Tarde de verano. Hora de la siesta. El sol pega sobre las baldosas del patio, rebota en las paredes blancas y trata de romper a través de las persianas la penumbra de la casa. Mis hermanos y yo estamos acostados en el piso de madera de nuestra pieza. Mamá nos retiene allí, buscando frescura y entretenimiento hasta la hora de poder ir a la pileta (con suerte para ella, alguno podría quedarse dormido).
Entonces, a través de su voz y las páginas de un libro, aparece esta historia: La hormiguita viajera, de Constancio C. Vigil.
Una hormiga exploradora encuentra una servilleta y un delicioso pan, por primera vez en su vida. No sabe lo que es y no llega a enterarse, porque apenas lo prueba queda atrapada en un lugar oscuro. Cuando logra salir, está muy lejos de su hormiguero y no sabe cómo volver.
Todo esto sucede en las primeras dos páginas. No tenemos tiempo casi de acostumbrarnos a su tarea de exploradora, a su vestido rojo con lunares, a sus antenitas con moños, a su canasta llena de flores.
-Esperá… -pido yo o alguno de mis hermanos que quiere detenerse en ese jardín inmenso para los ojos de la pequeñísima hormiga y que de manera tan inquietante ilustró Raúl Stévano para nosotros. Quiero habitar cada página, necesito tiempo para estar ahí, incluso para perderme con la hormiga.
En el viaje de regreso a casa, la hormiga se encuentra con un aguacil, un caracol, una vaquita de san antonio, una tortuga, una culebra, una abeja, un sapo, otra hormiga, un escarabajo, una langosta, un grillo, una lagartija, un ratón, una araña, un gusano, una luciérnaga y una avispa. Parece interminable el recorrido. Algunos son desagradables, algunos asustan, otros intentan ayudarla. Pero es ella quien debe hacer el esfuerzo y poner la voluntad para no abandonarse.
La historia todavía resuena dentro de mí. No sé si era el verano sonando afuera, si era el secreto íntimo de la lectura compartida, si era la promesa de un mundo inmenso que algún día yo también recorrería o el miedo de no poder volver a casa. Algo de esta aventura me convocaba y me convoca.
Será quizás la lectura, la acción de leer y crear con palabras todo eso que aparecía a la hora de la siesta.