Revista Literatura

Una botella de ron, IV.

Por Ricardovidal @ahoraesmiturno
Una botella de ron, IV.Habían descargado ya los víveres que aún quedaban y puesto el bote a salvo de las mareas y de posibles miradas extrañas. Con el fuego ya encendido, y tras haber preparado un no demasiado incómodo lecho para Patricia, charlaron animadamente, solos –pues San Pablo saltó del bote y con una carrera largos días contenida, desapareció- hasta que Morfeo los acogió en sus brazos.
Fue aquella una noche rica y feliz en la que Tigre confesó su amor y también su nombre.Alberto, que así se llamaba nuestro protagonista, despertó al amanecer y se desayunó hasta saciarse con la sola contemplación de la bella Patricia. Por unos instantes le pareció estar en el paraíso. Pero de inmediato volvió a la realidad. Había mucho por hacer: explorar la isla, localizar un sitio seguro y acomodarlo en lo posible a las necesidades de su amada, buscar agua y comida, y tantas otras cosas; pero sobre todo debía camuflar el miedo a no ser capaz de cuidar, amar y proteger a la delicada princesa.En las siguientes jornadas Alberto fue extrayendo de la isla todo aquello que necesitaban. Construyó una sencilla pero cómoda choza a los pies de dos grandes árboles cuya fronda los reguardaría del sol, del frío, de la lluvia.
Una botella de ron, IV.
Tenían también agua y comida abundante y el futuro inmediato no se presentaba tan terrible como pocos días antes.Sin embargo, Alberto podía palpar algo extraño en aquella isla que los había acogido en su regazo como una madre madura.Así iban pasando los días. La única mancha en la felicidad de Patricia era la ausencia de San Pablo. Casi dos semanas habían transcurrido desde que el león emergió de las aguas.
A pesar de que San Pablo intimidaba poderosamente a Alberto, éste no cesaba en la búsqueda del felino pues sabía que era parte importante en la felicidad de su enamorada, que era tanto como decir de su propia felicidad. Mas, pese a su insistencia en la pesquisa, no obtenía resultado.Frente al océano, tumbado sobre aquella homogénea alfombra arenosa, reflexionaba Alberto sobre qué les depararía el futuro. Con la nana de las olas se iban cerrando sus ojos y el pensamiento iba siendo presa de diversas ensoñaciones que iban y venían sin orden alguno. El placer de ese pensamiento que vaga libremente se vio interrumpido al percibir una sombra sobre su rostro.Abrió sus ojos y lanzó un aterrado alarido.            - Tranquilízate –dijo una voz-, no te ocurrirá nada.Pero Alberto únicamente fue capaz de incorporarse y correr como alma que lleva el diablo. Corría sin mirar atrás. Corría sin pensar. Impulsado por un inefable temor, sólo corría.Aquella noche no consiguió dormir. El miedo se había pegado a él como una segunda piel.Amaneció.No fue capaz de contar nada de lo ocurrido a su compañera de aislamiento. Se volvió huraño, como cuando navegaban en el bote. Y ella lo notaba; se daba cuenta de que algo terrible ocurría, pues terrible había de ser para que causara ese efecto en el Tigre.En varias ocasiones intentó hablarle; dicen que una carga compartida entre dos es más liviana. No siempre es así.Aquella jornada transcurrió sin sobresaltos, aunque cubierta por un denso tapiz de desasosiego; tapiz que en días posteriores iba transparentando su red y redespertando en el corsario el sentido de la fascinación.Finalmente se decidió a hablar con su dueña e intentar explicar el extraño suceso que tuvo lugar en la playa.La muchacha de ojos rasgados se mostraba tan sorprendida por la historia que escuchaba que, a pesar del inmenso amor que sentía por Alberto se veía incapaz de aceptar lo irracional de su narración. Las primeras grietas en su confianza pugnaban por emerger, mas una inquebrantable negativa a ceder a esa sensación la condujo a mirarlo, no con los ojos, no con la razón, sino sólo con el corazón. Y gracias a ello, él, surgido de la academia del vicio, del pecado, del delito, iba dejando atrás la frontera de la desventura moral y robusteciendo su alma merced a la limpia, sencilla y luminosa mirada del amor.Salieron juntos a explorar y tras algunas horas navegando por los senderos lo vieron a lo lejos, vigilando desde la cima de una breve colina.Fueron en su busca.

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