Una sonrisa, una sola sonrisa grande y cálida basta para iluminarnos el corazón con la certeza de que ha válido la pena, de que el cariño de un hijo es insuperable, de que la ternura es el motor del mundo real de las emociones. Esos diablos bajitos nos vuelven locos, nos quitan el sueño, nos inundan de tareas y responsabilidad, nos impiden la fiesta, a veces no nos dejan trabajar y hasta nos provocan achaques prematuros de vejez incipiente como la lumbalgia. Pero todos los inconvenientes los recompensan con creces, con una sonrisa grande y cálida.
Un niño es un chorro de cariño incondicional, un auténtico oasis en el desierto de emoción que nos asola estos días. Ahora, cuando las personas quedamos reducidos a un número impersonal sacrificable a la sagrada estadística de la rentabilidad, un hijo nos devuelve el calor humano. La indiferencia estalla en pedazos, tenemos el privilegio de ser el centro del universo para esta pequeña personita, ignorante en las cosas de dinero y sabia en las de corazón.
Tenemos al alcance de la mano un tesoro de ternura y no podemos desaprovecharlo. El tiempo pasa volando y desgraciadamente el mundo es un congelador enorme de corazones. Según pasa el tiempo la distancia entre las personas se agranda entre los intereses personales y los obstáculos diarios, el estrés y todas las tareas para ya, que no pueden esperar,aunque no tengan la menor importancia.
Disfruta de cada instante como si fuera el último, juega con tu hijo y descubrirás a un camarada incondicional. Deja el periódico, el móvil, el ordenador, la tablet y baja la vista para descubrirle. Acaríciale, estruja a este osito viviente que se acurruca a tu lado. Con el paso del tiempo descubrirás que la ternura no es eterna y que lo que te perdistes no volverá. Y que lo que sembrastes, las píldoras del cariño, son una conexión indestructible con el corazón de tu hijo.