"La cotidianidad nos teje, diariamente, una telaraña en los ojos"
(Oliverio Girondo)
Nos atrae lo imposible, lo lejano, lo difícil, lo inalcanzable. Y tendemos a tener en poca estima lo cercano, lo cotidiano, lo que se nos regala sin esfuerzo. Si uno va a París, perderá horas de sueño si fuera necesario para ir al funicular de Montmartre. Eso es imprescindible, es cool, es lo que mola. Si el mismo viaje es a diez minutos de casa, será cutre y poco aventurero.
Lo mismo pasa en mi armario. Casi quince años ha pasado este pobre trench rosa pastel en el armario, reclamando mi atención con escaso éxito. Tan fácil, tan a mano que no podía competir con las prendas nuevas o las que estaban en los escaparates. Así, una temporada tras otra. Quince años. Treinta temporadas.
A veces, era demasiado ancho, otras demasiado pastel. Pasado de moda casi siempre. Nunca había un momento para él.
Hasta que un día le das una oportunidad. Combinado con un vestido asimétrico azul eléctrico y un cinturón de cuero viejo (tan olvidado como la propia gabardina).
Y cuando otros alaban tu "nuevo" trench. Y cuando todos ven lo que tú llevabas quince años sin ver, le encuentras un nuevo aire a la prenda desterrada.
Y cuando otros quieren lo que tú tienes, te sale el instinto posesivo. Y te la pones. A diario. Y la redescubres. Y te enamoras de lo que estaba tan cerca, tan fácil, tan a mano.
Siempre nos quedará Madrid. Y el funicular.