Revista Comunicación

Un tiempo para la fe

Publicado el 30 marzo 2015 por Jamesnava123

Un tiempo para la fe

Los cristianos tenemos la oportunidad de vivir el tiempo de Cuaresma y Semana Santa de una forma alejada de la espiritualidad, que nada aporta, o en íntima reflexión y con fe. Hacerlo de este modo implica vivirlo con autenticidad. Es el desafío de vivir la fe desde la acción personal, participando en aquellos actos que se pueda, rezando y en reflexión profunda.
Acostumbrados a un mundo que sólo vive para el ocio o los intereses particulares, a la manipulación de las palabras del cristianismo con otros objetivos, los verdaderos cristianos necesitamos poner en acción la fe que descubre a Dios y que habita en los pequeños detalles: la generosidad, los hogares, la compasión, las calles, las iglesias, las ciudades que se convierten en espacios humanos y de convivencia. Buscar a Dios significa buscar su voluntad con un corazón sincero, sin importar lo bien o lo mal que se haga, de modo que su voluntad se cumpla a través de nosotros. Eso es vivir la fe con acción, pues más vale encontrar a Dios haciendo el bien que perder el tiempo en postureos de cara a los demás. Se encuentra a Cristo si haces las cosas de corazón más que si las haces por obligación. Vivir la fe es seguir el ejemplo de Cristo, profundizar en los mensajes, no quedarse en las apariencias ni en los ritos externos. Cumplir el Evangelio de Jesucristo en el día a día y en donde vives, ese sí es el verdadero Evangelio.

 

Esto implica compromiso y sencillez, honestidad y sacrificio. Mucha gente se rinde ante el desafío de la fe porque es “complicado” o “imposible de conseguir”. Este tiempo nos enseña a mejorar, a desprendernos de lo material y a perdonar a los que nos ofenden, a hacer el bien, que siempre es más satisfactorio y positivo que hacer lo que nos conviene. Es una de las enseñanzas para este tiempo: cuán difícil es cargar con la cruz y cuán liberador es la resurrección. Los desafíos que nos plantea vivir la fe desde la acción personal nos lleva a ser bienaventurados. Bienaventurados los que lloraron, los pobres de espíritu, los que fueron mansos, los que tuvieron hambre y sed, los que fueron perseguidos, los misericordiosos, los limpios de corazón y los que buscaron siempre la paz, porque ellos -dice la Palabra de Dios- serán consolados, de ellos será el reino de los cielos, serán saciados, alcanzarán la misericordia, verán a Dios y serán nombrados hijos de Dios. (Mateo 5, 3-12).
Bienaventurados los que se desprendieron de lo material, los que ayunaron y pasaron hambre para saciar a los más necesitados, los que reconocieron sus faltas y acudieron a la misericordia de Dios, los que fueron verdaderos apóstoles, los que confiaron en las promesas de Dios, los que visitaron a Jesús Eucaristía, los que perdonaron y se reconciliaron, los que escucharon su Palabra de Amor, los que predicaron sin miedo, los que fueron fieles, los que guardaron silencio y no juzgaron, los que fueron legales, los que fueron leales, los que amaron, los que fueron sal y luz del mundo, los que fueron testimonios vivos de Dios, los que renunciaron al rencor, los que invitaron a los hijos pródigos del mundo a la casa del Padre, los limpios de corazón, los que son luz para los demás… Bienaventurados los que cumplen la voluntad del Señor.

 

Las enseñanzas cristianas nos señalan para este tiempo que podemos acercarnos a Jesús sin prepotencia ni aires de superioridad intelectual; ser agradecidos por las bendiciones de Dios, que no siempre sabemos reconocer, y el vivir cada día es una de ellas; aprender a vivir como verdaderos hermanos, encontrar a Cristo en los demás; arrepentirnos de modo sincero y humilde de las faltas cometidas; conocer más sobre la misericordia de Dios; amar la cruz por ser el acto más grande de entrega, amor y salvación; experimentar lo hermoso que es vivir en gracia ante los ojos de Dios; reflexionar sobre el Evangelio del Día y aplicarlo; una nueva oportunidad de reencontrarnos con nosotros mismos a través de un encuentro íntimo con Jesús, con María Santísima, y con nuestras comunidades, amigos y familiares; a reflexionar más y a practicar el silencio.
Vivamos la pasión con autenticidad desde dentro para encontrar la resurrección y mostrarnos mejor por fuera.

 


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