Soy arquitecto en ejercicio desde hace un montón de años. Hasta hace no tantos, eso de que vinieran a encargarme el proyecto de una casa era lo habitual. Demasiado habitual incluso. A menudo se superponían varios encargos y era angustioso atenderlos a todos en plazo.
Siempre había algún trabajo entre manos. Qué tiempos. Y si encima os digo que se cobraban unos honorarios bastante buenos ya os mato de envidia (y me mato a mí mismo de envidia retrospectiva y de nostalgia).
Todo aquello acabó hace tiempo. Ahora es muy raro que alguien quiera encargar una casa, y cuando eso ocurre es una fiesta y una gran emoción.
Pues bien, el otro día vinieron a mi estudio un chico y una chica a contarme que estaban pensando en hacerse una casa y que les habían hablado muy bien de mí.
¡Les habían hablado muy bien de mí! Tuve que carraspear para deshacerme el nudo de la garganta, y aun así con la primera palabra que dije me salió un gallo.
La magia de hacerse una casa. El extraño proceso por el que varias personas imaginan una casa y se ponen a construirla. Para mí es una experiencia muchas veces repetida, pero siempre emocionante. Para los interesados es, seguramente, la mayor aventura de su vida.
Todos son diferentes, todos se sienten diferentes, originales, únicos, y ciertamente lo son, pero también, de otra manera, todos son iguales.
Todos traen las contradicciones de costumbre. Pretenden cosas incompatibles entre sí, fruto de muchos anhelos desbocados, de muchas casas diferentes vistas, de muchos consejos de parientes y amigos y de muchas revistas de decoración. Ninguna de ellas es mala en sí misma, pero a menudo se juntan varias incompatibles entre sí.
Y ya si juntamos las cosas que tienen clarísimas con las que yo tengo clarísimas se forma un buen cacao. Hay un punto crítico en que todo parece imposible, pero al final, sigo sin saber muy bien cómo, sale.
Benditos sean los clientes, sus dudas y sus suficiencias. Benditas sean las cosas que no quieren bajo ningún concepto y que están agazapadas, esperándolos para acabar imponiéndose. Benditas sean las decisiones supuestamente razonadas pero que son porque sí (y me incluyo el primero). Bendita normativa, bendito proceso embarullado y lioso, bendito milagro.
Estuvimos hablando un buen rato. Como digo, para mí es una conversación ya repetida muchas veces, pero nunca igual porque ellos siempre la están estrenando:
* ¿Es mejor la estructura de hormigón o de acero?
* Queremos la casa a nivel del terreno, sin tener que subir escalones, pero que la rampa del sótano no quede muy empinada.
* Todo en planta baja.
* En dos plantas.
* Sótano, dos plantas y buhardilla.
* Ya que haces un tejado, aprovechar el espacio que queda debajo no tiene que costar apenas nada, ¿no?
* La calefacción por suelo radiante. La caldera de
gasoil
gas
pellets
eléctrica
¿Cuál es más cara? ¿Cuál es más eficaz? ¿Cuál consume más?
En fin, lo de siempre. Y, como digo, no es aburrido, no es pesado. No dicen tonterías; acaso alguna ingenuidad; pero esa ilusión, esas ganas, esa sobreexcitación con sus convicciones para que no se noten su miedo ni sus dudas. Hay que pedir muchísimo dinero al banco.
En esta primera reunión les digo más o menos de que orden pueden ser mis honorarios, pero que no tomen la cifra como definitiva porque cuando afinemos un pelín ya se la diré exacta.
Seguimos hablando un rato y quedamos en que nos volveremos a ver. Solo querían conocerme porque, repiten, les han hablado muy bien de mí.
Yo encantado. Quedamos cuando quieran y empezaremos a esbozar los primeros datos (programa de la vivienda, superficie aproximada...). Hoy apenas hemos dicho nada de eso. Ha sido una visita muy breve. Ya hablaremos.
Estupendo. Les despido con simpatía y ellos (tras la mascarilla) trazan una sonrisa cordial que adivino.
La profesión de arquitecto está bajo mínimos. No hay presupuesto que des, por bajo que sea, que otro no rebaje. Quienes buscan uno se van a ver a cuatro o cinco para ver cuál les sale más barato. Están dispuestos a gastarse un par de cientos de miles de euros en su casa pero deciden el arquitecto por una diferencia de quinientos.
Es así: Van al más barato porque para ellos todos somos iguales. Y casi siempre lo somos. Para casi todo el mundo lo somos. No hay ninguno mejor que otro porque todos servimos para lo mismo: dar forma reglada y normativizada a las ideas que ellos ya tienen. Pasar a escala sus sueños. Dibujar sus ilusiones con autocad.
Pero estos chicos no son así. Me precio de entender a las personas y ellos tenían verdaderas ganas de diseñar su casa, de formar un equipo creativo y fértil con un arquitecto que les inspirara confianza y, en mi caso, de quien les habían hablado muy bien. Estos no. No, no. No son así. Ellos sabrán valorar mi trabajo. Seguro. Vamos a hacer una buena casa, un espacio lúcido y feliz, el marco para unas vidas plenas. Vamos a lograr el milagro.
Espero que me llamen. Esto que cuento pasó hace ya bastantes días. Me deberían haber llamado ya. Perdón, a veces me pongo nervioso. Pero ahora no. Ahora estoy seguro de que sí que me encargarán su casa. ¿Metí la pata? ¿Dije algo que les pudo incomodar? Qué va. Me sonrieron (bajo las mascarillas) muy contentos y satisfechos. Y el presupuesto que les di era bajito. (No; eso ya lo sabes: por bajito que sea hay bastantes que lo pueden hacer por menos). Repaso todo lo que hablamos. ¿Dije alguna inconveniencia?
No te pongas nervioso, Joserramoncito. Cualquier día de estos te van a llamar para quedar contigo. Van a traer ideas, revistas de decoración, croquis torpes en papel cuadriculado que tendrán todo el aroma del déjà vu.
-Es solo una sugerencia. Pero tú sabrás más. Tómalo solo como un punto de partida.
Mentira. Siempre te dicen que es solo un tanteo que han hecho ellos, e incluso reconocen su torpeza (pasillo, y a ambos lados habitación, habitación, habitación) y te dicen que confían en que tú lo harás mejor. Pero ay de ti como te apartes de su esquema. Si fuera cierto que se consideraran torpes en diseño, cosa que incluso podría ser plausible teniendo en cuenta que jamás han diseñado nada, no traerían su casa dibujada y medida en un papel cuadriculado. Si se han tomado la molestia de trazar una pieza tras otra, a medio metro el cuadrito, y te traen la octava versión, en la que por fin les ha cabido todo, no van a consentir que tú se la estropees. Lo único que van a tolerar es que le metas mano a esa escalera que es una especie de agujero negro no euclidiano, y eso después del gran esfuerzo que te va a suponer explicarles no ya la cabezada, ojalá fuera solo eso, sino que han hecho una especie de banda de Möbius imposible insertada en un agujero de gusano de un metro cuadrado.
Pero eso es lo de menos. Con todo ello, de ese marasmo acabará saliendo algo. Sí. Volverá a ocurrir. Siempre ocurre. Es una maravilla.No me llaman; no. Qué raro. Porque no les di una cantidad alta, e incluso les dije que no se la tomaran como definitiva (con lo que les estaba sugiriendo que finalmente se la bajaría aún). No me han llamado para volver a quedar. Y ya han pasado unos cuantos días. O semanas quizá. Y me dijeron que les habían hablado muy bien de mí.
No me han vuelto a llamar. Tal vez hayan tomado vacaciones. O yo qué sé. No les pedí mucho dinero. No, no. Eso no es. Ese no es el motivo. Me llamarán cualquier día de estos.
Porque tampoco les di una cantidad tan alta. No: ni tan alta ni nada alta. Era baja. No fue nada cara, no. En absoluto. ¿Cuánto les habrán pedido otros arquitectos? Seguro que siempre hay alguien que