Las montañas de Aragua son el refugio de la Colonia Tovar
El viajero cerró los ojos para evitar marearse con las curvas del camino. Sabe que se quedó dormido en algunas brevedades, pero cuando tomó chocolate caliente y dulce, la sensación de sueño se le esfumó y se dejó arropar por el silencio y el verde que rodeaba al lobby del hotel donde estaba. Supo después de un rato, y lo supo porque lo preguntó, que el hotel Selva Negra en la Colonia Tovar -que era a donde había llegado- tenía 77 años ahí con la madera a punto, crujiendo bajo los pies de los huéspedes. Se rió al saber que alguna vez una habitación se llamó Sputnik y se maravilló con las historias que contaban que los alemanes llegaron por Puerto Colombia, el puerto que sirve a Choroní, y que en medio de esas montañas de Aragua hicieron crecer a una colonia que se regía bajo su propio idioma, costumbres y manías. Alemanes que viajaban en mula desde Caracas en travesías de muchos días, para organizar caminos, levantar casas, sembrar, hacer vida.
Por eso fue que el viajero entendió que estar ahí en el lobby del hotel, con la promesa de vivir el Oktoberfest coloniero, era mucho más que asistir a una fiesta de la cerveza. Era entender cómo funcionan las tradiciones, el amor al trabajo, el entusiasmo por contar el pasado para entender el presente. Mientras escuchaba, el viajero hacía ejercicios de imaginación: los alemanes saliendo de sus tierras frías y lejanas, para rendirse ante el calor del Caribe, pero al mismo tiempo encontrar refugio en el frío de esa zona a la que llamaron Colonia Tovar. Trajeron sus trajes, su comida, su acento como regañón y lo instalaron allí, apostando a un país que no era el suyo, pero por el que decidieron creer y luchar. Pudieron irse cuando quisieran, pero se quedaron y no dejaron de trabajar desde entonces. Ahora, los hijos van contando los logros de sus padres, de sus abuelos. Son ellos, un cuento orgulloso que habla de sabores, mezclas, sonidos. Es su trabajo el que se resume en el sabor de una salchicha bien hecha y que el viajero está acostumbrado a saborear desde niño cuando los fines de semana iba de Caracas a la Colonia, como promesa de diversión absoluta. Es la parada obligada para comprar un recuerdo de cerámica, una vela aromática, un suéter bien tejido. Y de repente, en medio de todo, aparece la cerveza como la excusa para maravillarnos y sonreírnos ante tanto empeño.
La celebración del Oktoberfest mueve a toda la Colonia Tovar. Esa fiesta que comenzó en la plaza un día de 1983 para recaudar fondos y terminar de construir la torre de la iglesia San Martín de Tours, se quiso mantener a través de los años, aunque con serias interrupciones. Todos se preparan para celebrar en torno a las cervezas artesanales, a otras más conocidas, pero más allá de eso está el arraigo a sus tradiciones. El que va para allá sabe que escuchará música alemana y bailará con ellos, que gritará ¡Prost! con el debido entusiasmo, que probará rodilla de cochino, repollo agrio, salchichas y mostaza. Caerá rendido ante la suavidad de un pretzel dulce o salado y dejará espacio en su maleta para llevarse hortalizas frescas, galletas, mermeladas, un vino de mora, de piña, de arequipe, de lo que quiera.
No en vano, la celebración del Oktoberfest en la Colonia Tovar es la cuarta fiesta más importante del mundo que se hace en torno a esta tradición que nació en la ciudad de Munich. Hay cerveza, sí y esperamos haya mucha todos los años, pero el viajero sabe que hay que detenerse en las historias y por eso anotó en su libreta que contaría que los muchachos que crean las cervezas arman los instrumentos de trabajo con piezas cualquiera que consiguen por ahí y que logran que funcionen con absoluta eficacia. O que ellos mismos tallaron un carro de madera para presentar sus licores y que cuando el carpintero se enteró que lo estaban haciendo solos, los llamó locos, pero decidió ayudarlos a terminar la faena. Anotó que la gente debería recordar que al probar una salchicha, hay un juego de sabores que tienen un ingrediente secreto que guarda el abuelo de alguien más y que cuando rompieron el récord de hacer la más grande del mundo -avalado por los Guinness- toda la Colonia aplaudió a rabiar y lo cuentan, para que muchos más lo sepan.
Basta con buscar en el calendario, año tras año, cuáles son las fechas en que se celebrará el Oktoberfest en la Colonia Tovar, para reservar con tiempo porque no queda espacio en sus cabañas ni hoteles, para tomar aire e intentar romper el récord de tomar un litro de cerveza -en una jarra de 9 kilos- en tan solo seis segundos; para pasear por sus subidas y bajadas, tener frío y calor y para relajarse, porqué no, en la terraza de un spa mirando las montañas, agradeciendo tanta tranquilidad y belleza. Todo eso fue suceder en la fiesta de la cerveza. El viajero lo sabe y por eso lo cuenta.
PARÉNTESIS. Gracias a Ronald Gutmann y María Luisa Ríos de Mil Sabores, por llevarnos a un recorrido de historia y paisaje en la Colonia Tovar. Por la cena, los cantos, la cerveza, los vinos, los dulces y el sabor alemán seduciendo nuestros paladares. Gracias también por enseñarnos de licores artesanales, la historia del Rincón Alemán, los vinos colonieros y el arte de Cerámica Tovar. Entrar en esas historias es una suerte de viaje y de arraigo.