Lo más importante es el tiempo. El dinero nos sirve para intentar comprar algo de tiempo de manera indirecta. Por ejemplo: tú quieres ir a París y si tuvieras todo el tiempo del mundo podrías hacer un precioso viaje caminando de pueblo en pueblo, algunos trayectos los harías en bicicleta tal vez, en otros harías autoestop y así hasta tu destino final. Luego dedicarías semanas a conocer la ciudad, total, no tienes prisa… En cambio resulta que si quieres conocer París solo dispones de un par de días de vacaciones que los juntas con otro de asuntos propios y los dos o tres del puente de turno y se acabó. No te queda más remedio que gastarte el dinero y coger un avión para llegar lo antes posible.
Es un ejemplo algo exagerado, lo sé, pero no está tan alejado de la realidad. Me he fijado que lo que todo el mundo quiere (queremos) es uno más. De lo que sea, da igual de qué estemos hablando, siempre uno más: ver una película más de tu director o actor favorito, comerte una pizza más de tu pizzería preferida, leer un libro más de ese autor que tanto te gusta, ir una vez más a aquella playa que te dejó enamorado, darle un beso más a tu pareja… y así con todas las demás cosas que te gustan. Tal vez por eso a medida que uno crece se siente menos predispuesto a probar cosas nuevas, porque tiene suficiente con las que le gustan, resultan ya demasiadas y no hay tiempo para gozarlas todas como se merecen.
A mí me sucede casi siempre que tengo en casa más comida de la que me puedo comer. Y no es por miedo a la guerra y al desabastecimiento, como hacía mi abuela, sino porque me gustan demasiadas cosas y cuando voy a la pescadería quiero todos los pescados y cuando voy a la frutería me vuelvo loco con tantos colores. Y siempre hay algo que se termina estropeando, simplemente porque no me da tiempo a comérmelo todo.
Y es que el tiempo es la clave.
Leí una vez que el tiempo no pasa: los que pasamos somos nosotros. Esta reflexión es muy útil para darnos cuenta de qué es lo que hacemos con nuestro tiempo mientras lo transitamos. Ya no es algo que no puedo controlar porque el reloj avanza inexorablemente. Ahora resulta que es una realidad física igual de tangible que el espacio. Y en el espacio yo puedo detenerme en un punto, no siempre tengo que estar en movimiento. Con el tiempo sucede lo mismo. Te puedes detener en un punto y saborearlo con más dedicación porque no estás atado a la marcha del reloj. Aunque avance sí o sí, no es más que una máquina fabricada por el hombre para dotar de sentido a esa abstracción loca y fundamental llamada tiempo.
Tienes el derecho a detenerte y disfrutar.
Si tuviéramos todo el tiempo del mundo haríamos tantas cosas ¿verdad? Yo no pido tanto. A mí me basta con unos cuantos años más. Pero como resulta que no sabemos cuánto tiempo nos queda de vida, más nos vale ponernos manos a la obra desde ahora mismo para saborear cada instante y ser consciente de que hacemos cosas que nos gustan en todo momento. Es la única forma de evitar arrepentirnos cuando veamos cerca nuestro final. Yo lo veo cerca y considero que he desperdiciado tantos momentos que se me quiebra el alma solo de pensarlo.
Por cierto, las flores de hoy son del invernadero de la estación de Atocha de Madrid. Pasé el otro día por allí y realicé estas tomas, más que nada porque me gustaron los fondos. Una vez más no tienen mucho que ver con el tema del texto aunque, al fin y al cabo, con el tiempo tiene que ver todo, me parece a mí. En este caso me tomé el tiempo de hacer las fotos, de procesarlas, de subirlas al blog y de redactar este texto. Un tiempo bien empleado. ¿O no?