Revista Opinión
Desde hace mucho tiempo, vengo sosteniendo que el hombre es una puñetera mierda pinchada en un palo, y esta idea que otros han expresado más exquisitamente, “ser desfalleciente” lo llamó el puñetero Doctor Angélico, le cuesta mucho a la gente asimilar porque el común de los mortales tiene una buena idea de sí mismo. Yo, no. No, no somos nada buenos, unos porque nos falla la jodida cabeza y otros, el puñetero corazón, y los que no formamos parte de esta no sólo inmensa sino realmente invencible legión no tenemos ningún motivo para enorgullecernos porque si no nos hallamos entre ellos es por una auténtica casualidad. Mi casualidad, ya lo he dicho algunas veces, se llama Enrique Tierno Galván. Si todo el mundo hubiera tenido la oportunidad de pasar 2 años oyendo al “viejo profesor” explicar Derecho político, todos los días, a las 9 de la mañana, otro gallo nos cantaría a todos. Ayer, tuve una fuerte discusión con futbolín sobre mi último post y futbolín, fuera del estricto circulo de mi familia, es la persona que más quiero, de modo que hoy, no tengo más remedio que intentar desagraviarlo. Ayer también, citaba yo por aquí e incluso situaba como ilustración de mi post la estatua que los madrileños han levantado, en el jardín que lleva su nombre, a mi maestro de maestros, Enrique Tierno Galvan, “el viejo profesor”. Los auténticos marxistas somos unos tipos muy raros, de modo que no debería extrañarnos mucho que una de las tareas primerizas del maestro fuera ni más ni menos que la traducción al español de la obra del que hoy se considera pieza fundamental de la más moderna filosofía, me refiero al “Tractatus logico-philosophicus”, de Ludwig Josef Johann Wittgenstein, el padre de toda la filosofia actual que considera la palabra y la proposición gramatical como la esencia e instrumento fundamental del razonamiento filosófico. Wittgenstein era un tipo rarísimo, filósofo, matemático, lingüista y lógico, y su biografía una de las más interesantes de la historia de la filosofía. El jodido tipo postulaba algo así como que la filosofía, las matemáticas y la linguística no eran sino la misma y puñetera cosa. Yo, también. Vivimos tiempos en que esa gentuza que nos gobierna a nivel mundial ha hecho todo lo posible por adulterar el lenguaje y lo ha conseguido, ahora es el tiempo de los peores sofistas, que eran aquellos asquerosos tipos del ágora que iban por allí alquilando su talento dialéctico al que lo necesitaba, porque eran capaces, los muy jodidos, de demostrar tanto una cosa como su contraria, lo mismo que hace el canallesco Rajoy, que se dedica a unos sucios juegos de palabras para intentar ocultar la criminal tarea que está realizando al servicio del neocapitalismo liberal que nos está llevando a la ruina y al suicidio a una parte importante de los españoles. Pero decía que Tierno, que era, sobre todo, un filósofo que no tuvo más remedio que contradecir a Franco y meterse en política para ayudarnos a todos nosotros, una de las primeras cosas que hizo fue traducir ese Tractatus que, ahora, todo el mundo presume no sólo de haberlo leído, sino también comprendido porque resulta de una lectura realmente difícil y, ya el summum, haberlo aplicado en la confección de sus propias obras filosóficas. En el proceloso mar de palabras que los asquerosos políticos han creado para que en él se diluyan y desaparezcan las grandes verdades de la historia no hay ni rastro de la filosofía wittgensteiniana que estaba inspirada en una honradez inatacable. Un filósofo o no es nada o es un tío que trata sobre todo de aprender a vivir y a ese respecto la vida de este pensador es absolutamente paradigmática, pero yo no le he traído aquí como biógrafo sino como admirador de un pensamiento quintaesenciado al que sacrificó toda su vida. A mí me recuerda mucho a ese otro filósofo de la palabra económica que es el esquizofrénico John Forbes Nash, al que la Academia sueca concedió el Nobel de economía por un trabajo de 6 folios sobre la teoría de los juegos, en el que no habían demasiadas cifras sino una serie más bien corta de proposiciones filosóficas. Salvadas las siderales distancias con estos genios, es lo que yo trato todos los días de hacer por aquí, un razonamiento matemático a su manera, no con cifras y números sino con jodidas proposiciones filosóficas. Veamos. Que la Constitución española es una creación directa de Fraga, creo que es una proposición indiscutible. Que en ella lo que fundamentalmente se pretende es perpetuar el nazifascismo franquista español en el tiempo, también. Y que la mejor manera de hacerlo fue establecer un sistema electoral en el que lo partidos pequeños no tengan en absoluto ninguna posibilidad de ganar, resulta también incuestionable. Así las cosas, en España, mientras la izquierda no se haga como sea con el poder, derogue la Constitución y la sustituya por otra en la que todos los partidos tengan las mismas oportunidades, no cabe duda de que no existe realmente la menor libertad de elección sino que ésta se limita a elegir entre el criminal PP y el canallesco Psoe, de modo que, si queremos de alguna manera llegar alguna vez a una hegemonía de la izquierda no queda otro remedio que agruparse todos los partidos de esta tendencia, como por cierto han hecho todos los de la derecha, y formar un frente unido que un día pueda deshacer la obra de ese genio maléfico que ha condenado para siempre el destino de este desdichado país. Y esto, aunque a 1ª vista no lo parezca, no es sino un jodido razonamiento matemático porque todas las proposiciones que lo constituyen son verdades inatacables desde cualquier punto de vista. O sea que, en otras palabras, cuando llegan las elecciones generales, lo queramos o no, si lo que tratamos de evitar es que siga ganando esa ultraderecha unificada que está asesinando de mala manera a este desdichado pueblo, en el que, según todos los sociólogos, hay una mayoría natural de la izquierda, debemos también nosotros de unificar nuestro voto alrededor del único grupo que puede ganarlas, para, después, obligarle, con huelgas generales o como sea, a modificar el “statu quo” constitucional con el que el siniestro Fraga nos encadenó para siempre y así, poder, al fin, votar a aquellas agrupaciones políticas con las que nos sintamos identificados plenamente, que, en mi caso es IU, pero mi jefe de filas no sería Anguita sino Llamazares, esperando la hora de Alberto Garzón.