No. No voy a hablar de la reforma laboral española. Me declaro incompetente e inepto para repetir de una manera afable lo que ya está dicho, que no es mucho, y además casi todo apunta en la misma dirección.
Pero me sorprende tanta voluntad aunada en la crítica, porque los hombres nos solemos poner de acuerdo en la verdad sólo cuando está demostrada. En matemáticas y en geometría, por ejemplo, no hay sectas. Unos porque no las entienden y otros porque sí, pero sus axiomas son tajantes y comúnmente aceptados.
En casi todo lo demás nos hemos habituado a estar divididos en dos bandos; los defensores de las medias verdades y los defensores de las medias mentiras; ambas lo suficientemente oscuras como para ser defendidas con los mejores ojalás que tengamos a mano.
Esta vez, con ocasión de la cacareada reforma del mercado de trabajo, hemos encontrado una solución de consenso nacional casi matemática: ‘con este texto legal no llegaremos a ningún sitio relevante’.
Y en esas estaba yo, tan tranquilo, tan reconciliado con el género humano, incluso con lo más estrafalario del mismo; tan feliz por haber encontrado el beneplácito y la tregua, cuando, de repente, la ministra Elena Salgado nos regala un envenenado titular en las páginas del diario Expansión de este martes: ‘No necesitamos reformar las pensiones hasta 2030 ó 2035’.
No dudo de la erótica de lo imposible a la que aspira todo político, pero tampoco estaría de más hacer un hueco en la apretada agenda de una Vicepresidenta para echar un vistazo a los informes técnicos que previenen hace años sobre lo inevitable, lo irremediable, lo inviable y hasta lo imposible de nuestro sistema público de pensiones. Me uno a los que piensan que no siempre rectificar es cuestión de sabios.
El diagnóstico fatuo de Salgado a mí me recuerda a esos médicos de cabecera acelerados que confunden la enfermedad que acaban de ver con la nueva que están viendo. Que recetan remedios de moda agravando el problema del enfermo.
Con sus palabras Salgado nos quiere volver a subir a las nubes, nos quiere volver a encerrar con llave en el limbo para una temporada, y si la creemos, conseguirá que vivamos una nueva vida de segunda mano.
La Vicepresidenta vuelve a abordar los problemas más serios en clave de astracanada, de bufonada insensata. Y lo afirma como es ella, firme en sus convicciones, caprichosamente concluyente, puntual a la cita con su negro historial al frente de la nave económica, pero perfectamente ataviada para adornar el pie de foto.
Si son ciertos los rumores, espero que pronto acabe yéndose por donde vino, como hay que irse de los sitios, sin decir adiós, y sin que sus palabras nos perturben ni un ápice el único debate importante estos días, el de si la bella novia de Iker Casillas, Sara Carbonero, debe o no cubrir la información de la selección española de fútbol. Deontología inútil manda.
Hasta entonces, que ustedes disfruten de los prometedores naufragios que nos esperan.