-Bueno, ahora le voy a hacer algunas preguntas de rutina que usted debe contestar –dijo la empleada mirando fijo, mientras me hablaba, la pantalla de la computadora, y moviendo rápidamente los dedos sobre el teclado. -Bueno –dije mirando cómo miraba la pantalla sin mirarme.
Eso de mirar la pantalla sin mirarme mientas me hablaba me hacía mirarle fijo los párpados y hasta contaba las veces que cerraba los ojos al pestañear, la veía de perfil mirando la pantalla mientras hablaba con una rapidez y soltura tales que, para ella, hablar era como pestañear; seguro que ni siquiera se escuchaba. Miraba la pantalla como esperando que apareciera algo, quizá las preguntas que debería hacerme, aunque, pensaba, si eran preguntas de rutina, como ella había dicho, y de haberlas hecho ya miles de veces, las sabría de memoria, y no estaría esperando frente a la pantalla que aparecieran preguntas de rutina, preguntas que hasta yo podía adivinar, si eran de rutina, Nombre completo, Dirección, Número de teléfono, ¿Tiene tarjeta de crédito?, Fecha de nacimiento, ¿Es casado o soltero?, ¿Profesión? Y muchas otras preguntas que son de rutina para cualquier cosa, así que supuse que estaría esperando alguna pantalla donde estuvieran las preguntas de rutina, como ella había dicho, pero que le serviría como una orden, como una orden del jefe que tendría y que debería estar en alguna parte, una orden de la empresa, o una orden de cualquier otro que le sirviera como una mayúscula para empezar a escribir, en este caso a hablar, que le sirviera para hacerme esas preguntas de rutina. Ella seguía mirando la pantalla, tenía los dedos sobre el teclado, pero quietos, y la mirada interrumpida por ese pestañeo que cada tanto hacía, como todos hacemos al pestañear, pero en ella, y quizá por el hecho de haberme puesto a mirar como pestañeaba y a contar cuantas veces pestañeaba no parecía algo ¨de rutina¨, como ella había dicho, hasta me parecía algo raro eso de pestañear, como si en ese momento hubiera descubierto que la gente pestañea, así que me puse a pestañear cada vez que ella lo hacía, como imitando algo que yo nunca había hecho y hasta me empezó a gustar, era la primera vez que sentía esa sensación de interrupción, esa sensación de interrumpir todo con una ceguera tan breve que ella seguía ahí en espera continua de algo por aparecer. Empecé a probar distintas maneras de pestañear, más seguidas pero con igual velocidad en el parpadeo, más espaciadas y lento el parpadeo y ahí se hacía más palpable la ceguera, el corte en la realidad, la desaparición de todo, el volver a aparecer de ella mirando la pantalla, y cada vez que aparecía se me hacía más familiar porque la conocía del momento anterior, pestañear era separar en momentos, era unir momentos, era empezar a conocer a alguien, era
-Le voy a nombrar una serie de calles y usted deberá decirme cuáles le resultan familiares.-Bueno –dije mientras dejé de pestañear, al menos de la forma en que lo estaba haciendo.- Casafoust, Cavia, Butty Enrique, Echeandia, Chimborazo, Los Patos, Machain, Quiros, Montiel-Esa, Montiel -dije apurado, como un pestañeo. No sé por qué dije Esa, así apurado, como sobresaltado, quizá porque ya necesitaba escuchar algo ¨familiar¨ como ella había dicho, no sé.-Pitágoras, Plus Ultra, Urdidinea, Salas, Salvigny, Prins Enrique, Doblas-Ahí viví diez años, Doblas, esa sí me es familiar.-Bueno –dijo, como si hubiera terminado algo.-Ahora le voy a nombrar una serie de calles y usted deberá decirme si trabajó en alguna de ellas.Yo nunca había trabajado en la calle. ¿Sería una pregunta engañosa? ¿Querrá saber si alguna vez trabajé limpiando vidrios o haciendo malabares con botellas y fuego o con pelotas de colores, o pidiendo limosna, o limpiando calles, o vendiendo panchos o choripanes?-Lambaré, Lezica, Arenales, Asamblea, Pasco, Bahía Blanca, Maipú, Curapaligüe, Eva Perón, Emilio Lamarca, Guardia Vieja.
No dije nada, sólo la miraba leer y cuando dejó de leer no me miró, siguió mirando la pantalla, pestañeó cuatro veces, separadas por algún pensamiento, pestañeé cuatro veces, como para adivinar en qué podría estar pensando y me miró, yo bajé la vista y leí en una hoja que estaba al revés, o sea, orientada hacia su lectura, con alguna dificultad la leí, dificultad que me ayudaba en el disimulo por haber estado imitando su pestañeo ¨So lic itud de Tar j et a de cré d i to¨.
-¿En ninguna de estas calles trabajó?Como si debiera haber trabajado en la calle, me dijo: ¿En ninguna de estas calles trabajó?-No –le dije, en ninguna de esas calles trabajé y tampoco trabajé en la calle.Volvió a mirar la pantalla de la computadora y volvió a poner los dedos sobre el teclado, mientras me decía que iba a nombrarme una serie de empresas y que le tenía que decir si había trabajado en alguna de ellas.-Bueno –dije pestañeando como ella lo había hecho– Pero le adelanto -agregué- que yo nunca trabajé en una empresa.-Señor, son preguntas de rutina –dijo mirando la pantalla.-Sí, serán preguntas de rutina para usted, pero para mí son un tanto extrañas –le dije mirándola fijo mirar fijo la pantalla.
Me miró de reojo, apenas de reojo, con un rápido reojo y volvió a mirar la pantalla al mismo tiempo que empezó con los nombres de las empresas.Yo ya no la escuchaba, porque me importaban un carajo los nombres de las empresas que estaba diciendo, porque yo jamás había trabajado en una empresa y porque no sabía para qué quería saber esos datos que nada tenían que ver con mi solicitud de tarjeta de crédito. La miraba hablar, no la escuchaba decir, le miraba los párpados, miraba y contaba sus pestañeos, no pestañeaba muy rápido, más bien era un pestañeo suave, casi lento, con la lentitud necesaria para pensar que estaba cansada o para pensar que ella pensaba que ya no quería escucharme, ni seguir con estas preguntas de rutina, porque yo ya le había dicho que para mí no era ninguna rutina, que era algo extraño o raro, y quizá, sola en su rutina no sabría qué hacer. Empecé a pestañear, suave y casi lento, como ella lo hacía y podía sentir la caricia en los ojos y esa sensación de estar cansado de hablar, de estar cansado de que me hablen, pestañeaba las mismas veces que ella. Había momentos en que entre pestañeo y pestañeo se detenía como si hubiera algo que le llamara la atención en la pantalla, o que le llamara la lectura en la pantalla y en mí empezaba, así, como cuando empieza a llover despacito y uno puede escuchar las gotas mientras casi las va contando, unos puntitos de ardor, como si algo me fuera a picar en los ojos, como un anuncio de picazón en voz baja, entonces recordé un párrafo de Proust y empecé a decírselo en voz alta Un golpecito en el cristal, como si hubieran tirado algo; luego, un caer ligero y amplio, de granos de arena lanzados desde una ventana de arriba, y por fin, ese caer que se extiende, toma reglas, adopta un ritmo y se hace fluido, sonoro, musical, incontable, universal: Llueve.
-¡Llueve! –grité- ¡Llueve! ¡Llueve! –volví a gritar más fuerte.
Foto: Misha Gordin.
La chica de la computadora me miró a los ojos, sin pestañear, yo pestañeé, tres o cuatro veces, como para medir los efectos de la frase de Proust, o de mis gritos sobre la lluvia, mientras veía que su mirada se desplazaba lenta y continua del centro de mis ojos hacia arriba de mi hombro, pensé que quizá estaría mirando si llovía detrás de mí, o que hubiera descubierto algo sobre mí en la computadora que la aterrara, y que luego de confirmar eso en mi cara no soportaba el horror de mirarme a los ojos y se quedara buscando refugio en el vacío, o que la había enternecido la frase de Proust o que de golpe se había enamorado de mí, o que hubiera entendido por primera vez qué era la lluvia.Me agarró uno de cada brazo y ella dijo: ¡Sáquenlo! Mientras me arrastraban por el salón, porque ellos caminaban más rápido de lo que yo caminaba, les decía Un golpecito en el cristal, como si hubieran tirado algo, un caer ligero y amplio y me seguían arrastrando a la misma velocidad, yo intentaba alcanzarlos moviendo los pies al ritmo que ellos los movían como si hubieran tirado algo, un caer ligero y amplio, de granos de arena lanzados desde una ventana y el ritmo se me escapaba entre los pasos, así que intenté agarrarlos de los brazos como ellos me llevaban agarrado de mis brazos de granos de arena lanzados desde una ventana de arriba, y por fin, ese caer que se extiende los sostenía fuerte con los brazos y ahí recién pude empezar a seguirles el ritmo de los pies, entonces se generó un efecto de velocidad entre los tres que no se sabía quién llevaba a quién y desapareció la imagen del arrastre y los tres íbamos casi corriendo tomados de los brazos por el salón, ese caer que se extiende toma reglas, adopta un ritmo y se hace fluido, la velocidad que habíamos tomado y el ritmo que habíamos logrado entre las seis piernas era increíble, y nos deslizábamos por el salón como si fuéramos tres bailarines llevando el acto hacia el final que nos esperaba en aplausos y música y luces y llantos y gritos y más aplausos y bises y euforia y comentarios y todojunto y se hace fluido, sonoro, musical, incontable, universal: Llueve.
-¡Llueve! ¡Llueve! -grité- mientras empecé a oír, así como cuando empieza a llover despacito y uno puede escuchar las gotas mientras casi las va contando, unos puntitos de ruido, como si algo me fuera a estallar en los ojos, como un anuncio de estallido en voz baja, la lluvia de vidrios mientras atravesaba, solo, la puerta.