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Una casa para siempre es una novela del 88, viejita, pero querida. No como las abuelas, viejitas y molestas. Esta novela no deja la dentadura en un vaso de agua, esta novela se parece más a un viejo loco en un geriátrico, pero sin babas, sin mirarte la joven carne.
Una casa para siempre: su articulación es curiosa. Está entre la novela y el libro de relatos, aunque parece acercarse más al segundo, tiene una continuidad con el protagonista, siempre el mismo, el ventrílocuo, el niño, el hijo, el viejo... Las historias narradas, sin embargo, están inconexas, al margen del protagonista. Resuenan ecos de París no se acaba nunca con el personaje drogado que es recibido por Marguerite Duras, de la vida de Rimbaud... Además, fiel al estilo borgeano, se entremezclan distintos planos de realidad en los relatos en juegos ficcionales de autores de autores y falsas historias con un gran despliegue humorístico e irónico que suele enmascarar lo trágico, o puede que la ironía sea otra cara de la tragedia que escribe Vila-Matas sobre un ventrílocuo que, moviéndose por distintos espacios, busca perder su voz característica hasta llegar a las últimas líneas del libro:
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Mi padre, que en otros tiempos había creído en tantas y tantas cosas para acabar desconfiando de todas ellas, me dejaba una única y definitiva fe: la de creer en una ficción que se sabe como ficción, saber que no existe nada más que la exquisita verdad consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella.