Benjamin Barber
Barber parte de que la democracia, entendida en un sentido neutro, se ha asociado, probablemente de modo deliberado, a la llamada democracia liberal. El razonamiento trata de comprender al individuo de forma aislada, el cual de alguna manera se ve “obligado” a vivir en sociedad. Por ello, la teoría liberal trata de construir un caparazón jurídico político que sirva de alternativa a la “selva” en donde habitaban los humanos antes del “invento” de la sociedad civil. Se trata, evidentemente, de una visión contractualista, pero que pretende articular su modelo en base a un individualismo que busca mantener a los hombres alejados unos de otros.
De esta manera, llegamos al primer hándicap de la teoría liberal, su propio marco preconceptual, que Barber ha dado en llamar “La política newtoniana”. El autor cuestiona ya no la teoría consolidada, sino también su propio punto de partida que denomina “marco inercial de referencia”, el cual se encuentra configurado sobre elementos “preteóricos”. Las ciencias naturales y las ciencias humanas han buscado marcos inerciales, pero evidentemente no deberían usarse los mismos métodos, pues en el ser humano existen suficientes elementos que los distinguen del objeto de estudio de las ciencias naturales, aunque a ello se volverá más adelante.
La teoría liberal ha utilizado un marco referencial situado en el propio pasado, como por ejemplo hace John Rawls en su particular “posición original”. Esta lógica, o al menos una parecida, es la seguida por la mayoría de teóricos liberales, quienes diseñaron su teoría desde un punto de partida basado en una ficción, de modo que finalmente ese marco inercial se transforma en una “racionalidad autocomprendida” (considero que este concepto es bastante claro al respecto). Esto tiene como consecuencia que con un único punto de partida, y con una única estructura derazonamiento solamente se puede llegar a un único resultado. Por lo tanto, la teoría liberal quedará impregnada por un mismo espíritu político que podría no ser acertado.
Asimismo, Barber crítica el atomismo, el cual parte de la falacia de considerar a los seres humanos como unidades aisladas, lo que evidentemente es el punto de partida del individualismo. Mediante este tipo de estudios se trató, en cierto sentido, de aplicar las leyes de la mecánica a la política, así que bajo esta óptica era difícil esperar que la teoría liberal pudiera hilar fino en conceptos tales como colaboración, cooperación, solidaridad, etc. Así pues, el liberal concibe a la política y al poder como antónimos, por lo que no es de extrañar su aversión a la política y su tendencia hacia el anarquismo (por supuesto no el defendido por Proudhon ni Bakunin). Tanto es así, que por ejemplo, Robert Nozick se preguntaba: ¿Qué espacio dejan los derechos individuales al Estado? Cuestión a la que Barber respondía que Nozick debe de ver al Estado como una ballena en una pecera aplastando al resto de peces. Eso solamente viene a indicar de qué manera los liberales excluyen de sus idearios los términos anteriormente descritos.
La teoría política liberal, igual que las demás, parte de suposiciones particulares, pero Barber crítica que ésta es de naturaleza cartesiana, ya que intenta establecer certezas que puedan ser universalmente aceptadas. Pero, es posible destacar que la búsqueda de una certeza de estas características tiene como objetivo nutrir la ortodoxia política de la época. El método se instrumentaliza. Los liberales, dice Barber, fueron más cartesianos que Descartes y trataron de fundamentar una filosofía política que pretendía ser tan objetiva, tan pura, que rechazaba los propios principios políticos, porque no resultaban totalmente objetivos o asépticos.
De esta manera, los liberales se remontan a un escenario prepolítico para tratar de buscar una libertad natural que precediera a la libertad política. Y es esa búsqueda tan exageradamente cartesiana la que condena a la teoría liberal, porque aspiraban a comprender una política despolitizada, y esto no es un ningún oxímoron, es literalmente lo que buscaban. Es como si olvidaran que la política es una construcción humana y que, por tanto, está sometida a valores humanos, por lo que para hacer política habrá que bucear en ellos. Pero, en vez de eso, Nozick, Rawls y demás liberales sufren sus particulares intentos de comprender la política partiendo de bases no políticas.
Así pues, el liberal entiende que los individuos aplican sus verdades a las relaciones humanas, cuando, en realidad, podría observarse cómo cada persona contribuye a la formación de verdades compartidas en su comunidad. Por lo tanto, el liberal partirá de esa premisa que aísla al individuo de la sociedad, y lo concibe como un átomo, lo que distorsiona su percepción de la naturaleza humana, que Barber la entiende más cooperativa. Pero, para el liberalismo el hombre es un ser solitario, y en eso consiste ser liberal, en mantener esa visión de la naturaleza humana. De hecho, narra Barber, como solo a partir del Renacimiento la soledad humana adquirió ciertos tintes positivos y evidentemente, esto debe mucho al incipiente pensamiento liberal.
No obstante, al ideario liberal, se le deben añadir más rasgos como: la libertad, la necesidad, el poder y la propiedad, éste último es su pilar fundamental. De hecho, para MacPherson los conceptos de libertad y propiedad liberal están interconectados. Barber aporta una reflexión muy interesante acerca de cómo la propiedad absorbe la búsqueda de libertad y de poder que conviene recogerla textualmente: “La propiedad es una variante de acumulación de poder, una forma lícita de agresión institucionalizada, por la cual se le concede un permanente y legítimo refugio a las exigencias de los individuos de adecuar los medios a sus fines.”[1] Este marco solamente es posible en una concepción política en el que el “yo” está por encima del “nosotros”, puesto que la propiedad es la justa reclamación para un mundo que solo existe para mí. Un mundo en el que el dominio, la propiedad y los derechos son una necesidad para salvaguardar la propia política liberal.
Por último, es interesante recoger como Barber alude a que la visión liberal ha entendido que los problemas políticos recientes se han derivado de un exceso de democracia. (La rebelión de las masas de Ortega y Gasset; o la tiranía de la mayoría de Lippmann). Este pensamiento parte, por tanto, de la premisa de que el poder popular deriva en totalitarismo y que el antídoto es aplicar con vehemencia los principios claves del liberalismo: libertad individual, derechos naturales, propiedad privada y mercado capitalista. El liberalismo, al haber hecho del individualismo su principal bandera, se ve perfectamente capaz de asegurar la vida privada, pero incapaz de penetrar en otras esferas pertenecientes a la esfera pública como podrían ser el participacionismo o construir una justicia distributiva; para un liberal auténtico eso serían injerencias en su esfera privada.
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[1] BARBER, Benjamin. Democracia Fuerte. Ed. Almuzara. Pág. 140