Revista Cultura y Ocio

Una capa de copas en La Habana

Publicado el 17 diciembre 2013 por Regina

Me gustaría no cometer un disparate y ponerme a tono con los tiempos, y en vez de hablar de las capas de la cebolla, decir que cualquier ciudad, cualquier sociedad, semeja también un disco multisistema donde las pistas giran y se reescriben sin que los diferentes archivos se afecten entre sí.

Luego de esta retórica, La Habana hoy en día, es una ciudad cuya decadencia manifiesta se ha travestido en hermosura vintage; turistas con cámaras que un médico cubano no podría comprar con su salario de todo un año, deambulan tomando la foto de un chevrolet´54 por aquí, un derrumbe por allá o una risueña rechoncha y retinta fumadora de tabaco con banda sonora de Chan Chan o Guantanamera.

Otra Habana glamorosa y refinada perfuma el aire acondicionado de nuevos lugares de moda abiertos al calor (la tibieza, que no hay que exagerar) de las reformas raulistas.  Con licencia de restaurantes,  operando en la práctica como bares abiertos hasta el amanecer, la farándula ha encontrado allí un espacio ideal; también gerentes de firmas, exitosos trabajadores privados.  Los extranjeros no hacen mayoría en estos lugares.  Un alegre y despreocupado mujerío sin feas, gordas, viejas o pobres, de un vistazo calculan certeras el valor de sus potenciales acompañantes.

Mi hijo, un muy atendible ejemplar masculino, quedó descalificado en Esencia Habana, uno de estos lugares en el Vedado donde, por una botella de vodka Smirnoff que en una licorería de Miami no cuesta más de veinte dólares, cobran sin sonrojo 63,20 CUC.  Un amigo del Rafa que vive allá vino por cuatro días a la boda de una amiga de su novia.  Era el primer viaje de la novia luego de su salida siendo niña, y se reencontró con sus amiguitas de infancia, casi todas estudiantes universitarias, y ellas propusieron el lugar.  Rafa era el raro con su atuendo informal entre aquellas camisas de manga larga por dentro del pantalón, los zapatos de vestir y los vestidos de pasarela. Las muchachas bailaban al ritmo de Justin Bieber, Pitbull o Gente D´Zona, mientras hacían boquitas ante los iPhone y Samsung de última generación cuya única ventaja en Cuba es el flash. Mi hijo sintió la segregación, pero no le importó porque él y su amigo tenían montón de cosas para conversar.

Al día siguiente quedaron en encontrarse de nuevo, esta vez para un lugar más tranquilo, pero según el consejo de las amigas de la novia, llegaron a Espacios, otro de estos lugares de la moda “miky”.  El Rafa se despidió al rato: –Asere, esto no es lo mío.  Voy echando–. El socio lo entendió y yo, que me critiquen los que van por la vida con el lujo por aspiración, me sentí muy a gusto con la idea de que, en el reescribible de La Habana, mi hijo esté en la carpeta de los raros.


Una capa de copas en La Habana
Una capa de copas en La Habana

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