Esta fiebre de Pokemon Go me tiene alucinada. Hace unos días, de vacaciones en las rías Baixas tomábamos un vinito en una terraza y escuchamos cómo la familia de la mesa de al lado- padres, hijos y abuelos- se levantaba precipitadamente en busca de una pokeparada.
Pero estamos locos o qué.
A los niños de ahora les hace falta un tirachinas y mucha calle. Y no pokemons, sino pardales. Generaciones enteras han crecido buscando piedras, agudizando la vista y molestando- un poquito- a gatos, perros o pájaros sin que llegara la sangre al río. No necesitaban ver la vida a través de una pantalla con realidad aumentada porque la realidad que tenían enfrente ya era suficiente. Ahora no la ven.
Antes salíamos de casa con la batería a tope y no volvíamos hasta la hora de cenar, agotados de la bici, los árboles, las guaridas, las “pequeñas trastadas”. Llegábamos reventados y la cama era el mejor cargador, para levantarse al día siguiente repletos de energía. Ahora se enganchan al enchufe mas cercano para poder salir con la “batería” bien cargada y cuidado… que como se apague, hay que volver a enchufarse.
Los necesitamos desenchufados. Libres de industrias que ven el potencial de una sociedad aburrida y apantallada y abusan del tiempo del verano. El tiempo del verano es nuestro. Es de las ramas que tienen forma de triángulos y permiten hacer tirachinas enormes que molestan a los pájaros cuyos nombres aún sabemos pronunciar. Y si se acaban las piedras, te agachas y punto.
Una pokeparada… por el amor de Dios. Si levanta la cabeza mi abuelo los pone a cambiar tubos y a recoger alpacas a mano, ya verás tú qué ganas de pikachu les quedan.
P.D. Espero que mis palabras no hayan ofendido a los animalistas, pero es que vivimos entre tanta tontería que ya no sé si vivimos de verdad…