Intenté ser Blancanieves, la nueva. Al principio, probé con un vestido de gasa, de un rojo indescriptible, corto y con mucho vuelo. Con el taconazo, la nueva versión de Blancanieves, pisaba un poco más fuerte. Pero algo fallaba. Faltaba un complemento que convirtiese a la apocada Blancanieves en la nueva mujer con carácter. Probé a poner un cuello de lentejuelas. La coleta hiperfemenina hacía el resto. Blancanieves ya no hacía la colada para nadie, ni esperaba a que siete enanitos con nombres absurdos volvieran de trabajar; la nueva versión no necesitaba un príncipe para escupir una manzana envenenada. Seguía siendo dulce e inocente. Pero ya sabía cómo terminaba el cuento y no le convencía.
"Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, coser, tejer y si tienes todo en orden y bien limpio, puedes quedarte con nosotros"
(Blancanieves)
Nunca me gustó Blancanieves. Una chica capaz de hacer la colada y la compra a siete enanitos no es de fiar. Hasta que un avezado escritor inventó una moderna versión del cuento clásico. Blancanieves, harta del sieso del príncipe, se divorciaba y empezaba una nueva vida como mujer moderna y liberada. Desde entonces, veo a Blancanieves con otros ojos.















