Último día de agosto, uno de los meses del año que menos me gustan. Como Ana, también yo tengo ganas de septiembre. Y eso que las vacaciones han sido casi redondas. Casi porque comenzó el mes con una de mis hijas ingresada en el hospital por culpa de un inoportuno virus estomacal. Estábamos en nuestro lugar de veraneo, un pueblo de la costa de Lugo, y el no encontrarme en mi lugar de residencia me creaba una cierta sensación de inseguridad. Había tan pocos niños ingresados que el trato fue muy cálido y cercano. Estuvieron pendientes de la enferma (y de la madre) en todo momento.
A la vuelta de mi quincena lucense, he estado en Sicilia. El choque que me ha producido la isla ha sido fuerte. Los sicilianos son cálidos, bulliciosos, vivos. Y sucios. Eso, o que el servicio de basuras no se presta con normalidad, como dicen en metro de Madrid para justificar los retrasos. Intuyo que el sur de Italia es un mundo dentro del país, y Sicilia un micromundo dentro de aquél. En ocho días la percepción de la vida en otro país es muy limitada, y más la que puede tener el turista extranjero, que todo lo mira bajo su ojo de visitante, de extraño, de ajeno al fin y al cabo. A la vuelta al trabajo una compañera que vivió allí un año me lo confirma: los sicilianos son ante todo hijos de su isla.
No me parecía estar en un país europeo y en teoría de los fuertes, miembro del G8. La inversión de dinero público brilla por su ausencia. Impacta la suciedad de las calles de las ciudades y la escasez de papeleras; esas cunetas llenas de porquería; las autopistas, que piden a gritos una nueva capa de alquitrán y una renovación de los guardarrailes y farolas, vencidos por el óxido. Por lo que respeta a la forma de conducir de los sicilianos es todo un ejercicio de temeridad, locura y excesos. La poca querencia a ponerse el casco cuando se monta en la mítica vespa, una imprudencia en toda regla, es normal general entre los autóctonos. Las madres viajan de copilotos con su pequeño en brazos, y los asientos traseros los ocupan niños sin silla de seguridad alguna. Como íbamos en España cuando yo era pequeña. Toda una regresión.
Pero como Sicilia es una isla de contrastes, también aluciné con la belleza del Etna, un paisaje volcánico aún no corrompido por pañuelos de celulosa o botellas de plástico. Disfruté de la calidez de sus aguas y de sus restos artísticos. Me fascinó la tranquilidad reinante en Stromboli, la única de las Islas Eolias que visitamos.
En Palermo, la caótica capital siciliana, mis pies fueron bañados por un cubo de agua con el que una mujer limpiaba su pescadería. Fue en una callejuela de la que se esconden tras las vías principales, en un barrio de gente humilde y pobre, cerca del puerto. A pocos pasos la belleza del Quatto Canti (fotografía adjunta), una hermosa plaza de estilo barroco, me reconcilió con la ciudad.
Estuvimos alojados en Taormina (primera fotografía), una preciosa ciudad casi costera, con playas de rocas, que mira de frente al Etna y conserva como principal atractivo turístico las ruinas de un teatro greco-romano. Para mi lo más cool de la isla. Desde aquí agradezco la im-perfecta recomendación.
En cuanto a la comida, simplemente exquisita. Puede que los sicilianos no se sientan muy italianos, pero su gastronomía está trufada de las riquezas gastronómicas patrias. Aprovecho aquí para hacer una mención especial a la caponata siciliana, un plato caliente de verduras que recuerda al pisto. Tres veces la disfruté y sigo con ganas de más. De momento, y hasta que mi madre se ponga a ello, me conformo con verla en foto.
Un último apunte para desmitificar al hombre italiano, el eterno seductor en el imaginario femenino. Los hay guapos, sí, incluso muy guapos, pero también feos. Los he visto caminando unos pasos detrás de su pareja, controlando, oteando, como queriendo decir "ésta es mía". Marcando el territorio. Sin incoveniente alguno para mirar a otra mujer con descaro, aunque vaya en compañía masculina y lanzarle un beso si es menester. Me han resultado mujeriegos, presumidos y castigadores, sobre todo en las salidas nocturnas. Quizás no les presté la suficiente atención. Cosas de hacer turismo en muy buena compañía.