La experiencia a la que se ve sometido Manuel Araluce es tan anonadante como perturbadora: después de haber dado un largo paseo por las calles nocturnas de Madrid se ha encontrado con una mujer de voz seductora, se ha metido con ella en un taxi y, tras ser anestesiado con cloroformo, ha despertado en una casa que no reconoce, atormentado por una situación terrible: es incapaz de controlar su mente y es incapaz de controlar su cuerpo. ¿Qué ha sucedido, para que algo así suceda? La única explicación se encuentra en una carta que localiza junto a la cama donde está acostado. En esa carta, escrita por él mismo (reconoce sin ningún género de duda su letra), una mujer llamada Margarita Steck le explica cómo, a punto de morir por un cáncer, ha logrado introducir su alma dentro del cuerpo de Manuel, para no perecer del todo. De tal suerte que ahora conviven en su interior un alma de mujer y un alma de hombre. La situación es tan alocada como cierta, tan sofocante como incómoda: Manuel comienza a mirar con deseo a hombres y mujeres; a veces se afeita y a veces se pinta los labios; se coloca los pantalones o prefiere unas medias y zapatos de tacón. ¿Cómo logrará evadirse de esta pesadilla (si es que resulta posible hacerlo)?
El sorprendente Enrique Jardiel Poncela nos propone en esta novela corta de 1922 una trama donde humor y angustia caminan de la mano y donde, con la habilidad de un maestro, juega con nosotros como quiere. No me canso de visitar sus páginas ni de conocer textos suyos, largos o breves, teatrales o narrativos: me cautiva.