Mis alumnos me preguntaron, en medio de una clase de literatura y a causa de una clase de Ética, qué cosa era la ideología. Les ofrecí una versión tan pedagógica y brutal de la definición de Marx que probablemente sus huesos se conmovieron bajo el suelo de Londres. Incluso así no entendieron un carajo, así que continué hablando alegremente del Quijote. Me quedé, sin embargo, con el gusto a fracaso entre los dientes.
Tiempo después me enteré de que no era el único profesor al que consultaban por sus dudas sobre el mundo.
—Profesor. ¿Qué piensa de que los homosexuales adopten?
—Estoy de acuerdo, claro.
Todos se miraron.
—¿Qué les pasa? ¿No puedo estar de acuerdo?
Alguien habló con timidez.
—Es que la profesora de matemática está en contra. Dice que puede traer consecuencias para los niños.
—Me parece una idea absurda que la profesora de matemática tiene derecho a sostener. Está perfecto que vean que sus profesores tienen ideas diferentes. Así ocurre con la sociedad.
Tiempo después, la escena se repitió. Aparentemente la hora de matemática, que precedía a la mía, era una fuente constante de exposición sobre los debates más candentes.
—¿Qué opina del aborto, profesor?
—Que debe ser legal, seguro y gratuito.
—La profesora de matemática dice que es un crimen.
—La profesora de matemática dice muchas cosas —observé.
Las interrogaciones, con el tiempo, ya empezaban a volverse ciertamente incómodas. Aunque muchos alumnos me manifestaban su apoyo, no quería convertir la relación entre materias en una guerra parlamentaria. Con todo, no iba a rehuír de ninguna forma a ningún debate. Si es importante enseñar conocimientos, enseñar a pensar esos conocimientos es el doble de importante. La siguiente ocasión llegó pronto y culminó con un beneficio inesperado.
—¿Qué piensa de legalizar las drogas?
Antes de que responda, una alumna generalmente callada comentó.
—No hace falta preguntar, es obvio que está a favor.
—¿Por qué es tan obvio que estoy a favor, eh?
Porque la profesora de matemática está en contra.
Cuando terminaron las risas, logré repreguntar.
—¿Por qué creés que siempre pensamos tan distinto?
—Porque la profesora siempre quiere que las cosas queden como están o vuelvan a estar como antes. Y usted siempre quiere cambiar las cosas.
Hice un silencio calculado para dejar que las palabras resuenen. Luego hablé.
—¿Se acuerdan, chicos, de cuando me preguntaron qué era la ideología? Bueno, ahí tiene su respuesta. Eso que acaba de explicar Micaela, eso es la ideología.