Barquito pesquero en Punta Delgada
¿Cuánto tiempo te han dicho que tardarás para llegar a la isla La Tortuga? ¿cuatro, cinco, seis horas? Quizá. Depende de la brisa, de la luna, de la inquietud de las olas. A mí me dijeron que no llegaría en menos de seis y la travesía duró exactamente cinco horas y veinte minutos. Íbamos en lancha rápida, rompiendo las olas en vez de balancearnos sobre ellas. Por eso no nos mareamos, por eso no hubo necesidad de vomitar como le sucede al viajero cuando inicia ese letargo a mar abierto. Otros, los que van en barco más grande, no tienen necesidad de aferrarse a cualquier parte de la embarcación para no caerse, pero llegan blancos y sin aliento; un poco por el mareo, un poco por el sol. La ida a La Tortuga es un viaje lento, fastidioso, que se alivia solo cuando ves sus azules y empiezas a entenderlos.
Es una isla casi virgen en Venezuela. No está poblada, no se puede visitar de lunes a jueves. Llegan hasta allá pescadores desde la isla de Margarita y todos los operadores turísticos los fines de semana con la promesa de llenar al viajero de paraíso durante dos o tres días. Como no hay nada, se duerme en carpas agitadas por una brisa constante, sin sombra, con un sol que insiste, que te despierta, que se despide con lentitud al final del día. Como no hay nada, toda su belleza radica en sus azules, en su lejanía y por eso el mejor plan será caminarla, nadar, tomar agua -mucha agua-, caminar un rato más, explorar, ver peces de colores, corales, cuidarla y quizá escuchar un poco de música al final del día.
Así fue que caminamos por Punta Delgada hasta dejar de ver el campamento. La basura se agolpaba en la orilla. La corriente arrastra todo desde la isla de Margarita y el paisaje se ensucia. Ellos lo saben y por eso cada cierto tiempo realizan jornadas de limpieza, aunque a los veinte días todo vuelva a estar igual. Así que hay que contribuir y llevar bolsas negras para devolvernos con lo que desechemos, para tratar de que siga lo más intacta posible, aunque a veces eso parezca una labor titánica.
Many corre a sus anchas en Punta Delgada
Caminando por Punta Delgada
El campamento en Punta Delgada
De repente -y más por suerte que otra cosa- llegamos hasta Carenero. Una casita de pescadores, una capilla en honor a la Virgen del Valle, un azul profundo al que nos dejamos caer desde varios metros. Los pescadores llegan a este punto a lanzar sus redes por varios días, salan todo el pescado que consiguen, se van y vuelven cada cierto tiempo. Uno de ellos me cuenta que una vez el mar y la brisa estaban tan fuertes, que uno de sus botes se rompió por la mitad. Se asustaron, pero no les pasó nada. A Dios gracias, dice y se persigna. Son esos mismos pescadores los que cuentan que uno de los lugares más bellos de la isla es Tortuguillos, pero hasta allá no llegamos. Sin embargo, mientras más uno se alejaba, los azules se volvían intensos: era turquesa, era oscuro, era verde agua, era azul claro. Un contraste único siempre agitado por la brisa. No recuerdo si alcancé a preguntar si la brisa era así de insistente todo el tiempo. Parece nunca irse, es un viajero más.
Al volver a Punta Delgada ya el sol comenzaba a irse y, casi por instinto, caminamos hasta la playa de atrás -que se llama Calderas- para despedirlo como se debe. Todo es sereno; el atardecer sucede con lentitud, solo se escuchan las olas mientras el olor a pescado frito se comienza a colar en el aire para avisarnos que la cena está cerca, que el cansancio del día te hará ir a dormir temprano para que ese mismo sol te despierte y te saque de la carpa para contemplar el amanecer en la orilla que tienes justo al frente. Pero entonces, seguro abrirás los ojos en plena madrugada para ver el cielo cubierto de estrellas y que parece volverse una cobija que arropa todo el paisaje. Si van a La Tortuga, permítanse disfrutar de esos detalles de la naturaleza.
5.57 am y todo el silencio posible
Capilla de la Virgen del Valle, en Carenero
Pescadores en Carenero
Una postal de felicidad azul
y otra, para deleitarnos
¿QUÉ DEBES SABER?
–La Tortuga es la segunda isla más grande de Venezuela (después de la isla de Margarita) y forma parte de las Dependencias Federales. Se llega en yate, lanchas rápidas o peñeros desde Higuerote, previa contratación de algún operador turístico. Solo por ese detalle, es mucho más accesible en costos que Los Roques. También llegan avionetas y, normalmente, son vuelos privados.
-Viajé hasta allá con Esy Tour (@esytour en Instagram) que son los únicos que se instalan en Punta Delgada. Los demás llegan hasta Cayo Herradura.
-Ellos les van a garantizar tres comidas al día, la instalación de las carpas y buena atención. Los viajeros deben llevar agua -y cualquier otra cosa que quieran tomar- sábanas y equipos de snorkel en caso de que quieran explorar. Quizá los que a ellos les faltaría es brindar más agua para mantener al viajero hidratado ante el sol tan inclemente.
-Al final del día se pueden dar un baño rápido y básico con agua dulce y en parejas. Chicas, nada de lavarse el cabello porque el agua no va a alcanzar para tanto. Es un bien escaso por esos lados y hay que cuidarlo.
-Por lo duro de la travesía, lo ideal es viajar por 3d/2n para que puedan disfrutar un día entero en la isla. Lleven muchas bolsas plásticas en las que puedan meter el equipaje: todo se moja durante el trayecto; no vayan a dejar nada por fuera para que no lo lamenten después. El retorno es mucho más sencillo porque se hace a favor de la corriente y en casi tres horas. Si tienden a marearse, tomen una pastilla media hora antes de subirse a la embarcación. Y por favor, usen mucho -pero mucho- protector solar.
OTRO PARÉNTESIS. Había antes una única posada instalada en Punta Delgada; se llamaba Yemayá y era propiedad de María Eugenia Joya a quien tuve la suerte de conocer el fin de semana que estuve allí. Era una casita humilde y necesaria que se levantaba donde hoy Esy Tours coloca sus carpas; una casa que el Gobierno decidió derrumbar y señalar de ilegal. “Esperaron que me bajara de la lancha para tumbarla frente a mí. No me dejaron sacar nada. Dijeron que ellos necesitaban ese espacio para construir y han pasado tres años desde entonces sin que hayan hecho nada”. Durante esos días la vi recordar, llorar, reír, conversar con sus amigos hasta la medianoche. Dice que pertenece a ese lugar y uno la ve y no le queda duda de eso. Hay historias que no se nos tienen que olvidar.