Una buena Secretaría TIC

Aún las distintas Secretarías TIC de municipios y departamentos desempacan sus valijas de sueños y se enfrentan a las limitaciones presupuestales que sus jefes, los nuevos gobernantes, determinan una vez que contrastan sus ideas de campaña con lo que dejaron sus predecesores.

Las Secretarías TIC son todavía una novedad, aún muy exótica dentro de la institucionalidad. Según cifras del Ministerio de las TIC, en junio del año pasado apenas se contaban 36 Secretarías TIC (aunque hay 21 direcciones TIC, 38 asesores y 787 enlaces TIC).

Si Colombia quiere desenvolverse dentro de una economía de servicios que le permita ser más competitiva en el ámbito internacional, tiene que modernizar sus organigramas para que las TIC sean ese motor de desarrollo.

Una Secretaría TIC debería apuntarle a ver cómo su ente territorial convierte sus jurisdicciones en territorios inteligentes; un buen secretario en esta cartera no debe conformarse con los centavos que se asignen en el presupuesto, sino que debe coordinar y gestionar recursos con entidades del orden nacional, departamental y municipal para llevar a cabo programas TIC para mejorar la calidad de vida de su comunidad al fortalecer el acceso equitativo a oportunidades de educación, trabajo, vivienda, seguridad, cultura, salud y recreación

Un buen secretario TIC debe seducir a cada sector económico y enamorarlo de la idea de que éstas son el soporte de crecimiento, aumento de la competitividad y el acceso a mercados. Por supuesto, las TIC no vienen en una caja para destapar y ejecutarse solas, requieren de acompañamiento para que haya una estrategia de apropiación social por parte de sus usuarios.

Adicional a esto, una buena Secretaría TIC es tan importante que se vuelve la articuladora de otras Secretarías para que haya un buen despliegue de gobierno en línea y mejores servicios para los ciudadanos.

Muchos éxitos a Edson Gómez al frente de esta Secretaría en Bucaramanga; a Felipe Guzmán en la Consejería TIC de Bogotá y a todos los demás en el país.

Nota: Esta columna fue publicada originalmente en Vanguardia el día 23 de enero de 2020