Desde aquí mi agradecimiento al autor, tanto por su trabajo como por facilitarme la publicación del mismo en esta página.
Antes de dejarles con la lectura del artículo, llamo la atención sobre la ilustración de Alfonso Zapico que aparece en la publicación original y que también aquí reproducimos. Aunque desde que descubriera hace ya algún tiempo el trabajo de Alfonso Zapico con "Café Budapest", he visto que los trabajos del dibujante de Blimena han acompañado ya otros artículos de Ernesto Burgos, en esta ocasión el conjunto compone para mí una pequeña joya ...
Sin más,
La carta del hermano Nataniel
El polémico artículo del escritor mierense Juan Molleda Vázquez publicado en 1883 en el semanario «Las Dominicales», que destacaba por su anticlericalismo.
ERNESTO BURGOS, historiadorAunque parezca imposible, aún hay quien se rasga las vestiduras porque se defienda el laicismo, que no es otra cosa que la separación de las cosas de la política y de la religión, respetando las creencias de todos, pero exigiendo a la vez que los unos no tengan que costear las Iglesias de los otros. Desgraciadamente, en España todavía hay que explicar que este concepto, asumido en todos los países democráticos desde hace décadas, no es lo mismo que el anticlericalismo, que llevado al extremo llega a propugnar la abolición de cualquier culto.
El laicismo sigue constituyendo una de las asignaturas pendientes de este país, sin embargo el anticlericalismo ha pasado de moda y lo más normal entre los ateos es que no gasten ni un minuto en discutir este tema y respeten a quienes creen en la Gloria, con la única condición de que estos también les dejen a ellos creer en la Paz. Sin embargo, a finales del siglo XIX, los anticlericales asumían como un deber explicar a la humanidad sus razones, casi como los misioneros de las religiones hacían con las suyas, aunque el objeto de sus críticas no eran las creencias en sí, sino en el clero.
Eso es lo que hacía el semanario «Las Dominicales» del librepensamiento, que defendía, según su propia definición, la libertad de ideas. En consecuencia su postura política era republicana y su anticlericalismo no significaba que fuese contra las religiones, al contrario, atacaba a la jerarquía católica y al dogmatismo, pero respetaba todo el campo del pensamiento que abarca desde el ateísmo al espiritismo, e incluso acompañaba siempre su cabecera con seis sentencias atribuidas a Moisés, Sócrates, Maní, Zoroastro Buda, Mahoma y Jesucristo.
En una época en la que por todas partes se impartían conferencias llamando a combatir a la Iglesia y se publicaban decenas de libros y, sobre todo, revistas anticlericales, «Las Dominicales» era el más conocido y en él se exponían toda clase de argumentos descalificando los mensajes que tronaban desde los púlpitos y enseñando que los libros sagrados no debían tomarse como textos sagrados.
Empezó su andadura en Madrid en febrero de 1883 y salió semanalmente hasta julio de 1900 impulsado por Ramón Chíes y Fernando Lozano Montes, quien firmaba con el seudónimo de «Demófilo». Nada menos que 939 números librando amenazas, denuncias, secuestros y multas del Gobierno, como explicaban en su último ejemplar, dando las razones de su desaparición: «... nadie nos ha indemnizado de los daños causados por las injustas denuncias, acompañadas casi siempre de secuestro. Recuérdese aquel período de tres años, en que todas las semanas era el número denunciado a instancia de los Padres de familia, árbitros de los Tribunales. Vinieron después las furiosas persecuciones de los tres años de guerra. Y terminóse aquel Calvario con la pesadumbre de los siete meses de censura militar».
En sus páginas colaboraron ilustres librepensadores como la asturiana Rosario Acuña, pero también simples ciudadanos anónimos que informaban sobre actividades antirreligiosas o denunciaban la persecución a la que se veían sometidos en las zonas más tradicionales del país quienes se hacían notar por mantener esta postura; también eran abundantes las colaboraciones de masones, que aunque contaban con sus propios órganos de expresión, muchas veces preferían este medio, por su mayor difusión.
El 29 de mayo de 1884, se publicó en «Las Dominicales» una carta fechada en Mieres, que no tardó en correr por la villa levantando la curiosidad de los vecinos. Estaba firmada por el «hermano Nataniel, grado 9º»; evidentemente el nombre simbólico de un masón, que volvía a repetirse en el mismo ejemplar, aportando una peseta y cincuenta céntimos, dentro de una relación de donantes que ayudaban a pagar una multa que le había impuesto el conde de Toreno , constituyendo a la vez un fondo de defensa contra las persecuciones del gobierno.
Les transcribo a continuación el texto íntegro, que iba dirigido a los impulsores del periódico:
«Mis muy caros amigos: aunque tengo el sentimiento de no conoceros personalmente, os doy el dulce y simpático nombre de amigos porque a la conformidad de nuestras creencias político religiosas, que tiempo andando dominarán el mundo, se añade que el ilustrado Demófilo escribe como si fuera mi hermano en Masonería, y usted querido Chíes, siéndolo ya de corazón, promete, cumpliendo el formalismo de los ritos externos, que así lo exigen, ingresar como aprendiz en el sacrosanto Tabernáculo de la Humanidad.
»Es indudable que cuantos hemos tenido la gratísima satisfacción de haber traspuesto los umbrales de una Logia, vendados los ojos, para abrirlos allí a la luz, profesamos las nobles, benéficas y generosas ideas del librepensamiento. Es asimismo innegable que todos, absolutamente todos, los librepensadores, tienen sus creencias similares a las de los masones, hasta el punto que me atrevo a asegurar, si temor a que me desmienta, que no hay un solo masón que deje de ser librepensador, como tampoco hay ningún librepensador, que en condiciones para ello y excitado a serlo por algún hermano, dejase de entrar en esta universal asociación, que contando millones de prosélitos se extiende en mil diversas ramificaciones por los más apartados confines del globo. Sí: somos como las arenas del mar innumerables e indestructibles.
»Nuestros enemigos nos ultrajan y nos vilipendian, nosotros les compadecemos y lloramos con lágrimas de sangre su ceguedad y su locura; ellos nos maldicen y con sus, para nosotros, vanas y ridículas excomuniones, pretenden arrojar sobre nuestras cabezas, no solo las iras del cielo, sino también las de las potestades de la tierra; y nosotros en justa reciprocidad les bendecimos, les deseamos que abran los ojos a la luz y que salgan de ese tenebrososo y laberíntico caos que les ofusca y anonada.
»Y nosotros, al obrar de este modo, seguimos las huellas de uno de los más ilustres apóstoles que enaltecieron el mundo masónico, seguimos sus doctrinas, practicamos sus máximas y sus principios: las huellas y los principios, las máximas y doctrinas de Jesucristo. Os saluda y os da el cariñoso y fraternal abrazo vuestro amigo y h:. Nataniel, gr:. 9º».
Enseguida corrieron todo tipo de especulaciones sobre su autor. Por su estilo y la riqueza de su vocabulario no cabía duda de que se trataba de alguien que tenía una buena formación cultural, y se pensó que debía pertenecer al grupo de empleados y capataces de la Fábrica cuya vinculación a la fraternidad era notoria, pero en aquel momento -como ahora- la mayor parte de los masones cubrían su membresía con el velo de la discreción y muy pocos conocían que entre ellos también se encontraban ciudadanos de tanto prestigio como el secretario del Ayuntamiento José Álvarez Robles, su suplente Carlos Álvarez Cienfuegos, el propietario Braulio Vázquez Prada, el abogado José Sela Castañón, el abogado Inocencio Sela Sampil o el industrial José Álvarez Close, quién luego presidiría el Círculo republicano mierense.
Y aunque lo hubiesen sabido, el hermano Nataniel no se encontraba en este grupo. Pero la vida da muchas vueltas y ahora es fácil investigar lo que antes era casi un misterio impenetrable. Los conservadores de la villa hubiesen dado cualquier cosa por saber que quien estaba detrás de este nombre simbólico era Juan Molleda Vázquez, quien efectivamente tenía entonces el grado 9º, maestro elegido de los nueve, que hacía valer en su firma.
Él se desplazaba hasta la logia ovetense «Nueva Luz» para celebrar las tenidas con sus hermanos del Caudal, luego, tras un breve paso por la denominada «Caballeros de la Luz», acabó como la mayor parte de sus compañeros integrándose en la «Juan González Río».
Juan Molleda Vázquez, era un vecino apreciado que pertenecía a una familia conocida sobre todo porque su hermano Manuel había sido el veterinario municipal de la villa, y si se hubiesen empeñado en la búsqueda, los buenos lectores hubiesen dado con el autor de la carta a partir de su estilo y su lenguaje ampuloso. El mismo que había empleado en su novela «El hijo del infortunio o historia de un desgraciado», publicada en Oviedo y que se puso a la venta en 1882 , al precio de dos pesetas.
En aquel momento, la publicidad anunciaba que era una obra «bien escrita y vehemente», pero también informaba de que se trataba de una «nueva novela» del autor, lo que indica que hubo otras anteriores, cuyo título desconocemos. Juan Molleda Vázquez, el hermano Nataniel, hoy está completamente en el olvido; es casi imposible encontrar su obra y en las bibliotecas asturianas solo hay un par de ejemplares en estanterías que no son de acceso público. Suma y sigue.
Et si omnes, ego non.