Revista Cultura y Ocio

Una brumosa novena

Publicado el 24 julio 2011 por Checholalo @checholalo

Una brumosa novenaUna espesa niebla sobre la ciudad de Concepción recibió al director canadiense Julian Kuerty, que con ocasión del sexto concierto de la Temporada Sinfónica 2011 del Teatro Concepción, estuvo al frente de nuestra humilde y esforzada orquesta sinfónica local.
Como ya es habitual para nosotros, la velada musical fué antecedida por un buen café irlandés y una pipa de buen tabaco, en el tradicional Café Carrasco, local que aún, y esperemos que por mucho tiempo más, recibe gratamente en su interior a quienes disfrutamos del placer de fumar.
Luego de ello, minutos antes de la hora de inicio del concierto, los suficientes para tomar ubicación, y leer las siempre cuidadas y muy documentadas “notas al programa” de Felipe Elgueta Frontier, accedimos a una sala repleta, en la que, como ya es habitual cuando se presentan obras tan populares como la que se anunciaba en esta oportunidad simplemente como “La Novena de Beethoven”, se veían numerosas familias con sus hjos, que expectantes, veían con ojos asombrados a la orquesta afinando sus instrumentos, en vivo, frente a ellos, algo muy distinto a la chabacanería televisiva con que intoxican, en forma aún más dañina que el hoy tan mal visto tabaco, sus ojos y oídos a diario.
Nota especial merece el programa de mano, que durante toda la presente temporada ha lucido una gráfica moderna, pero elegante, con generoso espacio para textos legibles en la penumbra de la sala, delicadeza y buen gusto que se echó en falta durante temporadas pasadas, y que comentamos oportunamente.
El esperado espectáculo, a tablero vuelto, fué precedido, en forma más oportunista que oportuna, por un, afortunadamente breve, discurso del que supongo presidente del Sindicato de Trabajadores de la Orquesta, acerca del candente tema del aporte fiscal a las universidades, intentando enlazarlo con el quehacer cultural de una corporación ligada a la Universidad local, pero independiente jurídicamente, y cuyos presupuestos provenientes de la extensión de la propia Universidad y del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, dudo que tengan vela en este entierro.
Luego de todo este dispar preámbulo, la orquesta y coro dependientes de la Corporación Cultural Universidad de Concepción, dan inicio a una no menos dispar presentación de la única obra musical que tiene la categoría de patrimonio de la humanidad, y que podría, sin duda alguna ser considerada como el himno de esta pobre especie.
Dispar por la ya consabidas carencias de una sala que no hace justicia a la categoría de nuestros maestros locales, cuya acústica literalmente se come las tonalidades bajas, restándole con ello todo el pathos a la magnífica obra del genio alemán. Dispar también por la debilidad de unos bronces que sólo encontraron su esplendor en los fortísimos del cuarto movimiento, en el que orquesta y coro en pleno, escondían púdicamente su impotencia ante los requerimientos de la obra. Dispar, por la calidad de los solistas, todos locales, todos queridos por el público penquista, pero de quienes ya conocemos sus virtudes y defectos.
Dignos de destacar, para no acidificar mi comentario después de una velada, que a pesar de lo ya dicho, resultó gratísima, la sección de cuerdas, particularmente en los pianísimos y trémolos iniciales, las maderas en los pasajes más reposados del tercer movimiento, las cuerdas graves en el inicio del cuarto movimiento, el coro, dirigido por el maestro Carlos Traverso, que a pesar de su pequeñez numérica, sonaba sobrecogedor, y la soprano Claudia Pereira, muy ligera pero con una gran proyección, y que desempeñó con soltura los requerimientos de la obra.
Nuestro ya conocido bajo-barítono Sergio Gallardo, el Tito Gobbi local, instalado en la boca del escenario, supo sacar su engolada voz desde la opacante cámara acústica del escenario, cosa que lamentablemente no ocurrió con la contralto Pilar Díaz, de quien se percibía, desde la cercanía de mi ubicación, una voz profunda y bien colocada, pero opacada por su ubicación, y la pésima acústica ya consignada. Gonzalo Tomckowiack, destacado tenor local, desempeñó con la altura conocida su parte en la obra.
El público penquista, siempre generoso, esta vez lo fué aún más, puesto que repletaban la sala padres que no escuchan habitualmente “este tipo de música” con sus niños que no distinguen un concierto de un espectáculo circense y que son capaces de abrir latas de bebidas o sacar pastillas y galletas de sus ruidosos envases plásticos justo en los momentos de ese pianísimo o de ese tenso silencio orquestal que antecede a los momentos más sobrecogedores de la conocida obra. La orquesta penquista, familiarizada con ello, dimensionará el reconocimiento de un aplauso de pié del aforo completo, que seguramente habrá asombrado felizmente al director invitado, que se llevó consigo algo así como una antorcha festivalera.


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