Revista Cultura y Ocio

Una canción de los Doors – @tijeramanca

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Soy de los que odian sin ponerlo en mi muro de Facebook. Soy de los que jamás guardan anécdotas sobre gente del trabajo, dependientes del Corte Inglés, máquinas expendedoras y taquillas del Metro, comerciales de compañías telefónicas, taxistas, personal docente del centro en el que estudian-mis-hijos-que-son-lo-más y demás personas que jamás se leerán como protagonistas de pobres poemas épicos de resentidos y para resentidos. Soy de los que odian a secas, que sea lo que sea lo hago con los ojos y no cuento batallitas a la espalda de nadie que las pueda desmentir o, peor aún, relatar mucho mejor que yo.

No sé si es causa o efecto de esto, pero tengo un largo sedimento de personas de mis anteriores trabajos, estudios, ex novias y otras vidas en mi lista de contactos. Limpio de vez en cuando, aún así son cerca de diez años metido en esto, aquí, precisamente porque me lo recomendó una compañera. Desde entonces tuve la costumbre, como todos, de buscar nombres de la gente que me encontraba por la vida, en cualquier situación. A veces los agregaba, otras sólo cotilleaba sus fotos en abierto, muchas fui simplemente ignorado. Yo también lo hice. Pero ya ves, así nos reencontramos.

«People are strange», dicen The Doors. Lo decían en la película aquella de vampiros adolescentes en la que salían Kiefer Sutherland y los Dos Corys, «Jóvenes Ocultos», «The Lost Boys» en el original, porque esto nos retrotrae demasiado a los ochenta y muchos no tendrán ni idea de lo que hablo. Sólo los muy frikis de los Corys y tú, que me diste la chapa con esa película y yo te la di a ti. No había nadie más en la pandilla para hacerlo. Yo porque fantaseaba con contar historias de vampiros y tú, creo, por la estética de camiseta blanca y pelo hasta los hombros del protagonista, cuyo nombre no recuerdo ni buscaré en la Wikipedia ahora. La memoria falla, no hay por qué avergonzarse. Y si te corrigen en los siguientes comentarios, lo cambias, das gracias, y punto.

A mí no me gustaban The Doors. No conectaba con su onda, supongo que, quién me lo iba a decir, porque echaba en falta las guitarras roncas y los estribillos normales y me sobraban, en general, los monólogos sostenidos durante más de dos minutos. Sí, me refiero a la película de Oliver Stone. Es lo que nuestra edad sabía de los Doors. La pusieron en clase de inglés, ahora me acuerdo, y supongo que las cosas con subtítulos se entienden de otra forma pero todo lo reseñable para mí, entonces, era Val Kilmer gritando «Mother: I want to fuck you all the night, baby», y si pensaban que íbamos a identificarnos con eso era porque no conocían a nuestras madres. Para entonces, ya estaban las camisetas, los posters, Héroes del Silencio con su cantante disfrazado igual y aquella gente iba a conciertos con banderas de alguien que nunca sabías si era Bunbury o Morrison, pero lo más seguro es que fueran copias del cartel de la película. La gente es extraña, pero sabe sacar tajada.

Y tú, no sé si etiquetarte en esta entrada o poner un video de Youtube por si no sabes bien de qué te hablo, ibas también con tu camiseta y tus canciones y las chicas miraban a través de mí hasta ti. Así que yo, por alguna rara lógica de adolescente con poca autoestima o genes condenados a la extinción en un entorno más pragmático, decidí ignorarlas y quedarme con la poesía. No. La poesía no sirve para nada, al final todos pensamos a esa edad con lo que hay entre las piernas. Sólo que los resentidos le echan más cuento.

Mira: este es un documental muy chulo. Lo vi en Netflix, no creo que este enlace dure, así que lo resumo si no llegas: no tiene narrador, sólo montajes tras montajes, espléndidos, arranca con Morrison (el auténtico) conduciendo por un desierto mientras la radio años anuncia la noticia de su muerte en París y el resto entrevistas que resumen su trayectoria y la del grupo. Así parece que la historia te la estás contando tú. Siempre es importante dejar algunos huecos: la gente se cree que participa rellenándolos, se sienten listos, halagados y confían en ti. Pero no demasiados huecos. Esto es una ilusión, no puedes dejarte engañar tú mismo por ella y creer que el lector es tu cómplices y no tu cliente. ¿Cínico? Bueno, es lo que le pasó a Oliver Stone, Val Kilmer, Bunbury y Jim Morrison seguramente; yo me lo aprendí con cada chica a la que entregué un poema y sonrió azorada o maternal y me dijo sí, que iba a leerlo, que ya me diría.

Jajajaja. Sí. Pornografía emocional. Lo sé. Pero lo hablamos, no con estas palabras pero parecidas cuando yo estaba borracho y roído y tú empezabas con tus bolos con tu grupo y me decías «Tío, tenías que haber aprendido a tocar el bajo». Pero elegí la poesía. Y tener voz. Y la jodí. No todo el mundo puede ser poeta y tener voz y ya han pasado veinte años y seguramente me arrepiento o debería. ¿Por qué no? Pero no. Da igual… Ya no me enrollo, en cualquier caso, todo esto venía por lo muchísimo que me alegro por ti. Espero que leas este comentario entre los ochocientos más que te habrán dejado en tu muro para lo mismo. Que sepas que ando por aquí.

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