Revista Creaciones
No me gusta hacer balance del año que se acaba. No me gusta hacer listas de los mejores libros, ni de los mejores momentos, los mejores cielos o las mejores luces… No me gusta. Porque, como decía Luis García Montero: “Recorrer la memoria de las habitaciones es provocar la niebla del interrogatorio”. Preguntarse es cuestionarse o exigirse justificar el porqué de todos y cada uno de los instantes vividos. Ya pasados, son memoria, quedan tal y como están. Nos acompañarán bajo el título del año que dejamos atrás, hayan sido espléndidos o humildes. Organizan, por ellos mismos, carpetas en nuestro álbum de nostalgia. Tan solo habrá que seleccionar el organizar-por fecha ver-iconos grandes y lo tendremos todo a disposición. ¿Para qué a estas alturas obligarnos a confeccionar una lista? ¿Para qué ponernos el foco del por qué?
No soy de enumerar propósitos a cumplir ni de ponerse retos para las semanas venideras del año recién estrenado. No lo soy. Porque el día a día ya aprieta lo suyo como para marcarse metas a alcanzar desde la niebla del día 1, donde todavía no se vislumbra el camino. No voy a decidir, sino a caminar firme sobre las baldosas nuevas.
Empieza un calendario distinto. Semanas que no pararán una tras otra y en las que deberemos vivir intensamente cada segundo. Nada vuelve. Para ello es necesaria la claridad con la que vivimos esos instantes y por eso mi deseo para el 2018 es un buen tazón de luz para todos. Que vivamos con el ímpetu del no retorno cada desayuno y cada merienda. Que demos la mano tan solo a aquellos que alumbren las habitaciones, que miremos a los ojos nada más a los que nos ofrezcan el tazón iluminado. Luz, solo eso, para el año nuevo.