Amor: anoche tuve un sueño. Muchas veces tengo sueños extraños, pero en el de anoche aparecías tú. Soñé que iba por una calle negra con mi hijo, íbamos los dos en la caja de un camión, una calle que bajaba entre cerros, como la que sale de San Luis, pero no esa, otra parecida, dando vueltas y más vueltas, cada vez más deprisa, el camión no tenía motorista y todos gritábamos detrás. Yo agarraba a mi hijo con fuerza, pensando que no se muera diosito, que no se muera, pero el camión se salió en una curva y volcó y cayó al fondo de un barranco. Mi hijo y yo nos quedamos colgados en un palo en mitad de la caída. La pendiente era enorme, como la pared de un pozo, y no podíamos subir ni bajar, allí enganchados, a medio camino del purgatorio. Quise gritar, gritar llamando a alguien que nos rescatara, pero no me salía la voz, se me atascaba en la garganta como un mendrugo mal ensalivado; entonces vi tu cabeza por encima de la pared, estabas sonriendo.
Ahí fue cuando me desperté y así he estado desvelada toda la noche, pensando en el sueño, temblando. ¿Es un aviso? ¿qué peligro nos amenaza? Un claror muy tenue se iba colando por las rendijas entre las tejas. Deseaba que estuvieras a mi lado para abrazarte y que me abrazaras, para sentir tu calor en esta madrugada fría, pero no puede ser, lo sé, ahora no. Por eso lo he escrito al levantarme, de un tirón, para que no se me olvidara y, para cuando lo leas, sepas cómo te necesito. Un beso, cien, mil besos que te esperan en mis labios.
