Revista Cultura y Ocio
La disciplina es lo que nos da la gran libertad. Pero ¿cuántas disciplinas hay? Tantas como personas. Cada uno tiene su disciplina. Sin embargo, el término nos lleva a la típica imagen autoritaria del concepto. Y esa, la autoritaria, de seguro que no nos da la gran libertad. Son, en el fondo términos antagónicos, la disciplina y la autoridad, y no obstante, parecen y les damos casi el valor de sinónimos. Craso error, por cierto. "Disciplina y autoridad es lo que falta a algunos"-suele decirse-, así que son dos cosas distintas unidas por una conjunción sumatoria. Entonces, por qué uno no se da cuenta de que no son sinónimos (veáse "los sinónimos no existen" de este mismo blog). Al igual que la existencia de ilusiones ópticas que engañan a la percepción visual, y por tanto al cerebro, existen asimismo ilusiones lingüística que nos llevan a confundir conceptual y semánticamente los términos. Es una cuestión que tiene su base en la proximidad y la asociación (no necesariamente semántica) de los conceptos lingüísticos. Esta proximidad o asociación pueden ser diferentes e independientes entre sí, lo cual amplía la dificultad de su propia determinación conceptual. La cuestión se complica, por otro lado, cuando los conceptos lingüísticos asociados funcionan de forma independientes, pues así, la confusión está servida. Finalmente, se malentienden y se muentran ante nosotros como posibles sinónimos. El lenguaje tiene una gran carga emocional que en muchas ocasiones sugieren sutilezas que bien podrían determinar un juicio de valor. Quien domina ciertos criterios lingüístico-emocionales bien podría manipular la comunicación escrita. Lean una noticia cualquiera en distintos periódicos y verán que se tratan de forma diferente. Algunos creen que esta diferenciación es el llamado estilo. Pero el estilo es algo totalmente distinto. El estilo no sólo recae sobre el mensaje en sí mismo, mientras que la manipulación ligüístico-emocional sí que incide directamente el éste y casi en exclusiva, creando combinaciones sintácticas "ad proceso" que le confieren cierta legitimidad lingüística inherente. Siendo en el fondo una burda manipulación comunicativa. Si volvemos a la frase inicial de este post, nos encontramos con una pseudoparadoja ligüística que tal vez nos lleve a no entender, o peor aún, a desestimar la sentencia inicial como una absurdidad. Ese es el fin: alterar la realidad lingüística para crear un dogma ideológico concreto convincente.