hasta repudiar las ayudas que el Estado del Bienestar nos proporcionaba para luchar contra las desigualdades y las injusticias sociales. Así nos va.