Revista Espiritualidad

Una asignatura pendiente

Por Juanantoniogonzalez

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Era una ciudad. Era porque desde hace unas horas ha regresado a ser el pueblo que es. Era hasta que las persianas de las casas se han cerrado; hasta que las voces extrañas, las carreras de los niños, la gente entrando y saliendo de los supermercados, los coches de matrículas que ya no son de otras ciudades, pero que son extrañas aquí, han ocupado las calles que ahora ya se sienten abandonadas. Era una ciudad. Una ciudad que ha sentido la tropelía de las prisas de los que dicen escapar de ella, pero que las traen en sus equipajes estivales. Las ciudades no tienen prisas, las tienes quienes dicen sobrevivir en ellas, en esas que en verano anhelan ser el pueblo que éste sí lo es. Éramos una ciudad, ahora somos el pueblo que decimos ser.

Han pasado unas horas y el silencio nos lleva a ese viaje de retorno. Y las prisas ya no son aquellas prisas. En el pueblo quedan persianas levantadas que hablan de su vida interior. Las cajeras de los supermercados se vuelven a mirar, y los coches, esos siguen ocupando las calles, pero éstos no saben de las prisas de la ciudad.

Se marcha agosto, y mientras esperamos la vuelta de los niños al colegio, donde el bullicio volverá a nacer, siempre regreso a septiembre con la misma asignatura pendiente, de no saber si habré sabido despedirme y decir adiós. Si di la mano, un abrazo o un beso, por última vez; si aquel amor de verano, ese que quizás fuera para toda la vida, supe decirle adiós.

Llego de nuevo a septiembre con esta asignatura pendiente y no porque quiera volver a ser ciudad, sino porque tengo miedo a cerrar la puerta, echar las persianas, a correr con prisas, y al fin olvidar.


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