Revista Opinión

Una batalla no es toda la guerra

Publicado el 26 julio 2019 por Carlosgu82

Esa pesada hora de las 5:00 de la tarde se hace hostil en el metro. La acumulación de usuarios hace que los cardúmenes de humanos choquen en las estaciones de transferencia y se aprecia cómo la variedad de colores y movimientos se convierten en una obra cinética viviente.

Pero lejos de cómo lo vemos en los peces, estos choques de grupos que desvían el curso de la masa, generalmente vienen cargados de miradas retadoras, odiosos tropezones, codazos y, en casos extremos, palabrotas y amenazas.

Si esto sucede en los pasillos, podemos imaginar la amarga actitud dentro de los vagones, en los cuales el aire acondicionado y los espacios son tan escasos que la materia que los llena parece monolítica.

Cuerpo contra cuerpo, cada quien lucha por su pedacito de oxígeno y, los más delicados, reviran ante un recostón que consideren inmoral o propasado. Así sucedió con aquel hombre de pronunciadas canas y surcos en su rostro, lentes “culo de botella” y una ordinaria camisa a rayas verde y blanco. Entró como una tromba, auspiciado por el fragor de la lucha que venía de librar en la transferencia de Plaza Venezuela a Zona Rental. Al sentirse victorioso, no reparó en su abrupta incursión dentro del tercer vagón del tren que iba hacia Las Adjuntas.

En el espacio que procuraba el guerrero otoñal, estaba un joven de unos 20 años de diferencia, pero más espigado y vigoroso que el invasor. Como estaba de espaldas, de inmediato reaccionó con el revés de su cabeza y la mirada tonificada ante la supuesta agresión. “¿Entonces maestro? ¿Me vas a pasar por encima?”, dijo el joven.

El experimentado gladiador le ripostó con su espada enarbolada. “¿Qué te pasa chamo? Si no te gusta que te toquen agarra un taxi… es más, me resteo contigo, como tú quieras, yo quiero”.

-Ah nooo señor, si van a pelear se salen del tren. A esta hora todos venimos cansados de nuestros trabajos y lo que falta es que se vayan a pelear aquí adentro, expresó una dama ataviada de un uniforme de taller azul, característico de empleada de una entidad bancaria.

Ambos quedaron callados ante la queja femenina pero a la expectativa, con las miradas y pequeños toques físicos se prolongaron por varias estaciones. Existen dos tipos de antagonistas, los rivales, que son ocasionales y los enemigos, que pueden durar toda una vida.

Luis Vera Márquez

Septiembre 2018


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