- Detective, quiero que me traiga de vuelta a mi nena. Haga lo que sea necesario, no podré vivir tranquilo sin saber que está a salvo en casa.
El viejo tenía la cara compungida, sus labios temblaban al hablar y sus ojos se humedecían en el mar de arrugas de su rostro. Era un hombre mayor viviendo su pena. Casi me conmovió. Para evitarlo, recordé que ese sujeto era el tiburón inmobiliario que había urbanizado aquel espacio verde cerca del mar en el que yo jugaba de pequeño. Ahora, gracias a tipo como él y a una casta política de arribistas corruptos, Kaskarilleira, era apenas sombra de lo que fue. La bella ciudad atlántica había sido maltratada, desmenuzada y convertida, fuera de su zona de paseo, en un gran nicho de cemento y mal gusto. Espantosos barrios crecidos de cualquier manera sin tener en cuenta las irregularidades del terreno. Edificaciones baratas y húmedas para gente del rural que habían llegado buscando nuevas perspectivas y ahora habitaban en calles estrechas y sombrías de las que escapaban a sus aldeas cuando tenían tiempo disponible. Jardines encajados y ridículos, eliminables si había que seguir construyendo; o como alternativa, parques extensos y pocos cuidados en las escasas zonas rústicas a las que no alcanzaba la rapiña especulativa.
Me rehice. La hija del viejo, a sus casi 40 años, había abandonado los consejos de administración y el picadero que le montó papi, para irse con un youtuber de moda. No, no se fueron a las Islas Vírgenes, ni a las Seychelles, ni a Bora-Bora. Como otros de su calaña, nuestro Romeo, se pasó a Andorra, para seguir en contacto con sus fans y poner a buen recaudo sus caudales. Debía ser un elemento muy entregado a lo suyo, porque pudiendo dar el braguetazo de la década y abandonar la tontuna de ser famosete de temporada, prefirió seguir la suerte de aquel trompetista de Rubén Blades. Cierto, se habían ido a vivir a un nido en las montañas, pero su refugio debía tener más calidad que aquel de la canción de Jorge Sepúlveda o la que conocían los sufridos residentes de los degradados barrios de Kaskarilleira.
El viejo estaba preocupado, porque el niñato era un bocazas y si comentaba en Internet su hazaña sentimental, podría pasarle algo más serio que los devaneos amorosos de su heredera: ese necesario prestigio social sin el cual se puede evaporar un torrente ingente de acciones en la bolsa.
Al verme en modo esfinge me acució, deshaciéndose en elogios hacia mi persona. "Fiz Arou, tú eres la única persona confiable en esta ciudad de mierda. El más indicado para sacar a mi hija de las garras de ese pájaro y traerla de vuelta".
Continué en modo esfinge.
"Sé que no te gusta conducir, pero no tendrás problema, irás hasta allí en avión privado y un coche te llevará hasta cerca de la casa donde se alojan"
Viéndolo tan entregado, me permití intervenir con un apunte pedante: "Si no conduzco es por amor a la humanidad. Tengo muy mala leche y prefiero evitar colisiones con mis contemporáneos"
"Por eso, por eso. Está todo preparado para que llegues allá y consigas tu objetivo. Cuando vuelvas de la misión tus carencias monetarias serán solo un viejo recuerdo"
Me puse enigmático "¿Quién se cree que soy yo?"
Y luego contundente."¿Me toma por idiota?"
Rematé la jugada: "No soy un huelebraguetas que se mete en la vida amorosa de la gente. Hoy la cosa está muy jodida y es difícil mantener una vida sentimental solvente. Solo faltaría que yo me pusiera en medio de una que intenta salir adelante. Vamos anda"
Se puso agresivo y se olvidó del tuteo "¿Entonces por qué ha venido?"
Quise ser concluyente: "Piensa que puede perder una hija si va a su bola, yo ya he perdido mi pasado entre su maraña de construcciones abominables. Los que son como usted no han dejado espacio para mis recuerdos. Quiero que lo sepa y se le meta dentro"
Tras una furiosa palmada, llegaron dos gorilas y me agarraron por los hombros.
"En cambio yo a usted lo envío fuera"
Fui arrojado a la calle sin contemplaciones y caí de bruces contra el suelo. Al rodar por el empedrao no fue un beso prolongado lo que dio mi corazón. Aquel no era mi barrio, Gardel.
(Capítulo 54 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)