Revista Salud y Bienestar

Un tal Dr. Murray

Por Ragonzalez


Como cada verano he vuelto a leer "El largo adios", la maravillosa novela de Raymond Chandler donde Marlowe, el esceptico detective con el corazón blando para la amistad, se pasea entre hombres ricos con un pasado turbio casados con mujeres infelices de ojos azules con un cigarrillo en los labios y demasiadas tardes por delante. Robert Wade es un escritor de éxito que se cree un fracasado y trata de ahogarlo en alcohol y en algunas cosas más. De vez en cuando desaparece unos días pero esta vez tarda demasiado en regresar. Marlowe le espeta a la Sra. Wade:
- Podría (el Sr. Wade) haber llamado a su médico de cabecera o haberle pedido a usted que lo hiciera . No ha sido así. Eso quiere decir que no quiso.
- Nuestro médico se negó a tratarlo - dijo con amargura.
- Hay cientos de médicos, señora Wade. Cualquiera de ellos se ocuparía de él al menos una vez. La mayoría resistiría algún tiempo. La medicina es un negocio bastante competitivo en los tiempos que corren.
- Entiendo debe estar en lo cierto…
……….
Todo lo que tenía era una hoja amarilla arrugada en la que estaba escrita a máquina "no me gusta usted doctor V. Pero en este momento es la persona que necesito". Con aquello podía situarme en el oceano Pacífico, pasar un mes peleándome con las listas de media docena de asociaciones médicas de distrito y acabar con un cero muy grande y muy redondo. En nuestra ciudad los curanderos se multiplican como conejillos de indias. Existen ocho distritos en un radio de ciento cincuenta kilómetros y en todas las poblaciones de cada uno de ellos hay médicos , algunos verdaderos profesionales de la medicina, otros nada más que graduados por correspondencia, con licencia de callistas o para saltarle a uno arriba y abajo por la columna vertebral.De los médicos auténticos los hay prósperos y pobres, unos son honrados y otros no están seguros de poder permitírselo. Un paciente acaudalado con delirium tremens podría ser maná caido del cielo para muchos viejales que se han quedado atrás en el comercio de las vitaminas y de los antibióticos. Pero sin una pista no había sitio por donde empezar.
Me acordé de la novela y de los médicos que salen en ella leyendo, día a día, los datos que iban saliendo en los periódicos de Conrad Murray, el médico de Michael Jackson. Google encuentra 4.790.000 entradas y me entretengo entrando al azar en algunas de ellas. La mayoría son de periódicos sensacionalistas o de blogs de fans del cantante, para el que el médico se ha convertido en el villano que ha asesinado a su ídolo, por supuesto libre de toda culpa, irresponsable tanto de su vida como de su nariz o del color de su piel, por la virtud santificante de su música que siguen bailando literalmente como espectros en todo el mundo. No es fácil hacerse una idea de lo que pasó realmente que en un principio achacaron a la meperidina y luego al propofol junto con otras benzodiacepinas (diacepan, midazolan, lorazepan) que el cantante había tomado en el mismo día para intentar dormir http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/Jacko/victima/homicidio/elpepirdv/20090829elpepirdv_4/Tes .
Me detengo en la carta de despedida que al parecer Murray mandó a sus pacientes y que comienza así: Queridos pacientes y amigos, debido a una oportunidad única en la vida, he tomado una decisión difícil e interrumpir la práctica de la medicina indefinídamente... Una oportunidad única en la vida de 104.000 euros al mes, al parecer pagados por la productora de los cincuenta conciertos que iba a dar Jackson en Londres. Una oportunidad para tapar deudas que algunos periódicos dicen que el médico arrastraba desde 1992. Lo que, si es verdad, lo convierte de lleno en un personaje de Chandler, en uno de esos médicos turbios que por dinero son capaces de dar justo lo que algunos ricos desnortados precisan para ir tirando en la vida.
Porque ¿qué contrataba exactamente Jackson al contratar a Murray?. Desde luego no un cardiologo y muy probablemente no era cuidarse el corazón lo que pretendía. Es muy posible que lo necesitara para aplacar sus noches (¿de lo que tomaba de día?), para que literalmente lo anestesiara con algo que no puede conseguirse fácilmente en las farmacias, que no es posible administrarse solo y que no es precisamente un fármaco indicado para dormir https://sinaem4.agemed.es/consaem/especialidad.do?metodo=verFichaWordPdf&codigo=58785&formato=pdf&formulario=FICHAS .
Quizá contrataba además un chivo espiatorio al que poder achacar lo que pudiera ocurrir a lo largo de sus conciertos. Alguien responsable de despertarlo por la mañanas y dormirlo por las noches, de quitarles los dolores y sus muy posibles bajones de ánimo o ataques de nervios. De garantizar en suma la ficción de que Jackson seguía siendo el ídolo talentoso que todos esperaban o necesitaban, no solo un buen músico sino una persona admirable que merecía su lugar en el olimpo líquido de la postmodernidad. Quizá lo que siempre han hecho los médicos de los poderosos, contribuir como un siervo más a la ficción y los intereses del poder de turno, aunque de puertas para afuera se llenaran la boca de ética hipocrática y otras coberturas por el estilo.
El esceptico Chandler refleja en sus novelas lo evidente. Que los médicos no estamos al margen de la ética que reina en la sociedad y que nuestra calidad como colectivo está muy relacionada con la de la sociedad en su conjunto. Si todo puede comprarse ¿por qué no se va a poder comprar un médico que te opere la nariz cien veces o que te cambie el color de la piel o que te de fármacos contraindicados pero que te aporten justo lo que necesitas en este momento?. Sobre todo si además compras la inocencia. El culpable de la muerte de Jackson ha sido su médico, ya se sabe, no un tipo inmaduro, caprichoso (vease el documental en el que sale a comprar objetos varios) y adicto a drogas que pagaba bien para que se las sumistrara un profesional reputado con gustos caros.
Mientras la televisión sigue emitiendo, cada vez con mayor intensidad, la religión de las estrellas y los astros con la cabeza de chorlito, quizá en algún sitio siguen creciendo flores de fango con las que merecerá la pena tomar un Gimlet sin que sea fácil vomitar de hastio o de verguenza. A las que será posible acompañar como médicos, con honestidad y pericia, para tratar de limitar levemente las molestias de vivir como ellos quieran.


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