La charla que nos brindó ayer el conferenciante Don Roberto Cibrián no estuvo exenta de referencias literarias y filosóficas, y es que su tema -el poder de la ficción en la construcción de la persona- así lo exigía. La tesis principal que allí se esgrimió es que la ficción, lejos de ser una fuente de evasión o de compensación, como tantos cientificistas hoy en día se regodean en afirmar, conforma una poderosa herramienta para cambiar la mentalidad de las personas. Es, de hecho, un elemento educador que, en lugar de desarrollarse en la poética o la retórica como en la antigüedad, aparece canalizado por los mass media, como la televisión o el cine. Es un hecho que la televisión enseña, pero no sólo educa, sino que expresa los valores de una época, de ahí que, como se dijo al hilo de una alusión a Emilio Lledó (que al parecer ha retirado el televisor de su salón), no se puede ser hombre de nuestro tiempo sin cultivar aquello que Sartori calificó de homo videns.
La segunda parte de la conferencia se centró en analizar el papel catalizador y liberador que en su momento desempeñó la serie televisiva de humor estrenada en ETB2 "Vaya semanita" (2003) en relación al conflicto vasco. El enorme poder legitimador y visual de los contenidos televisivos cautivó la atención de los espectadores hasta conseguir que los vascos "se rieran de sí mismos" y aprendieran a consentir una imagen social de ellos que, por qué no, a todos nos puede causar gracia. En definitiva, la tesis de fondo que llenó toda la charla y las intervenciones posteriores es que la ficción (ya sea novelada o televisada) es intrínsecamente ética, esto es, moralizante o desmoralizante, hasta el punto que "quien no va al cine, no puede decirse que viva en comunidad."
David Porcel