Título: Un tranvía en SP
Autor: Unai Elorriaga
Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2003
Páginas: 176
ISBN: 9788420466033
Este es el tercer libro de Unai Elorriaga que leo después de Londres es de cartón y El pelo de Van`t Hoff. Y, sin duda, es el que más me ha gustado de los tres. Para que os hagáis una idea, sus 176 páginas me duraron sólo un día, menos de tres horas, dos viajes en autobús y otros dos en metro. El libro se lee solo, engancha, atrapa, seduce y fascina desde la primera hasta la última página. Cada párrafo, cada frase, cada palabra invita a seguir leyendo. Es una auténtica joya, una lectura deliciosa que desde aquí recomiendo a todo el mundo.
No hay un argumento, una trama propiamente dicha, pero tampoco hace falta. Los personajes lo llenan todo, el libro, las páginas y, sobre todo, los pensamientos, los sentimientos y el corazón del lector. Son personajes inmensamente cercanos, humanos, verosímiles, reconocibles. Son de carne y hueso, con sus sueños y sus fantasmas, sus ilusiones y sus miedos, sus alegrías y sus penas. Ríen y lloran y, por encima de todo, transmiten todos esos sentimientos al lector con una facilidad sorprendente y admirable.
Lucas es un anciano al que conocemos en el hospital y después acompañamos a casa. Aunque ya no tiene la cabeza y la memoria todo lo bien que le gustaría, le encanta recordar su juventud, las conversaciones con sus amigos, sus partidos de fútbol. Pero, por encima de todo, le encanta acordarse de su hermano Ángel y de su trabajo en la carpintería. También de Rosa, su mujer, de su amigo Matías y de los tranvías. Y si hay algo que entusiasma a Lucas son los documentales, las polillas, el chocolate y el alpinismo. Le gusta leer revistas de alpinismo, recordar las hazañas de los montañeros y soñar con que él mismo asciende los catorce ochomiles.
Y en estos sueños y en estos recuerdos le acompaña María, su hermana. Ella también se pierde en sus recuerdos, en los años en los que trabajó como maestra. En los años en los que se encerraba en el baño para no enfrentarse a su madre, para poder leer, escribir y pensar con intimidad y tranquilidad. Porque a María le gusta escribir. Por eso ahora escribe cuentos. Porque puede ser ella misma y ya no tiene nada que perder.
Lucas, en cambio, escribe porque se lo ha mandado el médico, como un ejercicio para mejorar la memoria. Y así, entre recuerdos, sentimientos y palabras conocemos a Lucas y a María. Pero también a Marcos, el joven okupa que se les ha colado en casa para cambiarles la vida. Un joven sin oficio ni beneficio, un músico callejero que se enamora de Roma, la hija del dentista del pueblo, una apasionada por la pintura, por los juegos y, por encima de todo, por la vida.
Él no se quiere ir y ellos no quieren echarle. Ven normal volver a casa después de una larga estancia en el hospital y descubrir a un intruso al que desde el comienzo tratan como a un hijo. Y él a ellos como a unos padres. Y el lector también lo ve normal. Porque esta cotidianeidad es lo mejor de la novela. Todo está bien. No hay problemas, ni preocupaciones, ni agobios. La vida fluye, igual que el pasado, el presente y el futuro. Sin miedo, sin cosas raras. Todo es paz, tranquilidad, sosiego, calma.
Todo esto y mucho más es lo que transmite esta novela. Dulzura, bienestar, calor, ternura, compasión, cariño, cientos de sensaciones agradables que nos hacen disfrutar muchísimo de la lectura. Una lectura intensa, que se saborea lentamente, poco a poco, disfrutando intensamente de cada palabra, de cada frase.
Una historia que nos habla del paso del tiempo, de los recuerdos, de la vejez, de la muerte. Pero también de la juventud, de los sueños, de la esperanza, de las ganas de vivir la vida y comérsela de un mordisco.
Pero, sobre todo, esta historia nos habla de la convivencia entre jóvenes y ancianos, de lo importante que es tener alguien a nuestro lado, cada día, alguien que nos aprecie, nos quiera y nos valore tal y como somos, sin querer cambiarnos, con nuestras manías y nuestras rarezas, pero también con nuestras virtudes. Alguien que no quiera buscarle un sentido a la vida, simplemente disfrutarla intensamente, cada día, cada minuto. Alguien que no nos haga preguntas.
Alguien que no nos exija nada, que simplemente quiera disfrutar de todos y cada uno de esos pequeños detalles a nuestro lado. Y todo esto lo encuentran Marcos, María y Lucas. Porque a pesar de sus diferencias forman una familia muy especial. Una familia de la que nos gustaría formar parte, para compartir sus charlas ante el televisor, sus meriendas, sus recuerdos, sus anécdotas, sus cuentos. Una familia que nos transmite tristeza, añoranza, nostalgia, una familia que en ocasiones llega a hacernos llorar, pero también una familia que nos ofrece alegría y humor y que nos hace reír y, por encima de todo, valorar la vida y a quien nos acompaña en ella.
Una historia triste pero, al mismo tiempo, entrañable. Una historia que nos habla de la vida con dulzura, con un lenguaje casi poético. Una historia deliciosa, para saborearla en un tranvía, viajando hacia el Shisha Pangma (SP) mientras comemos un poco de chocolate y nos sentimos tremendamente afortunados por estar vivos. No importa que no tengamos mucho futuro. Lo único que de verdad importa es que tenemos un pasado y un presente y alguien con quien compartirlos.
Para terminar, quiero hablaros de la película basada en este libro, Un poco de chocolate. Se estrenó en 2008 y fue dirigida por Aitzol Aramaio. Está protagonizada por Héctor Alterio, Daniel Brühl, Julieta Serrano, Bárbara Goenaga, Gorka Otxoa, Ramón Barea, Mikel Albisu y Marián Aguilera. Yo todavía no la he visto, pero tengo muchas ganas. Mientras tanto, para ir abriendo boca, os dejo con el tráiler.