Con las becas de cooperación al desarrollo ofertadas por la Universidad de Sevilla se les otorga a los estudiantes una oportunidad formativa inigualable, concretamente, la beca en pos de la alfabetización en Nicaragua, de la que mis dos compañeros y yo disfrutamos, nos llevo el 1 de agosto de 2013, a pisar suelo americano, con el objetivo de colaborar con la asociación nicaragüense AEPCFA, Asociación Popular Carlos Fonseca Amador, que seguía, como cada año, con su lucha alfabetizadora.
Fue estando en el país cuando pudimos conocer de forma más concreta los principales tramos en los que se dividiría nuestro viaje, que objetivos tendríamos y cuáles serían nuestras funciones durante el mes que duraría la experiencia. Aquel año AEPCFA, cuya sede se encuentra en Managua, llevaba a cabo un proyecto alfabetizador en la isla indígena de Rama-cay, situada en el atlántico Sur. Este proyecto, que a nuestra llegada ya había comenzado, también basaba su actuación en una fuerte apuesta por la educación en valores ambientales y la empoderación de la comunidad y el pueblo.
El equipo colaborador de españoles constituido por tres catalanes, enviados por AEPCFA-Girona, y tres sevillanos, formamos parte de un programa formativo, previo a la visita a la isla, con el que pudimos conocer las características propias de la comunidad rama y los detalles del proyecto. En Rama-Cay el programa cubano de alfabetización “yo sí puedo” ya había sido llevado a cabo con éxito, consiguiendo con él la primera promoción de adultos alfabetizados. El siguiente paso era el de dar a conocer el programa “yo sí puedo seguir”, tanto a estudiantes como educadores voluntarios.
Cargados con el material técnico necesario pusimos rumbo a Rama-Cay. La isla de no más de 900 habitantes y con 22 hectáreas de superficie nos estaba esperando. Tras veinte minutos en panga desde Bluefields la imagen de un terreno poblado de árboles frutales y sencillas casas de madera comenzaba a vislumbrarse.
El primer acto importante fue el de reunirnos con los líderes, con quienes acordamos los puntos de actuación. En segundo lugar reunimos a los educadores voluntarios, en su mayoría jóvenes estudiantes y profesores de las únicas dos escuelas con las que actualmente cuentan, una de primaria y otra, construida más recientemente, de secundaría. Con ellos tuvimos tres sesiones donde la ida y venida de propuestas e ideas era contante. Esto fue muy interesante, pues son ellos los conocedores de la realidad de su comunidad. Se les habló del método “yo sí puedo seguir” y de un nuevo grupo de estudiantes para el “yo sí puedo”, con la intención de dejarlo todo en marcha ya a nuestra partida. En un acto al que acudió toda la comunidad, hicimos entrega de diplomas a todos los alfabetizados, que leyeron cartas de agradecimiento escritas por ellos mismos. Fue un momento muy emotivo, que coincidió además con una ceremonia religiosa dedicada al niño moravo.
Las visitas, casa por casa, familia por familia, fueron constantes, la motivación es imprescindible en este tipo de contextos, los estudiantes deben sentirse parte de todo el proceso. De hecho esto es casi un ritual diario para los educadores voluntarios, quienes cada día iban en busca de sus alumnos para confirmar que asistirían a clase, provocando así en ellos un compromiso de participación.
El último día en la isla, y como cada domingo, se cumplió la propuesta llevada a cabo por AEPCFA, de la recogida de basura, con la colaboración de todos los niños y niñas de la isla, quienes comenzaban a apreciar la importancia de cuidar su entorno.
La aparición de AEPCFA en esta comunidad ha supuesto un cambio radical en la toma de conciencia educativa de esta población, un sentimiento de trabajo común en la lucha por la igualdad y el desarrollo equitativo, una explosión de solidaridad y esfuerzo por mejorar y cuidar nuestro entorno.
En el muelle nos despidieron agitando las manos, y con tristeza nos fuimos alejando de Rama-cay, con la convicción de que, efectivamente, son estos actos los que consiguen cambiar el mundo.